El calor superaba los 30 grados, mientras la humedad trepaba y se estancaba en la atmósfera. No corría nada de brisa y las libélulas presagiaban lluvia aleteando ruidosas por doquier. Se cocinaba un combustible perfecto para lo que se venía. En el anochecer del sábado 16, se sentía la calma que antecede a las tormentas.
Hacia las 3.30 de la madrugada del domingo el aire empezó a correr suave. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos se desató una lluvia y un viento tan enfurecido y poderoso, similar a un tornado, que no permitía ni cerrar las puertas y ventanas que habían quedado abiertas por el calor.
En cuestión de segundos el caos fue total: cortes de luz masivos, vidrios estallados, todo tipo de objetos arrastrados y volando de jardín en jardín, en medio de la calle y de casa en casa. Techos arrancados de cuajo por la furia de las ráfagas, que según el Servicio Meteorológico alcanzaron los 150 kilómetros por hora. Los relámpagos iluminaban el desastre.
Los árboles añosos caían como piezas de dominó provocando estruendos sobre la tierra, algunos aplastando autos, pérgolas y galerías; incluso casas. Cortando calles y llevándose puestos los postes con cables de electricidad, telefonía, internet y hasta columnas de transformadores enteras, que quedaron tumbadas bajo las copas de los árboles caídos.
Fueron cerca de 40 minutos de terror y miedo. Casi como en una película apocalíptica. Un vendaval sin precedentes cercanos en el área metropolitana bonaerense, que arrasó con todo a su paso.
“En 45 años que tengo de bombero, nunca vi algo igual en la zona”, asegura el experimentado director de Defensa Civil de Escobar, Juan Carlos Toledo, en declaraciones a DIA 32.
El día después
El viento se tranquilizó antes de la salida del sol, pero la lluvia no paró hasta bien entrada la tarde. A primera hora la gente salió asombrada a hacer un primer racconto de los destrozos, acostumbrándose a lo que en muchos casos se convirtió en un cambio de fisonomía total. Donde antes había pinos y eucaliptus de alturas siderales, el cielo negro se dejaba ver en todo su esplendor.
En cuanto escampó, los primeros en empezar a trabajar fueron los vecinos de cada barrio, que salieron con sus motosierras, hachas, serruchos y machetes a liberar las calles. Con solo ver que la devastación era total, fue el tiempo de tomar conciencia de que la luz no volvería por varios días. Tampoco internet, ni la señal de celular.
Si bien algunas zonas fueron más afectadas que otras, los destrozos causados por el temporal fueron similares en todo el partido de Escobar. Por la tarde la gente salió a recorrer sus barrios y, sobre todo, a abastecerse de velas, linternas y agua para afrontar los próximos días.
Eran pocos los comercios abiertos. Solo los grandes supermercados, que son los que cuentan con grupos electrógenos. Algunos habilitaron terminales de carga de celulares: las filas para acceder a ellas eran interminables. Las velas pronto se agotaron y en cuestión de minutos su precio aumentó considerablemente.
Los árboles añosos caían como piezas de dominó provocando estruendos sobre la tierra, algunos aplastando autos, pérgolas y galerías; incluso casas.
Previa de Navidad
Gran cantidad de gente sufrió importantes pérdidas económicas. Los principales perjudicados por la tormenta fueron, sin lugar a dudas, quienes tuvieron daños estructurales en sus hogares, pero también los comerciantes, que en los días previos a Navidad debieron mantener cerrados sus locales por la falta de energía eléctrica.
Incluso muchas estaciones de servicio se vieron impedidas de despachar combustible. En los cascos céntricos de las localidades la luz fue volviendo de a tramos, pero en muchos casos no fueron solo horas sino varios días de oscuridad.
Las heladeras y los freezers de los usuarios comenzaron a descongelarse. Ahí se fueron no solo los stocks de alimentos que muchos tenían para resguardarse de la inflación sino también la mercadería comprada con antelación para las fiestas. Kilos y kilos de comida tirados a la basura.
El trabajo de bomberos voluntarios, Defensa Civil y Desarrollo Social fue incansable. Desde el Municipio informaron que el temporal derribó más de 800 árboles. En los primeros cinco días posteriores se retiraron de la vía pública unos 730.
También se informó que por cada árbol caído se aflojaron un promedio de cuatro postes; es decir, unos 3.320, de los cuales cerca de 2.000 pertenecen a Edenor.
Del lunes 18 al jueves 21 se retiraron de las calles 120 bateas con ramas y árboles, principalmente en zonas de Ingeniero Maschwitz, Matheu y Belén de Escobar, especialmente en el barrio El Cazador.
Los equipos profesionales de Desarrollo Social realizaron 125 abordajes domiciliarios para evaluar el impacto del temporal en las familias más vulnerables. Esto tuvo que ver con voladura de techos y estructuras dañadas.
“Hubo gente que quedó literalmente a la intemperie”, remarca Toledo. El funcionario y otras diez personas de Defensa Civil recorrieron las calles en cinco camionetas ininterrumpidamente durante toda la semana.
Desde el Municipio también se garantizó la asistencia alimentaria de los damnificados y la entrega de más de 30.000 litros de agua potable en bidones, priorizando las situaciones de mayor vulnerabilidad.
Miles y miles fueron los usuarios que quedaron sin luz; dependiendo de las zonas, el suministro fue restaurado durante el transcurso de la semana. Algunos lo sufrieron mucho más que otros. Los habitantes del Delta del Paraná fueron los últimos en acceder al servicio, no solo por los efectos de la tormenta sino también por la crecida del río, producto de una sudestada que no ayudó en nada para mejorar la situación.
Fue la semana de las motosierras, que sonaron incansables desde la salida a la puesta del sol en todos los barrios. Fue la semana del caos y el desconcierto. Pero también se podría decir que fue la semana del milagro de Navidad, ya que, a pesar de tanto destrozo, ningún escobarense perdió la vida ni resultó gravemente herido por este salvaje temporal.