Ese inconfundible olorcito a comida de la abuela no puede faltar en la casa de Beatriz Santecchia (88). Sus nietos, Luisina (16) y Lautaro Morazzini (18), aseguran que no hay como su tortilla de papa y sus guisos. El secreto no está en los ingredientes: “La cocina es como la familia, hay que tratarla con amor”, asegura esta amante confesa de las salidas y el baile.
Beatriz, además, se considera una mujer frontal, su ritmo preferido es el tango, disfruta de cuidar las plantas y conserva la costumbre de su madre de coleccionar botones. Eso sí, nunca pensó que los luciría todos juntos en uno de sus trajes de carnaval y que sus fotografías llegarían a miles de personas.
Nació un martes 13 de marzo de 1931 en Corrientes capital y llegó junto a su familia a Escobar cuando tenía 6 años. Vivían retirados, en el campo. “Mi padre cosechaba zapallitos, batata, papas, arvejas y maníes. Agarraba las bolsas y las vendía en el centro de Escobar, iba a la panadería de Bertolotti y hacían trueque: un kilo de azúcar, galletas, pan o harina por un kilo de zapallitos”, recuerda.
El corso también fue parte de su infancia: “Como a mis padres les gustaba bailar, nos llevaban a mí y a mis hermanos con ellos. Nos ponían cualquier cosa y lo importante era que no nos durmiéramos, entonces nosotros corríamos de acá para allá. Íbamos al Club Boca del Tigre. Crecimos bailando. Es muy fuerte la sensación, inexplicable… para mí el carnaval es un sentimiento. Cuando era chica me quería ir a un circo y no me dejaban, lógico. Me gustaban las payasas y quería ser una de ellas”, le cuenta a DIA 32.
Si bien no concretó aquel sueño de la niñez, siempre buscó la beta artística e hizo sus primeros pasos en el actual teatro municipal. Su hija, Laura Casal, asegura que su mamá tiene “las tablas en el alma”. Por su parte, Beatriz recuerda: “En los años 50 me convocaba Tomasito (Tomás Seminari) y hacíamos de todo, nos divertíamos mucho. Ahora, con mis hermanas, figuramos en la lista de la entrada del teatro”.
Hoy conserva la picardía, la vitalidad y el glamour -nunca se baja de los tacos- y está rodeada de una familia cómplice que intenta seguirle el ritmo. Vive con su hija y sus dos nietos sobre la calle Asborno, frente a la plaza, y cada fin de semana tiene su cita obligada en el Centro de Jubilados Jubelén.
Todos los domingos, de 19 a 1, sale a bailar con sus amigos. “Nunca faltamos, estamos ahí llueva o truene. Es como en el colegio: si faltás, no pasás de grado. Y yo me muevo sola, nada de bastones, me manejo con un remise de confianza, voy y vengo a la hora que quiero y siempre con mucha alegría, me llena el alma. Yo no tomo medicación, lo único que necesito es bailar”, resalta la abuela, que es la última en levantarse los lunes.
Para mí el carnaval es un sentimiento. Cuando era chica me quería ir a un circo y no me dejaban, lógico. Me gustaban las payasas y quería ser una de ellas”.
Furor en las redes
El evento especial de carnaval en Jubelén es una celebración que Beatriz espera todo el año. Para ella es muy importante confeccionar su propio disfraz: por un lado, meditar y pensar con qué va a sorprender a sus amigos; después, llevarlo a cabo con tiempo… y en secreto. Arma y cose los vestuarios en su habitación, donde tiene todos los materiales que necesita.
En marzo causó sensación con un traje que le llevó tres meses de trabajo: chaleco, pollera, tacos, brazaletes, sombrero, cartera y monedero, cada pieza colmada de botones de todos los colores. “La diferencia con respecto a uno alquilado está en el tiempo y el sacrificio que lleva, en este caso tuve que seleccionar los botoncitos y coserlos uno por uno. Mi mamá los guardaba, tenía cajas llenas, y a mí me quedó esa tradición. Los junto con paciencia porque me da lástima tirarlos”.
De la fecha tan esperada, recuerda cada detalle: “Doblé toda la ropa, la puse en un bolso y me fui al baile, es como el día que te vas a casar. A eso de las 11 fui al baño y me cambié. Salí última y todos se sorprendieron a la vez, como cuando hacen un gol”, comenta, orgullosa.
La noche anterior a la gran celebración de Jubelén, su nieta tuvo la ocurrencia de subir a las redes sociales una foto de su abuela luciendo el llamativo traje. Cuando Beatriz se enteró, se disgustó muchísimo: “Estaba enojada porque sus amigos iban a ver su disfraz antes de la fiesta, entonces le expliqué que ellos no tenían Twitter, que no se preocupara”, cuenta Luisina.
A Beatriz le costó entenderlo, pero después empezó a disfrutar los saludos que llegaban de Comodoro Rivadavia, de España, de Guatemala y de otros lugares lejanos. “Mi nieta me leía los mensajes, me conmovieron el alma, no lo esperaba. Yo lo hago porque lo siento, no para los demás”, comenta sobre la emoción de aquellos días, donde salió en un diario de México, en dos de España y le hicieron entrevistas en radios y televisión. Incluso llegaron a ofrecerle exhibir su traje en un museo.
“La repercusión se dio en una noche: de un día para el otro la abuela hizo furor. Finalmente lo aceptó y le encantó, porque en el fondo es una estrella”, afirma su nieta.
Los 88 años de Beatriz, el 13 de marzo, fueron la excusa perfecta para seguir de festejo. “En el club me hicieron una sorpresa. Estaban todos mis afectos. Yo no quería llorar, pero me latía fuerte el corazón”, admite.
Generosa, no se guarda la receta para conservar la vitalidad que la distingue: “Hay que quererse mucho, no llevar mochilas que no son de uno, y siempre seguir” asegura. Por cierto, ya tiene pensadas dos opciones de traje para el carnaval 2020. Pero, por supuesto, no piensa revelarle sus ideas a nadie.