Escobar tiene una larga historia de obras a medio terminar. Desde las emblemáticas torres de Loma Verde, de aquel trunco proyecto “Ciudad Cigliutti”, hasta el hospital del Bicentenario, en Garín, abundan ejemplos. Pero el más antiguo y quizás menos conocido de todos es el del mismísimo Palacio Municipal, cuyo diseño data de junio de 1938.
El gobernador bonaerense Manuel Fresco, que ocupó el cargo entre 1936 y 1940, le encomendó la obra al arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. En realidad, la misión que le asignó fue la de diseñar más de 60 edificios públicos en distintos lugares de la provincia, para impulsar el empleo y el crecimiento de pueblos del interior en una década signada por la crisis económica internacional.
Nacido en Sicilia (Italia) y arribado el país a los 13 años, este profesional impregnó a cada proyecto de una impronta singular para la época, casi vanguardista. Quienes hayan viajado por la provincia seguramente habrán visto más de un monumento de su autoría: los palacios municipales de Coronel Pringles, Carhué, Guaminí, Pellegrini, Rauch, Torquinst, Puan, Alberti, Laprida, González Cháves y Vedia son parte de su factoría.
También son creaciones suyas los impactantes pórticos de los cementerios de Azul, con un gran Ángel de la Muerte custodiando la entrada y la gigantesca sigla RIP; y de Saldungaray, donde aparece el Cristo crucificado en un frente circular.
“Lo que quizás más deba resaltarse de la obra de Salamone es la espectacularidad de aquellas construcciones, que llegaban a elevarse a unos treinta metros al lado de casitas de poco más de tres metros. Su arquitectura nada tenía que ver con el contexto en el que se erigía”, afirma el historiador local Juan Pablo Beliera en un artículo publicado en la revista La Cañada de Escobar.
De aquel encargo del gobernador Fresco a Salamone también formó parte el edificio para la entonces Delegación Municipal de Escobar (hasta 1959 dependía de Pilar). Sobre la esquina de las calles Santa Fe y Benito Villanueva -actuales Estrada y Asborno-, el célebre arquitecto proyectó un moderno edificio de dos plantas, con una torre-reloj de treinta metros en el centro de la ochava. Sin embargo, de ese ambicioso proyecto solo se ejecutó la primera etapa. La versión oficial dice que la segunda no se hizo “por falta de fondos”. Pero en esos años el rumor era que “alguien se había quedado con el dinero”. ¿Suena contemporáneo, no?
Recientemente repintado a su color gris original y declarado “patrimonio histórico y cultural” por el Concejo Deliberante, la refacción del Palacio Municipal no sería un hecho aislado, antojadizo ni trivial sino el punto de partida de una saludable iniciativa: poner en valor el descuidado capital arquitectónico escobarense.
“Recuperar, preservar y respetar las construcciones históricas es nuestra obligación como ciudadanos, ya que el patrimonio cultural nos identifica. Son símbolos de integración, de pasado y presente que los escobarenses tenemos en común”, afirmó el intendente Ariel Sujarchuk.
En línea con esa premisa, el Municipio acaba de poner en funcionamiento una Oficina de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural y anunció la creación de una comisión de vecinos “para garantizar la preservación de construcciones emblemáticas, ya sean públicas o privadas”. El teatro Seminari y la estancia de Villanueva serían las primeras de una larga lista. Enhorabuena.