El parque de su casa es una especie de jardín botánico reducido. Con árboles y arbustos de las clases más diversas, donde sobresalen frutales como la palta, el nogal de nuez pecán y los cítricos, hasta un ombú que él mismo plantó y que está inmenso. A la izquierda sorprende la belleza de un mini lago, plagado de plantas acuáticas florecidas y peces multicolores, que desde hace años cría con especial atención.
En este entorno natural de El Cazador vive sus días Roberto Artiles, este leonino de 80 años, jubilado, ex dueño de una inmobiliaria, viudo y sin hijos, que decidió donar su propiedad a la comunidad a partir del momento que cierre sus ojos para siempre.
El inmueble, de 5.000 metros cuadrados y 32 de ancho, está sobre la calle Zorrilla de San Martín al 3000, frente al Jardín de Infantes N°902, del que es padrino, al igual que de la Escuela Primaria Nº7.
A fines de año pasado el Concejo Deliberante aprobó la donación de esa propiedad al Municipio, con la condición de que cuando fallezca se construya allí un centro recreativo y social.
Infancia difícil
“Mi papá (Luis) murió cuando yo tenía 6 años. Era conserje del club Plaza Mitre y quedamos en la calle. Mi mamá (Adelina) empezó a limpiar casas para ganar dinero. Una señora le dijo que vaya a la Quinta Victoria, que estaba abandonada hace años. Nos instalamos en un galpón, sin luz ni agua, junto a mi hermano Luis. Nos bañábamos y cocinábamos con el agua que sacábamos del Centro Materno Infantil, que estaba a una cuadra”, le cuenta minuciosamente a DIA 32 sobre su niñez en Campana.
“Carita”, como le dicen sus amigos, creció y estudió en esa ciudad. Allí se recibió de docente junto a una camada de legendarias maestras escobarenses como Irma Mucci, Marta Pascuali, “Pochi” Ingrata y Lidia Giambernardini. Pero sólo ejerció durante seis meses, en el Colegio Normal. “El sueldo era miserable, se me iba la plata en lavar el guardapolvo y ponerle almidón”, resume, irónicamente, narrando su corto paso por las aulas.
Al año siguiente entró a trabajar a la fábrica Dálmine, de Campana, donde estuvo varias décadas, con un sueldo mucho mejor y ascensos de por medio hasta llegar a supervisor. En 1966 conoció a la escobarense “Almita” Lalli, quien se convirtió en su compañera. En una salida con ella vio que a Escobar le faltaban confiterías. “Estaba Kabuki y el Ciervo, nada más”, recuerda. Ahí se le ocurrió un emprendimiento que sería auge en su época: Kings.
“Mi suegra tenía un galón en Estrada y Asborno, me lo dio y estuve dos meses remodelándolo. Compré mesas, sillas, sillones, equipo de música y heladeras, saqué a pagar en un negocio de Campana y en siete meses pagué todo, era un éxito. Hasta jardín le hicimos, fue un boom”, afirma Artiles, que también abrió un bowling sobre la avenida Tapia de Cruz.
Después llegó la dictadura militar y lo que pasaba en las calles lo llevó a cerrar los negocios, en 1976. Mientras tanto, siguió trabajando en Dálmine hasta que se jubiló.
Arraigado a El Cazador
Con la plata del retiro de la empresa metalúrgica compró lotes en la entrada a El Cazador, “para invertir”, explica. Su hermano le recomendó que ponga una inmobiliaria, ya que él trabajaba vendiendo terrenos en Campo Chico y le dejaba muy buenos ingresos. Solo debía conseguir un martillero público.
Así fue que conoció a Luis Russo, que tenía el título habilitante y no ejercía. Con él empezó Artiles Propiedades, que después pasó a llamarse Inmobiliaria Del Cazador. El local estaba sobre la calle Kennedy, a metros de la avenida San Martín.
En 1992 atravesó uno de los trances más dolorosos de su vida: su mujer se enfermó de cáncer y a él le agarró una pancreatitis aguda, que le costó 29 días en terapia intensiva con respirador artificial. Mientras estaba en la clínica murió “Almita” y el mundo se le vino encima. “Fue algo muy feo, una tragedia para mí”, sostiene.
Justo en esa época le alquiló una casa a una familia que venía de Capital y que a la postre terminaría siendo un sostén afectivo para él. Retiraba a las nenas del colegio, se juntaban a comer y por esa amistad decidió donarles los cinco locales que había comprado y donde funcionó su inmobiliaria.
“Se los di a porque me mantuvieron vivo cuando murió mi señora. Si ellos no hubieran estado, yo me pegaba un tiro”, asegura, sin tapujos y agradecido por la solidaridad de esa familia en un momento delicado, donde parecía que la vida ya no tenía ningún sentido.
A mediados de los ´90 debió vender el fondo de comercio de su inmobiliaria y empezó a construir su casa actual, en el terreno que está detrás del negocio, con cosas compradas en demoliciones y remates. “Ni bien teché me metí, la fui terminando de a poco. Lo más lindo es el parque, el espacio verde que tiene”, declara, entusiasmado.
Con los años le agregó un quincho, playroom, galería, una pileta de fibra de vidrio y el lago artificial. Un verdadero paraíso verde, de paz y esparcimiento.
Dar es dar
Artiles ya inició todos los trámites correspondientes para que la propiedad sea donada al Municipio cuando él muera. Es la decisión que tomó y que más feliz lo hace. “Se la ofrecí primero a mis sobrinos con la condición de que no la parcelen, pero no la quisieron. Entonces decidí donarla al Municipio para que hagan un espacio para ancianos y chicos, que puedan venir a pasar la tarde y a tomar mate en familia los fines de semana”, señala.
El trámite para la donación pasó en diciembre por el Concejo Deliberante, que aprobó por unanimidad un proyecto de ordenanza. También exigió que en el lugar se habilite una sala de primeros auxilios y una biblioteca.
Entusiasmado, cuenta que ya mandó a hacer carteles para rotular cada una de las plantas y árboles de su parque, para que al visitarlo los escobarenses puedan conocer más sobre estas especies.
Así, dejará un legado muy valioso, pensando en la recreación y el esparcimiento de los vecinos. Una forma de agradecerle a la vida todo lo que le dio.