Por JAVIER RUBINSTEIN
Director de El Deportivo Magazine y El Deportivo Web
Definitivamente, ya no hay más deportes exclusivos para uno u otro sexo. En esta tendencia unisex del deporte, la pelota ovalada no quedó al margen. Y el partido de Escobar tampoco: desde hace dos años el Club San Andrés compite en los campeonatos de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) y en esta segunda temporada, que culminó a fines de septiembre, Las Picapiedras quedaron en el segundo lugar de la Zona Desarrollo.
La mentora del proyecto fue Rosario Callejovky. Ella iba a ver jugar a sus hermanos todos los fines de semana y un día descubrió un partido femenino en Olivos. Enseguida quiso empezar y se lo propuso al presidente de San Andrés, Claudio Acosta. “Hablamos, le gustó la idea y nos formamos de a poco, hace cinco años”, explica a DIA 32 la pionera del rugby en Maschwitz, antes de empezar un entrenamiento en el polideportivo de la localidad.
Cuenta Callejovky que lo que más costó fue reclutar otras chicas a quienes les gustara este deporte y se animaran a practicarlo. Pero una vez armada la base, la juventud de la mayoría del plantel jugó a favor. “Fueron viniendo compañeras del colegio, que no les gustaba el handball o el atletismo y se engancharon con nosotros. Aparte, este año jugamos partidos cada 15 días y eso ayuda, antes entrenaban y no había competencia”, apunta el entrenador Guillermo Blengino, quien hace dupla con Javier Leguizamón.
Poco a poco la disciplina fue ganando adeptos, al punto que el “Marrón” de Maschwitz ya cuenta con dos equipos, el A y el B, con un total de 18 jugadoras.
La modalidad del rugby femenino es el Seven, que es con 7 jugadoras en vez de 15, como los equipos clásicos de hombres. “A veces llegamos con lo justo a los partidos, hay que adaptarse a cualquier puesto”, admite Carolina Dunn, quien con 39 años es la mayor del plantel y entrena junto a su hija, de 15, que a través de una amiga fue la primera de la familia en jugar y después la convenció. “Probé y me cambió la vida, hacía años que no practicaba nada de actividad y me encantó”, confiesa la jugadora.
La capitana del equipo es Agostina Varrone, quien se acercó al deporte de las haches luego de años de practicar danzas y empezar a cursar el profesorado de Educación Física. “Vine con amigas, me gustó y empecé hace un año. No sabía mucho, sólo que había que correr para adelante y pasar la pelota para atrás”, admite la número 10 de Las Picapiedras, que en 2014 dejaron de ser la cenicienta del torneo para ganarse un lugar de relevancia en la URBA.
“Este año tuvimos un progreso grande, antes perdíamos 40-0 y terminamos ganando ocho partidos sin puntos en contra. Todas hacen try, todas patean. Crecieron mucho”, declara el DT, contento con el progreso de sus dirigidas.
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A los golpes se aprende
La estética personal, algo que la mayoría de las mujeres cuida sigilosamente, no es un problema para este grupo de damas todoterreno, que salen a la cancha a jugar sin guardarse nada. “Es un deporte intenso, antes jugábamos más a pegarnos porque nos enseñaron así para perderle el miedo a los golpes. Me quebré varias veces los dedos y ni me di cuenta, después en mi casa me quería matar”, afirma Dunn.
Por su parte, Varrone cuenta sobre los planteos que le hacen sus seres más cercanos al volver a su casa con “heridas” de guerra. “Mi novio sufre cuando me ve las piernas todas marcadas, pero más lo padece mi mamá, ¡toda la vida la nena hizo danzas y ahora juega al rugby!”, se sincera, sin ninguna vergüenza y mostrando orgullo por la actividad que eligió.
Al haber finalizado la temporada regular de la URBA, las chicas juegan amistosos y deberán esperar hasta abril de 2015 para competir nuevamente por los puntos. Mientras tanto, siguen al pie de la letra los entrenamientos y se despiden con una frase a coro que encierra a la perfección lo que sienten: “El rugby tiene todo y su esencia es inigualable, es el deporte que nos llena el alma”.