Por DAMIAN FERNANDEZ
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Claudio Verón vivía en Loma Verde, tenía 38 años y una mujer e hijos a quienes alimentar. Cuando la soga apretaba más de la cuenta y el dinero no alcanzaba para llegar a fin de mes, solía trabajar de remisero en la agencia que está en el parador de ómnibus de la Colectora Oeste. Como la dueña es amiga de su madre, el hombre contaba con ciertas facilidades, como no tener que cumplir días ni horarios. Por eso no extrañó que en la medianoche del domingo 24 no haya regresado a la base tras llevar a un cliente con destino a Garín.
Aquel pasajero desconocido, que acababa de bajar de un micro procedente de Entre Ríos, era Lucas Acosta, un joven de 22 años que al llegar a su domicilio, en el barrio La Loma, intentó asaltarlo. El chofer se resistió y el delincuente, sin miramientos, le disparó un tiro mortal en el pecho.
En un intento por ocultar la atrocidad que acababa de cometer, el asesino cargó el cuerpo de Verón en el baúl y dejó el auto abandonado frente a la Escuela Primaria Nº30. A media mañana, la presencia del Fiat Siena gris sobre la vereda llamó la atención de los vecinos, que alertaron de la situación a la Policía. Ahí, poco a poco, comenzó a descifrarse lo que hasta entonces era un misterio.
Horas más tarde, el macabro crimen era noticia en todos los medios nacionales. Y su esclarecimiento se daría, casi por casualidad, ese mismo día.
Arresto a medianoche
Después de abandonar el auto, Acosta huyó con destino Sauce de Luna. Pero su plan de fuga quedó hecho añicos apenas puso un pié en esa apacible localidad entrerriana. Los policías que custodiaban la terminal advirtieron su andar “despistado, tambaleante, como drogado” y se acercaron para identificarlo. Al hacerlo, notaron que tenía manchas de sangre en su gorra y resolvieron que lo más apropiado sería trasladarlo a la comisaría.
Como quien revela un pecado menor para zafar del castigo mayor que le correspondería por sus actos, en el camino a la seccional Acosta habría confesado que llevaba “drogas y armas” en sus bolsos. Entonces, los policías se comunicaron con la Departamental de Federal, desde donde enviaron personal especializado y un can entrenado para corroborar la veracidad de los dichos.
Paralelamente, los agentes notificaron el caso a la comisaría de Garín, teniendo en cuenta el domicilio declarado en el DNI de Acosta. Fue recién ahí cuando se enteraron que el joven que habían aprehendido estaba sospechado de haber ultimado al remisero Claudio Verón. Ante esa novedad, funcionarios de Criminalística de la Policía de esa provincia le realizaron la prueba de dermotest, que consiste en descubrir los nitratos de pólvora en los planos superficiales de la piel de quien disparó un arma.
El círculo cerró rápidamente y las pruebas incriminatorias contra Acosta fueron demoledoras: tenía en su poder un celular que pertenecería a Verón, además del estéreo, el cricket y el GPS del Siena. También llevaba una escopeta recortada calibre 16 -sería la que usó para cometer el asesinato-, un aire comprimido, 35 cebollines de marihuana, cuatro mil pesos y una PlayStation.
Esa misma madrugada, poco más de 24 horas después del crimen, Acosta fue trasladado desde Entre Ríos a la Unidad Penitenciaria de Campana, donde pasará sus días a la espera del juicio.