Es común verlo caminar por la ciudad -aunque ya no sale tanto- a paso cansino, generalmente solo, con la mirada tenue y el corte de bigotes de siempre. Su recorrido consiste en un puñado de cuadras, desde su casa de la calle Mitre al 300 hasta la plaza San Martín, donde el afectuoso saludo que recibe de la gente es quizás el momento más intenso de su día. “En ese trayecto tengo que detenerme tres o cuatro veces», apunta con alegría. Tomás Hugo Seminari, “Tomasito” para Escobar, tiene ya 87 años y una pasión intacta desde la infancia: el teatro, al que en un cocktail de adjetivos define como “vicio”, “enfermedad” y, a la vez, “medicina”.
No es antojadizo ni casual que en 1998 el entonces intendente Luis Patti haya decidido rebautizar al teatro municipal de Escobar con su nombre, en homenaje a la trayectoria de un actor vocacional que lleva la actuación en la sangre y el corazón. En esa sala, la butaca que tiene reservada de por vida suele contar con su presencia, más cuando sobre las tablas hay artistas locales, a quienes trata de apoyar aunque más no sea con el aplauso desde la platea.
Las puertas de la casa donde nació y vive se abren de par en par para recibir a DIA 32, en un living cuyas paredes atesoran diplomas de reconocimiento, recortes periodísticos, fotos de décadas pasadas, en fin, una especie de museo personal. En una charla de más de dos horas, poblada de anécdotas y nombres de glorias de antaño, “Tomasito” responde a todo sin libreto.
¿Cuándo le nació esta especie de locura por la actuación?
A los 10 años entré por primera vez a lo que hoy es el teatro municipal y desde ahí siempre soñé con subir al escenario. A hacer qué no sabía, pero quería estar. Me emocionaba viendo trabajar a José Papa, Vicente Stigliani, Tomás Guida, Elio Castro Marcone, Pascual De Mateo y otros actores independientes de una época como no va a haber otra. Después tuve la suerte de hacer con ellos cinco protagónicos.
¿Alguna vez soñó con ser un actor famoso?
No, porque deseché la única oportunidad que se me presentó. Recomendado por una actriz de José Marrone tuve la oportunidad de hablar con el jefe de programación de Canal 7, Osvaldo Ruiz Cabral, quien me advirtió que si me tomaban iba a tener que dejar de trabajar, y yo lo hacía porque necesitaba tener para mis gastos. “Piénselo mucho -me dijo-, si usted quiere al teatro, tírese a la pileta Si se ahoga se jode, pero tiene que entregarse totalmente, dejar de lado toda actividad y meterse acá, donde va a sentir su vocación» Pero no me animé. Y estuve reprochándomelo y lamentándolo hasta el día que le pusieron mi nombre al teatro.
Si un adolescente que se encuentra en la misma disyuntiva que usted en aquel momento le pidiera un consejo, ¿qué le recomendaría?
No le aconsejaría que haga lo que hice yo, porque puede sufrir muchas desilusiones. Que se juegue entero.
¿Cuál es la recompensa del actor vocacional?
La recompensa mía es que la gente todavía me acepta y me reconoce. No me interesa si soy buen o mal actor, lo que me importa es lo que siento y cómo lo transmito. Yo tengo la suerte de saber llegar a la sensibilidad de la gente, pero no por lo que represente en si como actor, sino por cómo me conduzco. Y eso sí que me lo valoro. Algunos tienen llenos los bolsillos, pero adentro no tienen nada.
Recientemente hizo unas glosas en un festival de tango en la Sociedad Cosmopolita y en noviembre tiene una nueva presentación teatral con el ciclo De la vida y algo más, de María del Carmen Etchegaray. ¿Que lo sigan convocando es lo mejor que puede pasarle en este tramo de su vida?
Indudablemente, ¡si yo estoy esperando que me convoquen! Constantemente quisiera estar arriba de un escenario Ahí me siento realizado y he vivido los mejores momentos de mi vida. Tengo un amor exagerado por el teatro, es parte de lo que llevo adentro.
Una etapa mejor
¿Cómo ha tomado la designación de Iris Pavoni en la Dirección de Cultura?
He hablado con ella y la veo muy motivada, con un afán desmedido, corre de un lado a otro, tiene mucho entusiasmo y lo contagia. Este cargo es justo para ella. Como uno más de la cultura, yo veo que su propósito es no defraudar a los que han confiado en ella. Le tengo mucha fe.
¿Qué diferencias nota entre ella y sus antecesores?
Creo que todos los que pasaron por la Casa de la Cultura tuvieron un desempeño favorable y se preocuparon mucho Graciela (Sureda), a quien aprecio muchísimo, tuvo una buena gestión, al igual que Dori Lubschick, que también la quiero mucho, pero les faltó gente que las acompañara y en su momento existió un vacío, donde no hubo convocatoria. Iris Pavoni tiene la ventaja de que ella lo vivió y ha hecho una convocatoria general, no a un sector. Creo que va a poder trabajar mejor con lo que se ha propuesto.
¿Considera que el Municipio tiene una deuda pendiente con los artistas?
Lo que veo ahora es que las propuestas que ella hace van a tener más gente acompañándola, porque ella está en eso, va a todas partes y está muy vinculada a gente de todos lados. Iris, por sus propias cualidades, tiene más facilidades para poder lograr esa convocatoria masiva que hace falta. Ella no necesita del Intendente o que le impongan algo que no la pueda satisfacer. En este momento se le está dando más libertad a la Dirección de Cultura.
Pueblo versus ciudad
¿Le gusta el Escobar actual o añora al de antes?
Ediliciamente avanzó un montón, pero antes había más calidad de vida. La vida pueblerina, rutinaria de aquellos años, no se puede comparar con hoy. Para los de mi edad era mucho más saludable. Nosotros somos de una época remota, donde el amigo era amigo y el vecino era vecino. Ahora estás en la misma cuadra y no conocés o no te tratás con ninguno.
¿No le agrada mucho el nuevo estilo de ciudad?
En cada ser humano hay una forma de mirar la vida. Sería injusto que diga que ahora no me siento cómodo en el pueblo donde nací. Indudablemente, Escobar adelantó mucho Pero los años pasaron, la vida cambió y ya no hay esa familiaridad que había antes.
¿Igual lo sigue queriendo?
Sí, es más, me agrada, lo que digo es como sentimiento. Lo quiero porque nací en este lugar, volqué acá todo mi amor y mi pasión por lo que hago y no me siento solo ni olvidado, al contrario.
¿Recuerda cuando El Diario de Escobar publicó que usted había muerto?
Sí. ¡con foto y todo! Se habían confundido con mi primo hermano..
¿Y hasta cuándo va a seguir desmintiendo aquella tapa?
Depende, si no se me complican todos los males que tengo… hasta los 95 llego.
Y ya que estamos, ¿no se estira a los 100? Sería un buen motivo para volver a entrevistarlo…
Dios es el que dispone. Pero sí, estaría bueno llegar a los 100.
Perfil
Nieto de italianos e hijo de Tomás Seminan y Juana Mainim, “Tomasito” nació el 1° de enero de 1923 a la hora del brindis. “¡Macho, dijo la partera!”, gritó su padre mientras destapaba una botella de sidra. “¡Mirá lo que es la vida, que el teatro lleva el nombre de él!”, repara.
Hizo sus estudios primarios hasta 4o año. “Desde mañana me atás el carro y te me vas a repartir carne”, le dijo su padre cuando le comentó que quería dejar la escuela. “En aquel entonces, en Escobar vivíamos en otro mundo”. Después trabajó casi 30 años en el Ferrocarril Central Argentino y otros 23 en la agencia de seguros de su primo hermano Hugo Pedro Seminari. Por necesidad, también trabajó cinco años en la policía privada. “Ese ambiente no era para mí, pero estaba atravesando un bajón económico enorme” Y dos años en un invernáculo de flores.
Su primera presentación oficial sobre un escenario fue a los 19 años, en el Club Independiente, con la dirección de Roberto Martelli. “Ahí actué junto a una gloria del teatro escobarense de aquellos años como ‘Amenito’ Blanco, padre de Débora, ¡un actorazo!», recuerda.
“Nosotros éramos actores filodramático. En cada función temamos 550 personas, pero ahora no hay público ni intérpretes para hacer tragedias”.
A sus 87 años, Seminan afirma encontrarse “inspirado, con el espíritu en alto”, aunque también invadido por las añoranzas: “Vivo el presente recordando el pasado, mis años de juventud. La calidad de vida no está en tener una mansión, está en la senda que uno siguió en la vida”, sentencia.
“Parajito, el loco de las alas”
En noviembre de 1989, una sala colmada de la Sociedad Italia de Socorros Mutuos -actual teatro municipal- atestiguaba con entusiasmo el estreno de “Parajito, el loco de las alas”, dirigida por Juan Carlos Villalba y protagonizada por Tomás Seminari.
“Fue una sorpresa que Villalba me convocara, aunque en esa época no había quien pudiera hacer ese papel porque los grandes pioneros del teatro ya habían fallecido”, recuerda el protagonista del ya histórico film, íntegramente rodado en Escobar y del que participaron otros actores locales.
Los gustos de “Tomasito”
¿Películas favoritas?: Pampa Bárbara, Su mejor alumno y, en el orden local, Pajarito…
¿Música?: ¡Tango!
¿Televisión?: No veo, porque no hay nada que me haga bien espíritualmente.
¿Radio?: Escucho tango en una radio de Del Viso, los martes de 22 a 24, y los fines de semana, de 10 a 12.
¿Diarios o revistas?: Diarios no. Leo las revistas de Escobar. Tengo la colección de Historiando Escobar, que la leo siempre. El trabajo de (Alfredo) Melidore es muy meritorio, le hace bien a la gente y a Escobar.
¿Libros?: No leo.
¿Pasatiempos habitual?: No siendo ensayar teatro, tengo por costumbre caminar dentro de mi casa y ejercitar la mente. Antes iba a la plaza, pero hoy no se puede estar tranquilo. Hay jóvenes que te insultan o empujan sin ningún motivo. Y eso duele.
¿Algún lugar predilecto?: Die Engel. voy a las noches de tango de los domingos.
¿Equipo de fútbol?: River, pero no tanto como antes, cuando iba a la cancha.
Pasiones: La vida mía es el teatro, la milonga, el tango. ¡Yo escucho tango y lloro!