Por ARIEL J. SPADARO
aspadaro@dia32.com.ar
Decir Malvinas tiene muchos significados para los argentinos. Y otros muy personales para aquellos héroes que, sin imaginarlo, transpiraron ansiedad, euforia, sorpresa, terror, dolor y resignación. Y esperanza, claro, la esperanza es lo último que se pierde.
Todo parece estar dicho institucionalmente sobre los sucesos que se iniciaron aquel 2 de abril de 1982, pero siempre hay cabos sueltos que no conviene recordar, como el día de la rendición y las secuelas que deja en los integrantes de una sociedad. El interés por esos aspectos llevó a DIA 32 a encontrarse con dos veteranos de la guerra de Malvinas, Miguel Antonio Lío y Jorge Roberto Castro, en un mediodía cálido para la fecha estacional.
La cita se torna amena rápidamente, porque pesa el apego por el pasado que los une. No tiene desperdicio escucharlos conversar como si fueran dos amigos que se vuelven a encontrar y recuerdan picardías de niños.
Si las cosas se hubieran manejado distintas, no sé si se perdía la guerra, dispara Jorge.
Pero tal vez para el país hubiera sido peor, porque no enfrentábamos solo a Inglaterra, advierte Miguel.
Es verdad -repone Miguel-, peleábamos contra la OTAN. Pero lo peor fue que los nuestros, quienes tenían mayor rango, parecían una cosa y cuando estalló el conflicto nos defraudaron. Había algunos buenos, pero la mayoría no lo eran.
Tan cerca de la guerra, tan lejos de la realidad
A mí los dieciocho me pasaron de largo,
estrenando opiniones, intenciones y cantos…
Al tuyo, bruscamente te lo desamarraron
y te hiciste a la niebla en el mar del espanto.
Encallaron tus sueños en la turba y el barro.
Fue la muerte bandera…
y la vida un milagro.
Miguel: Me enteré que entramos en guerra cuando el 2 abril, alrededor de las dos de la madrugada, nos hicieron formar y embarcar en el portaaviones 25 de Mayo. Solo recibíamos partes oficiales, porque la interferencia que había no nos permitía escuchar radio.
Jorge: Los informes eran poco creíbles. Nos dábamos cuenta de cómo nos mentían, porque llegaba la audición de Radio Carbe de Uruguay y la información era totalmente opuesta.
Miguel: Todo es distinto desde un portaaviones, porque las sensaciones comienzan cuando entrás a navegar y no sabes en qué momento terminan. Solo se veía la nada y le temíamos a los submarinos.
Jorge: En mi caso, aunque mi tarea era logística y estaba a la retaguardia, también viví momentos inesperados. Recuerdo el día que estaba en la carpa y sentí el silbido de una bomba que cayó a unos metros mío: mató a dos suboficiales e hirió a otros dos. Podría haber caído unos metros antes y… Los primeros días lloré, porque a esa edad no estábamos preparados psíquicamente. Hasta que el 5 de mayo murieron tres compañeros, con uno de los cuales habíamos compartido todo el servicio militar. A partir de ahí solo me interesaba recuperar las islas. No me importaba si moría, quería que la muerte de ellos no fuera en vano.
El almuerzo que trae el mozo distrae las emociones de Jorge y afloja los codos sobre la mesa y los dedos entrelazados de Miguel. Vuelven las risas y las anécdotas de trinchera se suceden, como si enumeraran cada día que transcurrió en las islas. Inevitablemente la charla, como el conflicto, se acercaba al final.
Jorge: Recuerdo cuando estuvimos presos, luego de la rendición, y un compañero correntino que no toleró la situación se nos acercó y nos dijo: “Yo vuelvo muerto, pero me llevo tres o cuatro conmigo”. Así fue: tomó el arma de un inglés y mató a cuatro antes de que lo acribillaran. Todos nos quedamos con la boca abierta. Y siempre me pregunto por qué no tuve el valor para hacer lo mismo…
Miguel: Cuando avisaron de la rendición nos preguntamos, ¿qué hicimos por Malvinas? Siempre nos parece poco. Y si uno tiene que volver, lo haría.
¿Entonces quedó algo pendiente en las islas?
Jorge: A mí me falta ir allá y, por lo menos, ponerle flores a tres de mis compañeros. Pero te digo, ahora que están con el tema del petróleo y demás ¡si hoy me llaman, voy de nuevo! Porque tengo que cerrar mi historia.
¿“Loquitos”, chicos de la guerra…?
El tiempo irá trayendo la amnesia inexorable.
Habrá muchas condenas y pocos responsables.
Dirán que fue preciso, dirán, “inevitable”,
y al final, como siempre, será Dios el culpable.
La historia necesita en sus escaparates,
ocultar el trasfondo de tanto disparate.
No es tuya la derrota.. no cabe en tu equipaje…
Párrafos de la canción
“A Daniel, un chico de la guerra”
(Alberto Cortez)
¿Les costó insertarse nuevamente en la sociedad?
Jorge: Estuve un año y medio sin conseguir trabajo, porque decían que no sabía cómo había vuelto psicológicamente.
Miguel: Yo estaba a punto de ingresar a una empresa reconocida de Escobar, pero cuando vieron la fecha de mi nacimiento me preguntaron si había estado en Malvinas. Luego de ese día no me llamaron más.
Jorge: Miguel está bien y yo también, tenemos familia y laburo, pero otros no pudieron superarlo y se suicidaron, incluso hoy sigue pasando con otros compañeros. De Malvinas nunca se vuelve.
Cuando se nombra a Malvinas la asociación inmediata que uno se hace es con la guerra y el año 1982, ¿cuál es la primera imagen que a ustedes les viene a la memoria?
Jorge: La cara de mis tres compañeros.
Miguel: Adentro del portaviones. Pero también me vienen otras, varía según el momento y mi estado de ánimo.
¿De qué manera los marcó la guerra como personas?
Miguel: Aprendimos a comprender y tolerar más que otras personas. Creo que es un instinto que te queda adentro. Tenés mucha más sensibilidad.
Jorge: Sí, nos dejó un sentimiento profundo por el que tenés al lado, y también por cualquier injusticia que te pasa cerca, aunque no conozcas a la persona que la padece. Malvinas nos dejó sensibilidad, amor y odio. Me quedó mucho odio hacia ciertas personas.
Y de los gobernantes de aquella época, ¿qué recuerdo les quedó?
Jorge: Veníamos rendidos, del frío y del fango, y nos obligaban a que apareciéramos peinados y con los zapatos lustrados… El resto escribilo vos.
Historias con analogías
Escobarense de nacimiento, Miguel Antonio Lío formó parte de la tripulación del portaaviones 25 de Mayo. A los 48 años, disfruta su vida familiar junto a su esposa y dos hijas veinteañeras. Desde 1999 atiende al público en la agencia local de PAMI.
A Jorge Roberto Castro el Batallón Logístico 10 lo tuvo como protagonista de Malvinas. Nació y vive en Bella Vista con su esposa, un hijo y una hija. Desde 2001 pasa la mayor parte de los días en Escobar, atendiendo su óptica sobre la avenida Tapia de Cruz.
Los dos están dispuestos a morir por la Patria.