Por DANIEL BIANCHI
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La historia de Juana María Ríos parece de otro tiempo, de una novela épica donde la protagonista lucha continuamente contra las adversidades de ser mujer durante la migración interna, sin darse por vencida, consciente de lo que quiere y amparada en algún sueño. Pero ella sigue escribiendo esa historia, y a sus 86 abriles está tratando de saldar una deuda consigo misma: finalizar sus estudios secundarios.
Juana se encuentra cursando el segundo año del Plan FinEs, un programa nacional que desde 2010 ofrece la posibilidad de terminar los estudios secundarios, en un régimen reducido e intensivo de tres años, a un público adulto al que le costaría muchísimo asistir de lunes a viernes. “Escuché a maestros decir que el FinEs les va a quitar alumnos de la secundaria de verdad, pero esto no es de mentira. Yo no soy una mentira. Creo que tiene otro nivel, hacemos mucho esfuerzo y conocí gente que después siguió estudiando en la universidad y le va bien”, comenta a DIA 32.
De las distintas especializaciones que tiene el programa, eligió Economía Social, y a pesar de que ahora le está llamando más la atención la orientación en Ciencias Sociales, no bajará los brazos y seguirá lidiando con las matemáticas y la física. Cursa de noche en la Escuela Nº 5 de Garín, a unas seis cuadras de su casa, lo que no le hace mucho agrado porque nunca fue nochera, “ni de jovencita”, aclara; pero ni el frío ni la noche la detienen.
Una de las primeras preguntas que surgen en estos casos es por qué estudiar ahora en vez de dedicar el tiempo libre a otra cosa. Juana desnaturaliza varias de las ideas utilitaristas que rondan la educación formal y responde simple y sólidamente: “¿Y por qué no?”. Algunas personas le dijeron que ya estaba grande, que no era para ella, que se dedicara más a los bisnietos o a cuestiones por el estilo; pero el poco tiempo que dura una entrevista alcanza para comprender que cuando ella se pone un norte, más temprano que tarde arranca su viaje.
No siempre vivió en Garín. Es entrerriana, de Viale. Una localidad rural que por estos días apenas pasa los 9.000 habitantes. Perdió a sus padres de muy chiquita y siguió viviendo con su abuela. La vida en el campo obligaba a los niños, y en algunos lugares aún lo hace, a ayudar en los trabajos familiares, descuidando el estudio o directamente abandonándolo.
Ya ni recuerda en qué grado dejó la escuela primaria, “porque empezaba el año; pero por ahí después no iba más porque tenía que trabajar o no tenía zapatillas o los útiles. Yo trabajaba en una verdulería y había varias cuadras de barrial, así que a veces te llegaba a la rodilla y, si abría temprano, tenía que faltar”.
Poco después, a los 13, se fue a Paraná, la capital, a trabajar en una casa. “Al principio, cuando le pedí permiso a mi abuela, no le gustó mucho la idea. Sin embargo, a mi me quedaron las ganas y si hay algo que me caracteriza es ser tenaz. Tenía la idea fija de irme. Así que cuando me dio permiso, me fui. En el trabajo nuevo ni siquiera tenía luz eléctrica, pero sabía que al campo no iba a volver”, cuenta.
A los 16 encontró un clasificado donde pedían personal para casas de familia en Buenos Aires, así que no lo dudó y, solita, arremetió en barco contra la gran ciudad. Recuerda que la familia que la recogió en el puerto se retrasó y que por varias horas se quedó esperando sola. Primero trabajó en Palermo, después en Martínez y al tiempo llegó el amor. Conoció a su esposo, la parte de conseguir con gran esfuerzo un lugar donde vivir y el primero de los dos hijos (Daniel y Mónica).
Y así nomás, a veces pasa el tiempo y las prioridades relegan algunas cosas que se pueden retomar tranquilamente, por ejemplo, a los 86 años: “Mi objetivo es terminar. No como una obsesión, sino un deseo. Que pueda terminar y que ojalá FinEs pueda seguir, que se lo valore; porque lo necesitamos. Es muy importante para algunos que hemos perdido tanto”.