El día que la mayoría de los amantes del fútbol creían que nunca iba a llegar, finalmente llegó: el miércoles 25, Diego Armando Maradona falleció, a los 60 años, y se llevó consigo un pedazo del corazón de gran parte de los argentinos. Con sus aciertos y sus errores, “Pelusa” dejó un legado imborrable y se ganó el cariño del mundo entero, que lo despidió con lágrimas en los ojos.
Es que él era así: amado u odiado, siempre trascendió todo tipo de fronteras y sus proezas se transmitieron de generación en generación, provocando reacciones a favor y en contra. Y su fallecimiento, lógicamente, no fue la excepción. Su carrera deportiva lo catapultó al estatus de leyenda, desde su origen humilde en Villa Fiorito -partido de Lanús- hasta Nápoles, Dubái o la mismísima estratósfera.
Luego de quedarse afuera del Mundial 1978 por muy poco -una de sus mayores decepciones personales, según contaría después-, se adueñó de la 10 del histórico Mario Alberto Kempes y nunca más la soltó. Con ese dorsal, ingreso a la mitología futbolística ocho años después, en México, donde completó una de las actuaciones individuales más impresionantes de la historia del deporte.
Pero reducir a Maradona únicamente a su faceta dentro de la cancha sería injusto. Su historia es el ejemplo del sueño de cualquier pibe que nace en un barrio carenciado y anhela triunfar, para ser ovacionado por la hinchada y poder darle un futuro mejor a su familia. En parte, Diego nunca dejó de ser ese nene que le decía a las cámaras que su sueño era “jugar un Mundial”.
Quizás sea por eso que nunca se olvidó de sus orígenes, aun cuando amasó una fortuna por la que hubiera podido quedarse viviendo en un palacio de Dubái y no volver nunca más. Quizás por eso, también, miles de personas se hayan acercado a darle el último adiós en la Casa Rosada, a pesar de la pandemia. El barrilete cósmico se elevó al cielo, pero sigue más presente que nunca.
Despedida y homenajes
Una vez conocida la noticia de su fallecimiento, miles de tributos se rindieron a lo largo y ancho del mundo, desde Timor Oriental hasta el mismísimo estadio Azteca, donde el astro argentino quedó inmortalizado. Pero la muestra de amor más grande se vio el jueves 26 en los alrededores de la Casa Rosada, donde se realizó el funeral.
Varios escobarenses fueron hasta allí para tratar de despedirse del máximo ídolo popular. Dada la multitudinaria convocatoria, la gran mayoría se quedó sin poder ingresar a darle su último adiós. Uno de ellos fue Leandro Cimino (28), un docente de Arte que profesa su idolatría por el 10 desde que tiene uso de razón. “Cuando me enteré sobre su muerte, dejé de lado todo lo que tenía que hacer. Sentí que se me murió un familiar. Fue tremendo”, le cuenta a DIA 32.
Este vecino de Garín e hincha de Ituzaingó esperó varias horas bajo los fuertes rayos del sol y no pudo entrar. No obstante, difícilmente olvide las imágenes que vio: “Me quedo con que había muchísimas camisetas de clubes, incluso de hinchadas rivales, conviviendo. Eso es algo que solo una persona como Maradona puede lograr”, destaca.
Alguien que corrió con mejor suerte fue Leandro Vergottini (29). El concejal del Frente de Todos salió bien temprano de su casa, hizo la fila y pudo ingresar para despedirlo. “Entre y me largué a llorar. No estuve ni diez segundos, pero fue muy emocionante. Si no iba, me iba a arrepentir toda la vida”, sostiene.
Algo increíble le pasó ese mismo día a una conocida familia escobarense: los Magnani, de una larga tradición en la floricultura, a quienes les encargaron una corona para el funeral nada menos que de parte de Pelé, el rey del fútbol brasilero.
“Nos llamó una persona diciendo que hablaba de su parte y que necesitaba una corona, porque en Capital estaba todo desbordado”, explicó Gastón Magnani, quien todos los días atiende el tradicional puesto de flores de la plazoleta de Tapia de Cruz y Colón. Fue a través de una publicación suya en Facebook que se conoció y llegó a los medios la particular historia.
O Rei, de 80 años recién cumplidos, no pudo estar presente en la despedida. Por eso es que hizo llegar esa ofrenda al Jardín de Bella Vista, el lugar donde ya descansan los restos de Diego. “Llevarle una corona al más grande del fútbol argentino y de parte de un astro como Pelé es inexplicable, muy loco”, afirmó el comerciante en declaraciones a El Día de Escobar.
Por su parte, el intendente Ariel Sujarchuk tampoco se mantuvo ajeno al fervor popular y el mismo día del funeral anunció su decisión de homenajear a Maradona con una estatua en el parque de la estación de Belén de Escobar. Para esto, envió un proyecto de ordenanza al Concejo Deliberante.
Entre sus fundamentos, destacó de Maradona “su aporte al deporte argentino” y que fue “desde muy joven un referente deportivo no solo para todos los argentinos sino también para muchos amantes del fútbol en el resto del mundo”.
Con igual sentido del oportunismo y admiración, el concejal macrista Diego Castagnaro promocionó un proyecto de ordenanza para que el microestadio municipal de Garín lleve el nombre del astro. También empezaron a verse en las calles los primeros murales y seguramente se sumarán muchos otros homenajes más.
Es que una figura como Diego Armando Maradona nunca podría haber pasado desapercibida en este mundo. Además de una infinidad de frases que quedarán para siempre en el imaginario colectivo, supo brindarle felicidad a millones de personas. “Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente. Con eso me basta y me sobra”, dijo alguna vez.
El más humano de los dioses, como lo bautizó Eduardo Galeano, ya cumplió sus sueños en esta tierra. Afortunados son los ángeles, que ahora lo deben estar viendo dibujar gambetas sobre las nubes.
HALLAZGO Y SUEÑO TRUNCO
Una familia de Maschwitz tiene el primer auto del 10
El papá del piloto internacional Nicolás Varrone compró el auto en 2003, luego de encontrarlo abandonado en un gallinero -paradójicamente- de la localidad de Salto. “Fui al registro del automotor, pedí los datos por el número de patente y el legajo estaba ahí. El auto estaba a nombre de Diego desde que lo compró 0 kilómetro. Los trámites los había hecho Jorge Cyterszpiler, que en ese momento era su representante. Y ni lo dudé: lo compré y me lo traje”, contó.
Varrone restauró el vehículo y su intención era devolvérselo al 10. De hecho, había iniciado gestiones para hacerlo. Su sueño quedó trunco, aunque conservará un tesoro.
Dentro de su colección de autos, el maschwitzense Martín Varrone tiene una pieza muy especial. Se trata del primer coche que compró Diego Maradona: un Fiat 128, que la por entonces promesa del fútbol mundial adquirió en las vísperas de la Navidad de 1982. Fue una noticia muy difundida en esa época. Dos años después lo vendió, aunque el rodado sigue a su nombre.