Siempre de jean, camisa desabrochada hasta el tercer botón, portafolio en mano y una gorra blanca con sus iniciales, Rubén Omar González es un personaje que no pasa inadvertido por las calles de Belén de Escobar. Con su andar pausado y su modo de hablar sereno, pareciera que nunca está apurado ni ansioso. Y no lo está…
Hijo único de Rosa Durone y Pedro González, es oriundo de Río Carabelas, partido de San Fernando, donde su padre formaba parte del Cuartel de Gendarmería, igual que su tío. Cursó la escuela primaria en la isla y no llegó a empezar el secundario.
“Me crié con un sistema policial, prácticamente. Con horarios estrictos, rodeado de jefes. Mi papá me miraba y yo ya sabía lo que tenía que hacer; la maestra me tenía a raya. Pero no me gustaba estudiar. Así que me puse a hacer diferentes trabajos”, le cuenta a DIA 32 González, primo de “Titín”, otro reconocido vecino escobarense.
Durante un tiempo atendió una estafeta del correo y manejó lanchas de pasajeros cuando apenas tenía 14 años. “Creo que ni cobraba, siempre trabajé para los demás. Pero las lanchas eran mi sueño, me encantaba llevar gente”, asegura, recordando sus épocas de adolescente.
El fútbol fue otra de sus pasiones incondicionales. Integró el equipo de la policía de isla, jugando como wing izquierdo. Un día lo invitaron a formar parte del plantel de Boca del Tigre, gran animador de la Liga Escobarense por los años ´60, y sintió que tocaba el cielo con las manos.
“Para mí era como si me hubiera llamado River. Salimos campeones y yo era el más chico del equipo, está la foto en el club. Un cantante, Horacio ‘Ochi’ Costa, nos hizo un tango llamado 11 Estrellas, que lo tengo guardado”, rememora “Pocho”, como muchos de sus amigos le dicen desde pibe.
Ya instalado en Escobar, cuenta que le ofrecieron probarse en Chacarita Juniors, pero optó por conservar su trabajo de mozo en un restaurante y renunciar a su sueño futbolero. “Perdí horas de entrenamiento y preferí dejar”, explica, resignado.
En pleno auge de los bailes en los clubes escobarenses, se empezó a ocupar de captar público en Boca del Tigre, micrófono en mano y con parlantes en la puerta de la sede. “Me ponía con Omar Rubinstein y hacíamos propaganda para que la gente vaya. Cada club tenía su horario para promocionar los bailes, venían a tocar orquestas de tango y se llenaba”, comenta, rememorando aquellos años dorados para la vida social de las instituciones.
Al poco tiempo, un tío le ofreció hacer de locutor en publicidades que se emitían a través de parlantes en un auto, por el centro del pueblo. También tuvo un breve paso como comerciante: atendió un kiosco y un almacén sobre la avenida San Martín.
Después empezó a meterse en el mundo de los medios de comunicación y llegó a tener dos programas, sobre tango y noticias: uno en Cir-Color y otro en La Voz de Escobar. En paralelo, comercializaba almanaques personalizados para los negocios y espacios de publicidad en el programa Radiodeportes Escobar, del que también participó a nivel periodístico. “Llegué a meter 60 avisos en una transmisión de fútbol de Sportivo”, acota, orgulloso.
A esa misma actividad se sigue dedicando actualmente en El Diario de Escobar. Por eso, es común verlo todos los días caminando por las calles principales de la ciudad, con su clásico maletín negro, sus anteojos y su gorro para el sol. “Le pongo el alma a todo lo que hago”, confiesa.
A nivel personal, “Pocho” se considera un pionero sentimentalmente hablando. Está en pareja con Nilda Manuzzi desde que ella tenía 15 y él 20, aunque nunca convivieron. “Yo acompañé a mis padres hasta que fallecieron y se dio así. Nos vemos todos los días, pero cada uno come en su casa, salvo cumpleaños y fiestas. Fuimos adelantados, hoy no se casa nadie”, sostiene, con picardía, sobre la particular relación que lleva con la mujer de su vida.
Pese a la duradera relación con su compañera, asegura que nunca pensó en ser padre: “A la crianza que tuve, cambió mucho todo. Yo nunca dije malas palabras ni fumé delante de mis padres, hoy es distinto. Si les enseñaba a mis hijos lo que me enseñaron a mí, se hubieran encontrado perdidos. Entonces no tuve, es complicado”, confiesa, preocupado por cómo fueron mutando los tiempos, lejos de los valores que le inculcaron.
De la isla al fútbol, de animar bailes a ser comerciante, conducir programas de radio y vender publicidades. La vida de González es bien versátil a nivel laboral, pero siempre respetando los códigos y costumbres que lo formaron de pibe y que lo hicieron un verdadero bohemio.