Por EZEQUIEL VALLEJOS
evallejo@dia32.com.ar
El sol empezaba a hacerse sentir en las calles de Maquinista Savio. El barrio se despertaba y se observaban indicios de los primeros mandados de la mañana. Don Carlos García venía caminando despacio por la vereda, llevando la bolsa del pan. Amablemente, invita a pasar y a conocer su taller. Es un altillo luminoso, austero. El banco de carpintero y las herramientas relatan sutilmente algo de lo que implica el oficio de construir guitarras artesanalmente, a la vieja usanza.
Aunque ya pasó las 8 décadas, don Carlos se mueve ágilmente y se entusiasma mostrando la gran variedad de pedazos de madera que guarda. Esos que luego pasarán por sus manos y se transformarán en guitarras de las buenas. De joven dio sus primeros pasos en el mundo de la luthería de la mano de un cura español que hacia violines. Dice que ha construido más de 400 guitarras, es fundador y socio número 1 de la Asociación Argentina de Luthiers y hace tiempo tiene su taller en Savio.
– ¿Había músicos en su familia?
– Lamentablemente, que yo sepa, ninguno fue músico. Mi familia proviene de España, de Castilla la Vieja y León, pero no conozco a mis parientes de allá. Hay un Enrique García, el más famoso de los luthiers que existieron, pero no creo que sea pariente mío, aunque muchos dicen que podría ser. No me puse a investigar.
– ¿Qué es lo que más le gusta de las guitarras?
– Que tienen la virtud de ser una pequeña orquestita por sí misma. Tocando tan solo unos compases ya suena a que está relleno, armónico. El violín, que le gusta tanto a la gente, solo no sirve para nada, es chillón. Pero la guitarra es completita, débil pero dulce. Su sonido, bien tocada, es maravilloso.
– ¿Cual fue su primer contacto con uno de estos instrumentos?
– Fue con un amigo que tenía una de esas berretas de terciado con la que íbamos a dar serenatas. La primera guitarra que hice la copié de esa, pero cuando conocí al luthier José Yacopi y pude trabajar un tiempo para él, comprendí que copiar no servía. A partir de ahí me dediqué a estudiar cómo era la formación de la guitarra, los materiales empleados, las medidas y las proyecciones que debía tener. Desde entonces trabajo mis propios modelos, voy por el cuarto y a la edad que tengo no me conviene hacer más experimentos. Considero que es lo máximo a lo que he llegado.
– ¿Cree que sus alumnos mejorarán su obra o al menos no lo dejarán mal parado cuando dentro de unos años cuenten quién fue su maestro?
– Íntimamente me lo cuestioné muchas veces. Analicé si estaba capacitado para enseñar lo que es la esencia de este oficio. Porque enseñar a “fabricar” puede hacerlo cualquiera. Conozco gente que dice ser luthier, pero compra las piezas hechas y las arman. Son armadores de guitarras, no luthiers.
– Pero si se puso a enseñar y siguió adelante habrá sido porque sintió que sí podía transmitir el conocimiento que aprendió a costa de prueba y error. ¿Qué ve en sus aprendices?
– Tengo alumnos que han salido muy buenos. Es el caso Héctor Robín, que está trabajando en Zárate desde hace mucho tiempo, y de José Casella, de Matheu. Ellos siguen todo lo que les enseñé y muchas veces me quedo admirado de lo que han aprendido y evolucionado, en ciertos aspectos me han superado.
– ¿Qué escuela les inculca a sus alumnos?
– Les enseño la que corresponde a la guitarra clásica española, que hoy en día está desmerecida porque se han incorporado materiales nuevos que no han mejorado al instrumento en sí. Lo han mejorado en relación a la potencia, pero no a la calidad del sonido. Lo que buscaban los grandes luthiers como Enrique García, Simplicio y Manhauser, el alemán, era otra cosa: buscaban la calidad sonora de la guitarra.
A un luthier se le entrega la madera como viene cortada del árbol y tiene que elaborarla, darle sus espesores, saber cómo la va a armar. No conozco a ningún músico famoso que toque con guitarras de fábrica”
– ¿Y usted toca la guitarra o algún otro instrumento?
– Sé leer música, pero sólo toco para mí, me da vergüenza. Me desquito escuchando cuando vienen a visitarme músicos como Jorge Santos, mi amiguito Carlos Roldán, Javier Molina, conozco a muchos…
La pericia de don Carlos respecto al inabarcable mundo de la guitarra se nota fácilmente. Habla sobre la evolución del instrumento desde sus antepasados europeos, como el laúd hasta la guitarra tal cual la conocemos hoy. Cuenta también que la vida lo llevó a tener en sus propias manos la guitarra del General San Martín, cuando trabajaba para un coleccionista, el más famoso de Sudamérica, Luis Cuendia.
– ¿Qué tiene de especial la guitarra hecha por un luthier frente a las industrializadas?
– A un luthier se le entrega la madera como viene cortada del árbol y tiene que elaborarla, darle sus espesores, saber cómo la va a armar. No conozco a ningún músico famoso que toque con guitarras de fábrica, por la simple razón de que están hechas con máquinas que no pueden elegir la madera ni saber cómo van a sonar esas vetas. El luthier selecciona la madera y le da su espesor a mano de acuerdo a la fibra, porque las fibras de la madera no son todas iguales y hay que ir controlándolas pieza por pieza.
– ¿Qué características debe tener la madera para que sea realmente buena?
– Tiene que estar realmente seca, que es diferente a que esté estacionada. Hay maderas que tardan mucho en secarse: el viraró, por ejemplo, puede estar seco, pero tarda 10 años en estacionarse. Una vez que tengo la madera, hacer una guitarra me puede llevar un mes de trabajo. Llegué a tener una colección de 2.500 pedacitos de maderas distintas. Estaban en una caja y mi hermana me las prendió fuego para hacer un asado. Desde ahí perdí la amistad con ella.
– ¿Quiénes se acercan a usted para comprarle un instrumento?
– El que viene a comprar acá sabe tocar muy bien y conoce lo que viene a buscar. Las guitarras las vendo baratas en relación a lo que las cobran los demás. Esa -señala una de las que tiene colgadas en la pared- sale 2.500 dólares. Es barata, porque es una guitarra para toda la vida, está hecha con material del mejor. Ahora voy a hacer unas con palisandro de la India, que ya van a ser mucho más caras porque cada vez cuesta más conseguirlo.
– Lleva más de 60 años construyendo guitarras y su primer maestro fue un cura español, ¿quiénes más le enseñaron los secretos de la luthería?
– De joven estudié Botánica y Ebanistería, eso me sirvió muchísimo para lo que hago. Además, en un momento dado conocí a los dos más grandes luthiers que había en la Argentina: José Yacopi y Rodolfo Camacho Viera. Eran muy vanidosos y se odiaban entre sí. Cuando yo estaba trabajando con Yacopi conocí a Camacho, un loco a quien no se podía contradecir, pero me deslumbraron sus guitarras. Un día me llamó por teléfono y me dijo: “¿Sabés una cosa? Si vos seguís con ese gallego, nunca vas a ser luthier. Yo no quiero tenerte acá adentro, pero te voy a dar clases teóricas”. Lo curioso es que los dos las armaban igual. Seguían la misma escuela, la Torres. Así fue como aprendí, sacando un poquito de acá y un poquito de allá.
– ¿Piensa que con la gran evolución tecnológica y con lo rápido que va todo su oficio puede desaparecer con el tiempo?
– Los que lo matan son los malos luthiers, los pseudo luthiers. Yo estoy confiado en mi gente, ellos van a ser luthiers de profesión. Joaquín, un alumno mío, ya me dijo: “Quédese tranquilo, que yo lo voy a seguir”. Y estoy seguro de que va a trabajar muy bien.
– ¿Le queda algo pendiente como luthier?
– No, ya estoy hecho. Sé que no soy el mejor y encima no supe hacer plata. Pero soy el tipo más feliz del mundo. Creo que por eso tengo la edad que tengo y me siento bien, no estoy enfermo, nada. Me preocupé por lo que debía preocuparme, y por lo que no debía no lo hice.