En blanco y negro, con óleos o pasteles, en papel o en lienzo, Gustavo Fermoselle (49) encuentra la forma de abrirles paso a las imágenes que lleva dentro. Esos primeros dibujos que hacía en los envoltorios que se usan en las fiambrerías, con el tiempo fueron adquiriendo técnica y color hasta transformarse en animaciones, ilustraciones y singulares obras de arte.
Fanático del Correcaminos, cuando tenía apenas 8 años miraba atento la televisión y copiaba las poses del personaje animado. Uno de sus primeros referentes fue el caricaturista Walter Lantz, creador del Pájaro Loco, que explicaba el paso a paso para aprender a dibujar.
“A veces, cuando ven mis cuadros, me dicen que son un tanto infantiles. Y sí, mi línea tiene algo de infantil… Empecé por ahí y no lo quiero perder”, confiesa a DIA 32 este pintor y dibujante multifacético, que en la escuela primaria solía ser el elegido de las maestras para ilustrar las cartulinas.
En su taller, que instaló hace un año y medio, se puede hacer un recorrido visual tanto de las etapas de su obra como de las técnicas y estilos que maneja: hay cuadros surrealistas, bodegones, geometría, colores suaves e intensos y todo a escalas totalmente variadas.
En medio de lo que él llama “desorden creativo”, los pinceles están en uso, los bocetos se desparraman en la mesa y se traspapela algún imán de delivery. Todas las miradas se las lleva un gigantesco mural en tonos azules con personajes de Buscando a Nemo.
El taller está sobre la calle Italia, en Belén de Escobar, en lo que era un garaje angosto que transformó poco a poco. Divide sus días entre su trabajo como técnico eléctrico en una empresa, la vida familiar con sus tres hijos y el mundo del arte, que lo sorprende cada vez más.
“Tener un lugar propio me ayudó para desarrollar un estilo. Me visitan amigos mientras pinto, conversamos, pasan a tomar algo”, cuenta este vecino, nacido y criado en la ciudad.
Un camino transformador
“Siempre dibujé rápido, mal y sin técnica”, revela. Sin embargo, las vueltas de la vida lo llevaron, inevitablemente, a potenciar su don.
En la etapa que vivió en La Cumbre, Córdoba, tuvo su primera aproximación a la técnica de dibujo. Llegó en 1997 y puso una regalería. Como un guiño del destino, el hijo de la mujer que le alquilaba el local era Santiago Scalabroni, uno de los más reconocidos recreadores de Donald en el país, que trabajaba desde allí para Disney.
Al recordar a su mentor no tiene más que palabras de gratitud. “No te cobraba un peso. Te enseñaba, te marcaba un par de cosas y te mandaba a tu casa a seguir practicando. Hasta que volví a Buenos Aires, en 2001, habré dibujado 8 horas por día. Con él empecé de cero: hice quinientos patos paraditos uno al lado del otro. También me enseñó a entender un guión y a hacer un comic en tinta china”, recuerda.
Una vez que le tomó el gusto a las clases, buscó seguir con esta dinámica en Buenos Aires. Fue aprendiz de Daniel Branca, que estaba a cargo de los dibujos del Mono Relojero en la revista Billiken, con las aventuras guionadas por Enrique Pinti. Después se animó a publicar humor gráfico en un periódico local y en una revista de Estados Unidos, que le pagaba enviándole el ejemplar donde estaban sus ilustraciones.
Así y todo, para que den los números, siempre conservó su trabajo como técnico eléctrico. Pero, de una manera u otra, logró aplicar en este ámbito su costado creativo y dar pasos interesantes: “Un día hicieron una campaña contra el cigarrillo y me ofrecí para hacer dibujos alusivos. El jefe de personal me agradeció la colaboración con una caja de pasteles. Los miré, me pregunté qué eran, empecé a averiguar… y ahí explotó todo”, expresa sobre el día en el que apareció el color en su obra. Lo primero que hizo fue un mono en primer plano, con una mirada conmovedora.
Ya entusiasmado con los colores, con la artista plástica escobarense Virginia Tripicchio empezó a pintar al óleo y, una vez más, descubrió un mundo nuevo: “De entrada empecé a hacer figuras geométricas. Ella me nombró a Dalí, Chirico. Cuando los busqué, entendí la relación. Le decía a Virgina: ‘Acá me siento como cuando entrás a una casa y sentís el olor a la comida, pero no sabés qué están haciendo. Yo me siento así, yo pinto pero no encuentro qué estoy pintando’. Y con ella descubrí la metafísica, el surrealismo”.
Artista por placer
Conforme con mantener el oficio que adquirió en la Escuela Técnica Nº1, asocia la pintura y el dibujo a una plenitud total. Inquieto y curioso, incursionó también en el arte digital e hizo un comic 100 % propio (guión y dibujos), con un argumento que gira en torno al cuidado de la Pachamama.
Actualmente colabora con El último Bastión, la primera revista literaria de Escobar, que empezó a salir en abril de 2019. Ilustró tres tapas con imágenes que acompañaron composiciones o alguna temática del mes. Su desafío fue lograr transmitir lo que buscaban los editores, Cristián Trouvé y Ariel Spadaro. “No era la idea original estar con mis dibujos en la portada, pero ocurrió y fue muy gratificante que me den este lugar”, comenta.
Mientras continúa en su incasable búsqueda de un estilo cada vez más personal, su intención es seguir conociendo personas del medio y presentarse en sociedad. Además, no olvida sus inicios: “Me gustaría recibir chicos para guiarlos, como lo hicieron conmigo. Acompañarlos y asesorarlos sin cobrar, para que descubran los procesos solos”, proyecta, con intención de poner en marcha esta idea en un futuro cercano.