El emblemático restaurante y salón de eventos de la calle Asborno fue comprado por empresarios asiáticos, dueños de varios supermercados en la ciudad. ¿Pondrán otro ahí?

Cuentan que el sueño de José D’Aghelinckx era alojar a la selección de fútbol de su país en el Mundial de 1978 que se disputó en Argentina. Pero Bélgica no clasificó -lo eliminó Países Bajos- y su deseo original quedó trunco. Lo que quizás jamás hubiera imaginado es que Die Engel (Los Angeles, en alemán) se convertiría con el tiempo en un emblema de su ciudad adoptiva.

Durante largos años D’Aghelinckx vivió en una quinta muy conocida de El Cazador llamada “La Escondida”, donde se filmaron escenas de la taquillera novela Una voz en el teléfono, de Alberto Migré, protagonizada por Carolina Papaleo y Raúl Taibo. Daniel Santeusanio, que en 2000 le compró Die Engel, recuerda que “el Belga” también era dueño del matadero de Escobar -hoy FRIMSA- y lo define como “un filántropo”.

Die Engel abrió sus puertas en 1981 con una imponente construcción de cuatro pisos sobre la calle Asborno 622, frente a la plaza principal. Nació como hostería -tenía 11 dormitorios-, restaurante y casa de té. El estilo arquitectónico alemán de su fachada, con balcón y ventanales, le dio un inigualable toque de distinción al flamante emprendimiento, que se erigió en una referencia clásica y pintoresca de la ciudad.

La década del ‘80 fue de puro esplendor, con clientes de alto poder adquisitivo que llegaban de toda la zona norte. La cocina de su restaurante era atendida por un chef del Sheraton y los domingos el maestro Mario Marzán tocaba el piano sobre una plataforma circular giratoria, mientras las damas tomaban té y comían waffles. Era top, cinco estrellas.

A fines de los ‘90 quedaba muy poco de aquellos años dorados. Con problemas personales y económicos -acreedores por doquier y una hipoteca-, el conflictuado D’Aghelinckx decidió vender y se volvió a Bélgica, donde ahora es pastor.

La nueva etapa quedó en manos de Santeusanio, que en 2003 relanzó Die Engel con un perfil diferente, más integrador. Los precios del restaurante y la cafetería ya no eran exorbitantes y se comía bien. Además, remodeló las instalaciones y convirtió al salón de eventos -institucionales, empresariales y sociales- en uno de los más elegantes de la zona. Después se agregarían los shows artísticos de viernes y sábados a la noche.

Pero nada es para siempre. De un belga y un descendiente de italianos, las llaves de Die Engel pasaron ahora a manos de un matrimonio oriental que viene invirtiendo fuerte en supermercados. Son los dueños de los ex Eco y San Cayetano, entre otros. Si lo compraron con la intención de seguir desarrollando esa actividad o para probar suerte en otro rubro, es una incógnita.

Por lo pronto, la sola idea de que Die Engel se transforme en un supermercado cosechó un rechazo unánime en las redes sociales. Incluso circuló una petición para que su fachada sea declarada patrimonio cultural de Escobar.

Tampoco hay que descartar que los inversores asiáticos puedan tener interés en explorar otros horizontes, como la gastronomía, con una casa de comidas típicas, o hacer un negocio inmobiliario con la construcción de un edificio de departamentos, en cuyo caso sería factible una demolición. Pero son solo especulaciones.

Lo único cierto es que el sueño del belga, después de 35 años, llegó a su fin. Die Engel, un clásico de Escobar, ya es un grato recuerdo.

DANIEL SANTEUSANIO

“Die Engel era como un hijo”

El empresario escobarense dice que no cree que los nuevos dueños pongan un supermercado y expresa su nostalgia por la venta: “Me siento triste, pero sin culpa”.

¿Cómo surgió la venta de Die Engel?
Un matrimonio de orientales que venía seguido a comer se interesó en el lugar. Yo no tenía ninguna intención de venderlo, pero accedí a escuchar la propuesta. La primera no era aceptable desde ningún punto. Unos meses después, en junio, presentaron otra muy mejorada. En septiembre acordamos, dejaron una seña y antes de Navidad cerramos el trato. El 1º de marzo entrego la propiedad.

Imagino que la decisión no habrá sido fácil, ¿qué te hizo ver con mejores ojos la idea de vender y qué te retenía?
Me retenía el valor sentimental. Die Engel para mí fue como un hijo. Y lo que más me impulsó a vender es que se haya ido mi mujer -falleció-, que estaba siempre ahí, desde el primer día, y me ayudaba en todo. Influyó muchísimo, porque estábamos codo a codo en ese trabajo desde que nos levantábamos. Eso hizo que yo no sienta tanto dolor al venderlo. Me siento triste, pero sin culpa. Ahora voy a estar más tranquilo, me voy a dedicar a la panadería, que es la madre de todo.

¿Viste la repercusión que tuvo la noticia de la venta en las redes sociales?
Sí. Y debo decir que algunos comentarios sobre el comprador me parecieron crueles y me dolieron. Siento que hay un componente xenófobo muy importante en la gente que lo denosta por la nacionalidad. El hombre es argentino naturalizado, vino al país a los 4 años y habla castellano tan bien como yo. Que sea chino, francés o judío, para mí es lo mismo. Está trayendo plata y la está invirtiendo acá, no se la está llevando.

¿Y ahora qué va a pasar? ¿Se viene un “súper chino”?
No creo, pero tampoco quiero dar por seguro algo que no sé. Entiendo que si ellos tuvieran esa intención, ya hubieran iniciado los trámites de factibilidad del supermercado y no lo hicieron. Como a cualquier escobarense, no me gustaría que haya un supermercado, porque uno le puso una impronta, un cariño, años y vida, mía y de mucha gente que estuvo ahí trabajando. En las conversaciones que tuvimos nunca mencionaron la idea de abrir un supermercado y no creo que lo hagan.

Más allá de la actividad, aunque la idea de un supermercado frente a la plaza es indeseable, el anhelo de todos es que se preserve la fachada, ¿crees que lo harán?
Eso lo hablamos. Si bien no se pudo escribir en el contrato, ellos se comprometieron a no modificar la fachada principal, que es una construcción muy típica y reconocida en Escobar. Es como un pedacito de Europa, Villa General Belgrano o La Cumbrecita en el centro de la ciudad.

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