El consagrado artista, que recorrió el mundo con sus pinturas y esculturas, se mudó al barrio El Cazador, donde sueña crear un taller de puertas abiertas. “Me encantaría que Escobar se convierta en el centro del arte contemporáneo del Conurbano”, afirma.

A los 11 años Andrés Waissman (66) comenzó a estudiar en un taller de pintura, sospechando que quizás eso fuera lo que haría el resto de su vida. Claro que no lo sabía con certeza, pero su madre, Regina Tchira, había detectado algunos indicios sobre su futuro profesional cuando él era apenas un niño. “Ella decía que a los 4 años dibujaba en los pisos de granito blanco con el carbón de la parrilla. Yo no me acuerdo, pero sí me acuerdo que estando en la primaria pintaba con témperas los azulejos del baño. Mi mamá me dejaba, me decía: ‘Adelante, hacelo’. Después alguien se bañaba y todo se derretía. El chiste era que había inventado el arte efímero”, le cuenta a DIA 32, entre risas.

Lo cierto es que a los 15 ya era ayudante de pintor y que hoy lleva más de 55 años de carrera. Es dueño de un estilo personalísimo y creador de obras que fueron expuestas tanto en muestras individuales como colectivas en Argentina y en distintas ciudades del mundo. Sus cuadros y esculturas forman parte de importantes colecciones privadas y museos de Inglaterra, Bélgica, Italia, Israel, Estados Unidos, Venezuela, Argentina y Chile, entre muchos otros países.

Luego de haber vivido en Tigre durante dos décadas, hace seis meses que él y su mujer, Graciela “Gachi” Prieto, se mudaron a una casona con cinco mil metros de parque en el barrio El Cazador. Waissman comenta que su primer contacto con Belén de Escobar fue cuando venía con su padre, Carlos Waissman, a comer ñoquis de sémola a la Hostería El Cazador. “Viajar en un coche antiguo desde la ciudad para comer acá era una aventura”, recuerda.

Su taller está en Palermo, sobre la calle Godoy Cruz, desde hace añares. Asegura que no se desprendería de aquel espacio porque como artista es fundamental tener un pie en la gran urbe, ya que es el lugar donde se concentra la mayor cantidad de coleccionistas y personas relacionadas al mundo del arte. Sin embargo, desde que cambió de domicilio, sus planes también mudaron. La idea de viajar todos los días a Capital de a poco se va esfumando.

MANOS A LA OBRA. En su taller logra enfocarse en sus creaciones y dar rienda suelta a la inspiración.

-¿De qué se trata el nuevo proyecto?
-La casa se convirtió en un propósito, además de un hogar. Con mi mujer, que tiene una galería de arte en Buenos Aires desde hace 14 años, llegamos a un acuerdo: ella se sigue ocupando del negocio y yo me voy quedando más acá. Para eso me estoy construyendo un taller en casa. Quiero crear un lugar de encuentro, con un jardín de esculturas. Quiero mostrar mis obras, hacer comidas que me encanta cocinar y trabajar con la gente local. Me encantaría que Escobar se convirtiera en el centro del arte contemporáneo del Conurbano bonaerense. También quiero invitar a gente del extranjero. Estuve haciendo clínicas y seminarios con personas de Barcelona, de Marbella, de Rosario, de muchos lugares. He viajado bastante, conozco mucha gente y hay quienes quieren, por ejemplo, tomar clases, participar de cursos cortos o trabajar en conjunto. Esto es un poco lo que me trae acá y para mí sería un sueño cumplido.

-¿La naturaleza te inspira para trabajar?
-No, soy artista de taller. Trabajo con una lamparita que ilumina la obra en proceso todo el día. No pinto al aire libre porque la naturaleza me supera. Yo estoy más vinculado al mundo humanístico. De hecho, una de las series más importantes que trabajé es la de las multitudes. Me inspiran las migraciones, la gente que cruza el mar para escapar de un lugar aunque sepa que se va a ahogar. Tiene que ver con los emigrantes e inmigrantes, con el linaje. Cuando voy al taller a pintar prendo la luz y la cabeza.

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-Cuando prendés la cabeza, ¿en qué pensás?
-Soy de los que se sientan en un bar y sufren al ver la gente pasar. En Buenos Aires ves a la señora que quiere tener y no tiene, a la señora que tuvo y no tiene, al señor que cree que es Gardel. Hay un escenario de infinitas perspectivas, vidas diferentes y me duele. Soy como un sociólogo, voy a un restaurant y ya empiezo a ver historias, veo las caras, escucho lo que se dicen. Sobre eso pienso cuando pinto. Hoy estamos todos heridos, la sociedad duele, la pandemia dejó secuelas y lamentablemente no salimos mejores. Todo lo que está pasando hoy frustra. A los jóvenes no se les permite pensar en el futuro, se les permite pensar en cómo zafo hoy. La gente es el motivo de mi laburo.

-¿Te asustó la pandemia?
-La verdad que me asustó. Pensar en el mundo totalmente tomado por esto… yo, un señor de 66 con la panza grande y la respiración lenta, ¡me pegué un jabonete! Muy poca gente admite que tuvo miedo, pero hay que tener conciencia de lo que pasa alrededor.

-¿Te alcanza con la pintura para expresar todo lo que querés decir?
-Siento que la pintura está muy bien, pero no dice todo lo que yo quisiera. Cuando te queda corta la pintura como medio de expresión, te volcás a otra cosa, como puede ser la fotografía, las instalaciones o el video arte. Hoy es todo tan amplio… la gente joven y la tecnología crean a partir de programas, del 3D y montones de cosas que nosotros no tenemos ni idea. Creo que como medio de expresión el cine es de lo más completo: reúne la literatura, la música, la fotografía, todo. Lástima que los norteamericanos le meten fuegos artificiales a mensajes vacíos y no dejan lugar a que se pueda ver otro tipo de cine.

-¿Es difícil ganarse la vida como artista?
-Muy difícil. A veces, cuando digo que soy pintor me preguntan: ‘¿Y de qué trabajás?’ El mercado se potencia o no, como todo. Desde los años 90 y pico trabajo y vivo de mi trabajo, que son las pinturas en general, que es lo que se vende, y las clases, clínicas o encuentros con artistas emergentes.

NUEVO VECINO. Hace seis meses se mudó junto a su esposa a una casona de El Cazador con amplio parque.

-¿Para qué sirven las muestras o exposiciones?
-El artista tiene que vivir, sus obras no son solamente para tratar de comunicarse o decir algo sino también para intentar vender la obra. Es una forma de que se vea. Hoy hay galerías por todos los barrios, cualquier lugar puede poner obra y llevar el arte y la cultura a todas partes y hacerla accesible. Pero la galería está para vender a sus artistas y posicionarlos.

-¿Es muy competitivo el mercado del arte?
-Hay mucho, no digo demasiado porque nunca es demasiado. Pero no hay tantos espacios para que tantos artistas puedan exponer. Por eso es importante que abran lugares y acompañar desde el Estado para dar una imagen al mundo de un país culto y formado. Pero el negocio es del que abre la galería.

-¿Sos consumidor-comprador de arte?
-He llegado a comprarme algunas cosas que a mí me parecen fundamentales. No son caras ni baratas, algunas hasta las cambié por mi obra. Pero si hablamos de lo comercial, de los grandes remates internacionales donde se vende una obra en 450 millones de dólares, creo que ese es un problema que tiene que ver con el sistema de capitalismo extremo en el que estamos todos metidos. Tan absurdo como que Messi tenga 500 palos en el banco.

“Que una obra se venda en 450 millones de dólares es un problema que tiene que ver con el sistema de capitalismo extremo en el que estamos todos metidos”.

PROYECTO. Waissman piensa crear un lugar de encuentro artístico en su casa del barrio El Cazador.

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