Parecía que nada podría romper el ritmo pacífico y lento de una jornada como cualquier otra. Sin embargo, algo gordo se había estado gestando en silencio, en la clandestinidad. Aunque durante los días anteriores a ese jueves 30 de julio de 1970 sí hubo algunos movimientos inusuales, que pasaron inadvertidos en el momento pero que después, con el diario del lunes en la mano, cobraron sentido. Como un grupo de mujeres que aparecieron de la nada vendiendo artesanías por la calle. Eran integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Estaban organizando la Operación Gabriela y, caracterizando a vendedoras ambulantes, medían el trajinar cotidiano de aquel Garín que todavía era un pequeño poblado.
Inspirados en el copamiento de la ciudad de Pando por los Tupamaros -el 8 de octubre de 1969, en Uruguay-, un grupo de guerrilleros comandado por el paraguayo Carlos Olmedo tomó la localidad. El operativo fue cinematográfico pero, sobre todo, planeado a la perfección. Tanto, que en solo 50 minutos sorprendieron a los 30.000 habitantes, los incomunicaron telefónicamente, cerraron los accesos vehiculares, controlaron la estación de tren, tomaron la comisaría y asaltaron la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Del operativo participaron 12 mujeres y 24 hombres, que se movieron en cinco camionetas y tres autos. Se hicieron pasar por policías, personal médico o encuestadores. En la oficina de ENTel cortaron el cable maestro con un serrucho. Pero como todo estaba muy bien estudiado, también irrumpieron en la casa de Bruno Torazzo, el único radioaficionado del pueblo, y destruyeron su aparato. De esa manera, Garín quedó incomunicada.
Un supuesto médico, llamado Dr. Krause, y una mujer con guardapolvo de enfermera de la Cruz Roja llegaron a la comisaría con el cuento de que habían ido a examinar a los niños alojados en el hogar OPROVI y que debían “abrir comisión”. Una vez que lograron distraer al oficial de turno, la mujer sacó la ametralladora que tenía escondida en la ropa. Redujeron a los demás efectivos y se hicieron de siete pistolas de diferentes calibres, cuatro revólveres, dos metralletas, cargadores, chapas y uniformes. Antes de irse dejaron una pintada: “Libres o muertos. Jamás esclavos”.
El siguiente paso fue asaltar el banco. Allí ocurrió el único altercado, cuando la misma mujer que se había hecho pasar por enfermera le disparó en el estómago al guardia, que murió horas después. Era el cabo primero Fernando Sulling, oriundo de Matheu. Seis guerrilleros dominaron al personal, a los clientes y a otro vigilante. Saquearon las cajas, pero no pudieron ingresar al tesoro porque la llave estaba en la comisaría y al momento de ir a buscarla recibieron la orden de retirarse a través de los walkie talkies con los cuales se comunicaban. Además, se llevaron la recaudación del restaurante El Farolito, ubicado frente al banco.
Para las FAR, la Operación Gabriela persiguió varios objetivos: hacer su presentación pública, obtener elementos útiles para proseguir su actividad y, al mismo tiempo, demostrar la vulnerabilidad de un régimen militar que a partir del relevo del presidente Juan Carlos Onganía y su reemplazo por el general Marcelo Levingston había logrado un clima social y político de relativa distensión.
Poco antes de su muerte, en abril de 1971, Olmedo declaró en un reportaje publicado en la revista Cristianismo y Revolución: “Sobre Garín cabe decir que es la demostración palpable de que, aplicando una concepción táctica que detecte los puntos débiles del enemigo y aplicando esa condición fantasmal del guerrillero que reclamaba el Che, todo es posible, si además hay disciplina, capacidad técnica y disposición revolucionaria. Garín es todo lo que se dice que fue”.