La caña, la madera, la tierra y la temida paja brava abundan en este suelo y con un poco de técnica y coraje bastan para hacerse una casa. Es un método que prioriza el uso de recursos naturales, reciclados y de cercanía frente a los industrializados. En el partido de Escobar, además, la elección de este sistema suele ir de la mano con la intención de cuidar el entorno natural.
Dice el refrán que la basura de uno es el tesoro de otro; en consonancia con esa expresión, los desechos también encuentran un sitio en la construcción natural. Pallets, neumáticos, silobolsas y botellas PET adquieren una segunda vida como estructura o relleno de paredes. La tierra se trabaja en adobes (ladrillos crudos), quincha (entramados de cañas o madera con barro), modelado directo de la arcilla y muchas técnicas más.
Los diseños pueden mimetizarse con los convencionales o ser redondeados y orgánicos para fundirse con el paisaje. Los techos con cubiertas vegetales, las pinturas con tierra y las terminaciones con cal (estucos, jabelgas, tadelakt) completan las vistas.
Dispersas y discretas, las bioconstrucciones están presentes en muchos lugares del distrito. Hay barrios que desde su origen se plantearon como sustentables. Uno de ellos es Ecochacras, un loteo próximo a la calle Islandia. Pero este tipo de casas se encuentra también en Ingeniero Maschwitz, Loma Verde o El Cazador. Algunas más vistosas, otras disimuladas entre la vegetación y los techos vivos.
El barro es una invitación a reunirse y disfrutar la naturaleza, para lo cual Escobar es el escenario perfecto. Grandes y chicos se juntan en casas de familiares y amigos y atraen miradas vecinas, mientras mezclan el material con los pies descalzos.
En la zona, un grupo de bioconstructores con trayectorias variadas aspira a cambiar ciertas lógicas en la obra para lograr otra forma de habitar desde los mismos cimientos.
Puro cuento
Poco se parecen estas edificaciones a los históricos ranchos de adobe y paja. El cuento de los tres chanchitos y la industria de la construcción convencional se encargaron de instalar en el imaginario popular que las casas de paja o madera se derriban con algunos soplidos. Así, su fama quedó acorralada por fantasmas sobre su dureza o el ataque de plagas que actualmente, con la tecnología y los conocimientos técnicos, no son más que mitos.
Florencia Miranda (34), “arquitecta del barro”, aventura una mirada al respecto. “El factor económico es tan importante que cuando uno tiene la posibilidad de hacerse una casa va a lo que conoce, que es lo convencional. Pero la tierra se usa desde la antigüedad y hay edificaciones que hoy están en pie; por ejemplo, en Catamarca, en la ruta del adobe”, afirma a DIA 32 acerca de la durabilidad del material, aun con poco o ningún mantenimiento.
Criada entre Capital Federal y Dolores, Miranda eligió Escobar junto a su pareja y compañero en la obra, Francisco Collante (35). Apasionada por la bioconstrucción desde sus días de estudiante, explica los beneficios que ofrece el material: “El barro crea ambientes sanos, regula la humedad, acapara calor para brindarlo al interior y tiene capacidad de aislación acústica”.
En este ámbito se pueden incorporar sin problemas materiales industrializados. “Puede haber cerámicas, así como una estufa de masa térmica. Las elecciones van mutando entre la convencional y la tierra” sostiene. La diferencia es que este método profundiza en el contexto: dónde estará emplazado el edificio, cómo aprovechar la energía del sol, los vientos y la sombra de los árboles para lograr un uso consciente de la energía y una menor dependencia.
La bioconstructora define este estilo como interdisciplinario, ante todo. “No es solo una técnica o método, se trata también del habitar. La arquitectura remite a un modo de hacer, a la estética, y creo que acá se abre un poco más el espectro e integra el cómo se habita esa obra, quiénes participan, quiénes van a vivir”, amplía.
Materiales antiguos, dinámicas nuevas
Florencia Miranda trabaja con un grupo que plantea una dinámica distinta a la que suele verse en la construcción. Una de las propuestas es que los clientes convoquen a familia y amigos para ciertas etapas. En el ambiente, estas “mingas” (del quechua mink’a) son metodologías ya habituales para avanzar rápido con muchas manos. En una jornada se pueden rellenar paredes enteras con barro entre charlas, música y mate. Un hallazgo de esta dinámica es que el espacio se empieza a habitar mucho antes, con anécdotas y recuerdos.
Su pareja, Francisco Collante, cursó años atrás parte de la carrera de Arquitectura, pero se decidió por Trabajo Social. No sabía que el sueño compartido de hacer su casa cerca del Paraná le devolvería el interés por el tema. Para su sorpresa, encontró en este ambiente algo de lo social.
“No es de hippies, no es de pobre, no es una moda. Hay detalles, terminaciones y técnicas que dan un resultado de alta calidad”, afirma Santiago Aragón.
“Hay una vuelta de tuerca en las mingas. Y es que un cliente no es solo alguien que paga por un servicio y lo obtiene, sino que se entrama en una vincularidad con el objeto en obra y con el equipo. Hay una integración o, por lo menos, hay una intención”, desarrolla acerca de esta relación que trasciende lo establecido.
Otro integrante del equipo es Santiago Aragón (32). Oriundo de Remedios de Escalada, partido de Lanús, de una semana a la otra renunció a un trabajo formal y estable en Escobar para dedicarse a la bioconstrucción. Había cursado varios años de Artes Visuales en la UNA (Universidad Nacional de las Artes) y encontró en los materiales naturales una expresión de su búsqueda estética. Sus primeros proyectos fueron, por casualidad, dos casas de mujeres con hijos.
“Ellas venían a revocar o rellenar con barro y compartíamos jornadas de trabajo. Pero no se daba esa relación de que tenés que estar trabajando porque está tu jefe. Al contrario, queríamos avanzar para terminarles la casa, porque vas conociendo quiénes son, sus historias… Y tal vez la pared que ellas revocaban no quedaba perfecta o con la terminación de un profesional, pero pasaba a tener una anécdota, la huella de ellas, de sus hijos. Tenía una calidez, una impronta y sobre todo un recuerdo”, le cuenta a esta revista.
Cuando se involucran los dueños, se revaloriza lo artesanal. “En la arquitectura convencional hay mucho de la imagen, de que tiene que quedar todo perfecto. Y si bien se pueden hacer terminaciones impecables, acá hay algo de quiénes trabajan que se plasma y es valorado. Eso también invita a los clientes a que se animen a participar, porque el sentido que adquiere el espacio cuando se hace con esta energía genera un habitar distinto”, explica Miranda.
“No estamos inventando nada”
La bioconstrucción retoma antiguos conocimientos y métodos. “Lejos de ser inmediato y todo para ya, se revaloriza lo hecho a mano y la particularidad que tiene cada casa. El cliente forma parte de una manera activa de todos los procesos y cada obra termina siendo algo muy especial. No son cosas que se repiten sino todo lo contrario, uno no lo puede sistematizar”, comenta entusiasmada.
Los tres entrevistados coinciden en que un rasgo común de los clientes que los convocan es una mirada ética, una búsqueda de vivir de una manera más sustentable. “En este contexto de crisis climática, la tierra viene a ser la tecnología de punta; entre comillas, porque es algo primitivo, que ya usábamos, pero que nos invita a pensar qué necesitamos realmente, cómo usamos la energía y los recursos”, señala ella.
Por su parte, Aragón remarca: “No estamos inventando nada. Estamos rescatando los oficios perdidos de nuestros padres y abuelos. Usando los materiales que están en el entorno, algunos al alcance de las manos, como la madera, la caña y los troncos”. Además, apunta que, si bien la tierra se suele comprar, en muchos lugares de Escobar la arcilla del terreno es perfectamente apta para trabajar.
“El barro crea ambientes sanos, regula la humedad, acapara calor para brindarlo al interior y tiene capacidad de aislación acústica», sostiene Florencia Miranda.
Desde los márgenes, la construcción natural intenta posicionarse como una alternativa real a la lógica actual. “No es de hippies, no es de pobre, no es una moda. Es algo de calidad. Con la ayuda de alguien que sabe un poco más, podés acceder a tu casa, pero eso no significa que sea gratis. A veces lo elige quien se puede permitir el lujo, porque hay detalles, terminaciones y técnicas que dan un resultado de alta calidad”, remarca el constructor.
“Hay que poder hacer casas eficientes que en el futuro sean nuestros refugios y no generen tanta demanda de energía que próximamente no vamos a tener”, advierte Miranda, apostando a recuperar usos del pasado para dar respuesta a problemas urgentes del presente.
UNA EXPERIENCIA PERSONAL
Hacer la casa con las propias manos
Marianela Bieri (50) trabaja en el ámbito de la gastronomía y el catering. En 2019 alquilaba en Villa Adelina (Vicente López) cuando surgió la posibilidad de tener un terreno en Ingeniero Maschwitz, lugar que conocía por una amiga, en una zona cercana al estadio de Deportivo Armenio. “Justo cuando se cerró todo por la pandemia empecé a venir los fines de semana, trabajar en el jardín y poner el deseo acá. Venía a encontrarme con la naturaleza”, recuerda.
Empezó construyendo 32 metros cuadrados y actualmente está ampliando con una nueva edificación a metros de la primera. Su vivienda está rodeada de plantas nativas que filtran el agua y composteras de alimentos y del baño seco. Su calle es de tierra y en el terreno de atrás suelen pastar caballos; la casa de barro completa una atmósfera de tranquilidad.
En una primera etapa contrató a un albañil vecino para hacer un quincho, con troncos y techo. Luego, lentamente y con sus manos, más la ayuda ocasional de una amiga, empezó a cerrar las paredes con quincha. Hacer su propia casa significó un camino de aprendizajes: “Yo sabía la teoría, pero me faltaba la práctica, así que empecé a probar. A medida que la iba levantando le encontraba más la vuelta de cómo trabajar los diferentes materiales y cada vez me quedaba mejor”.
Nacida en Romang, un pueblo de la provincia de Santa Fe, uno de los motivos por los que eligió la bioconstrucción fue para volver a la naturaleza, a lo esencial. “En la ciudad yo sentía una especie de alienación y quería vivir en un lugar con una vista abierta, donde pudiera plantar lo que yo quisiera”, explica.
Pasaron tres años hasta que pudo mudarse. En diciembre de 2022, y con partes todavía sin cerrar, dejó el alquiler y se fue a Maschwitz. Durante los días siguientes se apuró a cerrar las paredes para que no entraran los mosquitos, pero feliz, sabiendo que había llegado a su casa propia.
La nueva obra, donde ella trabaja a diario, será un hogar compartido con su hija, mientras que la primera se convertirá en su amplia habitación con vestidor. El resultado son edificaciones modulares, “tipo aldea”, define. En la bioconstrucción son muchos los casos en que la casa es algo vivo que muta según las necesidades de quien lo habita.
Tener su propia vivienda fue otra de sus grandes motivaciones. “No quería seguir alquilando y la bioconstrucción era algo que podía abordar”. La cuestión económica pesó. En un principio consideró usar materiales convencionales, pero se dio cuenta de que no llegaría con el presupuesto.
“Hoy que sé lo que es la tierra y los ejemplos hermosos y eficientes que hay, me doy cuenta de que, aunque tuviera dinero, no elegiría nada más. Lo que se siente adentro de una casa de barro no lo sentís en otra y me lo dicen los que vienen. Hay un efecto cueva que nos debe conectar con algo inconsciente, primitivo”, asegura, orgullosa.
NORMATIVAS LOCALES
Municipios que aprueban el barro
Entre 2011 y 2022, más de medio centenar de municipios argentinos aprobaron el uso de materiales naturales y de menor impacto ambiental, según Red Protierra. El pionero en regular este tipo de construcción fue Luis Beltrán, en la provincia de Río Negro, mediante la ordenanza N°24, sancionada en el año 2010. Desde entonces, decenas de gobiernos locales se sumaron a la iniciativa, pero siguen siendo mayoría los que no cuentan con normativas al respecto. Uno de ellos es el partido de Escobar, que hasta el momento carece de una ordenanza específica acerca de la construcción con tierra, a pesar de su notorio avance. Por ende, cada caso es analizado en particular.
Muchas gracias por esta nota.