Hay comercios que, con el paso del tiempo, se convierten en emblemáticos y que tienen detrás una gran historia. En Belén de Escobar, uno de ellos es el Bazar Lisboa, que inició su actividad hace 50 años de la mano de un matrimonio de inmigrantes portugueses.
Isabel Sanches y Rafael Gomes nacieron en Portugal, en pueblos cercanos, aunque no se conocían entre sí. Cada uno vivía con sus familias, pero con algo en común: no estaban pasando un buen momento económico. Al escuchar referencias de emigrantes que venían de Europa a Argentina, supieron que este país se progresaba rápidamente.
Rafael llegó en 1955, con 15 años. Isabel desembarcó en 1963, a los 18. El primero en hacer pie fue el padre de Rafael, Antonio, que se asentó en Don Torcuato, trabajando en quintas de verduras. Después mandó plata para que viajen su hijo y una hermana. Más adelante se sumaron su mujer Irene y más tíos.
De la familia de Isabel, su padre Alfonso partió primero de Portugal a Brasil. Tiempo después llegó a Escobar para trabajar en el cultivo de flores. Empezó como empleado y luego alquiló un campo para tener su propia plantación. Al irle bien, hizo que vengan su mujer, Alejandrina, su hija y tíos.
Con cada familia instalada en Escobar, la pareja se conoció al poco tiempo y se casaron. Tuvieron dos hijos: Héctor y Alicia Gomes. Pero también supieron darle vida a un comercio que con los años se convertiría en un lugar icónico: el bazar Lisboa, honrando a su país de origen con el nombre de su ciudad capital.
Un negocio con historia
La familia se dedicó siempre al campo, a los cultivos de verduras y el mantenimiento de quintas, donde vivían. Con el tiempo, decidieron mudarse al entonces pueblo de Belén de Escobar. Fue ahí cuando pusieron en marcha el comercio, a fines de 1974, en la esquina de avenida San Martín y General Paz, de donde nunca se movió.
Buscando un perfil orientado hacia el público femenino, empezaron con artículos de bazar, regalería y algo de juguetes para los chicos.
“Mi mamá siempre estuvo al frente del negocio, dio la vida por él. Falleció el 14 de diciembre de 2020 en su casa. Hasta la mañana de ese día estuvo atendiendo, aunque se sentía cansada. Sufrió un paro cardíaco, todavía no nos cabe en la cabeza por qué le pasó. Tenía una conducta intachable, se cuidaba, salía a caminar. Tenía 75 años”, le cuenta Héctor, a DIA 32. Su padre había muerto en 2005, a causa de un infarto.
El hijo de los fundadores del bazar explica que él se crio en el campo y que anduvo arriba de los tractores hasta hace diez años. “Después me vine al negocio, donde siempre estuve colaborando, igual que mi hermana”. Alicia (57) es la que viaja a Capital a buscar mercadería.
“Siempre trajimos cosas buenas, nada berreta. El que viene a comprar acá sabe que se lleva algo bueno, por eso paga un mango más”, señala, orgulloso de los productos que ocupan cada estantería, cada pared y las vidrieras del local.
Calidad y variedad
La mercadería del bazar es de marca. Cada cosa que se compra allí dura años y es de una calidad increíble. Cada sector de exhibidores tiene su temática: hay vajilla, cristalería, ollas, sartenes, pavas, juegos de mate, fuentes, teteras y tazas de porcelana. Además de adornos, manteles, accesorios, iluminación y relojes de pared.
“El bazar siempre anduvo parejo, sin picos buenos ni malos. No pagamos alquiler y no dependemos solo del negocio. Cuando la gente tuvo plata la gastó en Miami (sic) y cuando no tiene viene a comprar acá (risas). Tengo clientes pudientes, que vienen por la trayectoria. A mí me gusta asesorarlos y explicarles qué están llevando. Lo bueno siempre va a durar más”, asegura, convencido del éxito del Lisboa.
El comerciante afirma que los productos de bazar siempre quedan para lo último en la compra familiar. Que siempre la gente busca “tirar” con lo que tiene en la casa y que la prioridad es la comida, los remedios y la ropa. Sin embargo, siempre hay cosas que se necesitan renovar.
“Hay días que se venden pavas, otros sartenes, otros cubiertos. En invierno salen las ollas gastronómicas para hacer locro, las cazuelas, las cucharas. Los fines de semana largos vienen a comprar vasos y platos porque tienen invitados, lo mismo en las fiestas de fin de año. Y en verano vendemos termos, conservadoras, cosas para las vacaciones. Hace poco fue el día de los ralladores de nuez moscada. Si tenía cincuenta, los vendía todos. Nadie tenía y venían a buscarlos acá”, detalla, con precisión y asombro.
Los adornos, como cuadros, estatuillas o portarretratos, cuesta más que salgan, pero para eso también hay etapas. Están los que se llevan cosas en cantidad y los que buscan para hacer regalos empresariales. “Hubo cuadros que estuvieron diez años colgados, y en unos días se los llevaron. Son épocas, cosas que no tienen explicación”.
La pandemia fue un disparador para que mucha gente se dedicara a la repostería en sus casas y esto favoreció a los bazares. En esos años las máquinas para rellenar churros, los moldes para hacer tortas y pastafrolas, así como los sopletes para quemar merengue, salieron como nunca. “Vendía 20, 30 churreras por semana. Después de la pandemia, ni una”, señala, aún sorprendido.
De gala en Navidad
En las últimas semanas de cada año, Bazar Lisboa se distingue por verse iluminado y decorado como si fuera una exclusiva casa navideña en un shopping. Con una inmensa variedad de artículos vistosos y de calidad, para armar pesebres, enormes árboles, borlas de todas formas y luces tecnicolores.
Esa idea nació décadas atrás con Isabel y se convirtió en un clásico. “Siempre quería ver su bazar hermoso, aun sabiendo que quizá no se vendía tanto. Compraba adornos caros y no le importaba. Le gustaba que el negocio esté elegante y que la gente le dijera ‘qué hermoso bazar tiene’. Era una caricia al alma para ella”, recuerda su hijo, con melancolía.
“Por eso seguimos armando todo con mi hermana. Pero este año pienso que será el último con cosas de Navidad, porque es mucha la inversión y no se puede gastar tanto. No es redituable, sobra mercadería. Aunque hubo clientes que pedían llevarse el árbol armado, como estaba en la vidriera. Le poníamos una bolsa y se lo llevaban, pero no es para cualquier público”, comenta.
El legado familiar del Bazar Lisboa está cumpliendo nada menos que medio siglo, aunque quizás la cuenta no se extienda mucho más. “No creo que ni mis hijos ni mis sobrinos continúen. Estaremos unos años más y después cerraremos. Lo seguimos por la trayectoria, por mis padres y todo lo que ellos lucharon”, confiesa el comerciante.
Un clásico de la ciudad que equipó miles de casas, que armó infinitas listas de casamientos y al que este año le toca festejar sus merecidas bodas de oro, brindando por lo que supieron construir sus fundadores junto a una clientela siempre fiel.
“A mi mamá le gustaba que el negocio esté elegante y que la gente le dijera ‘qué hermoso bazar tiene’. Era una caricia al alma para ella”.