Por CIRO D. YACUZZI
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Rendido frente a la contundencia de las encuestas más recientes, el hombre agachó la cabeza y, resignado, masculló: “Me bajo”. Quizás la decisión más dura que debió tomar durante los ocho años que lleva manejando las riendas del Municipio. Pese a sus ganas de seguir, tan aferrado a ese instinto de conservar el poder al que pocos escapan, Sandro Guzmán comprendió que era mejor desmontar, dar un paso al costado y aceptar que su tiempo en la Intendencia había iniciado la cuenta regresiva.
¿Por qué lo hizo? No hay una sola razón sino varias. La principal, está claro, es que los números no le cerraban. Pese a un tenue repunte en los últimos meses, todos los sondeos le otorgaban una imagen negativa altísima, un piso de puntos demasiado bajo y una distancia muy amplia con su principal adversario en la interna del Frente para la Victoria, Ariel Sujarchuk.
El adverso escenario, sin embargo, no distaba en mucho del que había imaginado en marzo cuando consumó su ruptura con Sergio Massa para volver al redil kirchnerista. Por eso tenía guardadas bajo la manga algunas cartas. El tema es que ninguna le resultó. Y es ahí que decidió bajarse.
Divide y reinarás
Uno de los naipes que echó en la mesa fue incorporar a un tercero en discordia en el FPV. Así surgió la idea de impulsar el lanzamiento del concejal Hugo Cantero como precandidato a intendente. Alguien de raigambre peronista, cercano pero no de su propio elenco. Así esperaba dividir el voto opositor en la interna para quedar airoso. Sin embargo, las encuestas demostraron que la estrategia no era buena, en lo más mínimo.
Lejos de sacarle votos a Sujarchuk, en menos de dos meses se comprobó que Cantero -dos veces funcionario de la actual gestión- terminaría restándole a él. No demasiado, pero sí lo suficiente para complicarle aún más el panorama.
Dadas las circunstancias, el globo de ensayo se tuvo que desactivar.
Ni única ni colectora
Las dos cartas que le quedaban en la mano se las jugó en Casa Rosada. En aquella reunión con Wado de Pedro y Aníbal Fernández que marcó su retorno se habló de los términos en que esto se daría. Pero no todas las condiciones quedaron expresamente aclaradas. Tal como deseaba hacerlo por el Frente Renovador, Guzmán podría postularse para un tercer mandato. El FPV le daría la boleta al hijo pródigo. Pero nunca le dijeron que sería el único que la tendría.
Esa exclusividad es la que intentó conseguir, tocando todos los timbres, haciendo todos los deberes. Le respondieron mostrándole encuestas con porcentajes irrebatibles y desestimando toda chance de abortar la campaña de Sujarchuk. No le negaron que se presente, pese a sus flacos números, pero tendría que enfrentarlo.
Ante este revés, Guzmán se jugó la que le quedaba: pedir una colectora para gambetear el mano a mano con el funcionario de Alicia Kirchner y superar sin sobresaltos el filtro de las primarias. Si bien los sondeos lo mostraban mal parado para una interna, hasta octubre quedaría un camino largo por recorrer y tendría más tiempo para ilusionarse con revertir la tendencia.
Como sea, la respuesta volvió a ser un no. “Por adentro, todos; por afuera, nadie”, le espetaron.
Peor es nada
Acorralado por las circunstancias y casi sin alternativas, eligió bajarse. Pero no con las manos vacías. Su rendición la negoció a cambio de un par de lugares para gente de su riñón en la lista de concejales.
En cuanto a su futuro, el 10 de diciembre le entregará la llave del Palacio Municipal a quien sea su sucesor y regresará a la Cámara de Diputados, donde pondrá al servicio del FPV la banca que obtuvo por el massismo.
Como Carlos Menem, que en 2003 prefirió no ir al ballotage con Néstor Kirchner para conservar su invicto electoral, Sandro Guzmán también entendió conveniente correrse de la escena para esquivar una derrota anunciada.
Si soldado que huye, sirve para otra batalla; candidato que se baja (a tiempo), sirve para otra elección.