La gran revolución del hábito de comprar, usar y tirar se dio a mediados de la década del ‘60 con la invención de Victor Mills, un ingeniero químico de la empresa Procter & Gamble que ideó los pañales descartables. Cuando la propuesta se masificó, unos cuantos años después, aparecieron las mil y una formas de hacer la cotidianidad menos trabajosa. Vajilla descartable, servilletas de papel que se deshacen en las manos y van a la basura, bolsas de plástico que solo viajan del supermercado a la casa y de ahí al tacho y tantas otras cosas y objetos que demandan de una larga cadena industrial, mano de obra, extractivismo de materias primas para que su uso sea apenas efímero.
En aquellos primeros tiempos no existía la conciencia sobre el daño que se le comenzaba a hacer al planeta. Si algunos lo imaginaban o incluso lo denunciaban era más fácil mandarlos a callar. Gran parte de la economía funciona gracias a que cuando algo se rompe es más fácil y a veces incluso más barato comprarlo de nuevo que repararlo. El sistema está hecho así a propósito por mentes que solo piensan en regenerar el dinero. ¿O acaso no es una pesadilla lidiar con el servicio técnico de un aparato electrónico? China y su costo de manufactura irrisorio tienen mucho que ver en este asunto.
Heladeras desechables, lavarropas, microondas, computadoras, equipos de música, celulares… infinidad de celulares. Todo para tirar a la basura. La gota que colmó el vaso fue la llegada de la obsolescencia programada. Su definición dice: “Prever una duración de vida reducida del producto, si fuera necesario mediante la inclusión de un dispositivo interno para que el aparato llegue al final de su vida útil después de un cierto número de utilizaciones”. Como si los mares y los rellenos sanitarios fueran a tragarse tanta chatarra y deshacerla en sus entrañas.
La fiesta del derroche está por acabarse, porque a las empresas que se dedican a producir tanto aparato descartable ahora se les pide que se hagan cargo de esos desechos.
De esta manera, la economía está tratando de cambiar de forma; de lineal a circular. De comprar, usar y tirar a reducir, reutilizar y reciclar. Es un concepto que se interrelaciona con la sostenibilidad y cuyo objetivo es que el valor de los productos, los materiales y los recursos se mantengan en la economía durante el mayor tiempo posible. Una forma de reducir al mínimo la generación de residuos.
Se pide a los fabricantes -en algunos países se les exige a través de leyes- que piensen en el producto desde el minuto cero. Por ejemplo, cuando se diseña un lavarropas no solo se debe tener en cuenta que sea ecológico desde el bajo consumo de energía, agua, etcétera, sino qué ocurrirá con cada uno de sus componentes cuando ya no sirva. Esos residuos tienen que convertirse en materia prima que genere otros objetos.
Así, neumáticos en desuso se convierten en zapatillas y zapatos, botellas plásticas en paredes de casas y en otro sinfín de cosas, los deshechos electrónicos en elementos de decoración, los sachets de leche en bolsas para hacer las compras y mil ejemplos más. A todo se le puede dar un segundo uso aprovechando lo que ya fue extraído. Se trata de reducir drásticamente el enorme daño medioambiental que segundo a segundo se le hace al planeta. Y de organizar seriamente un sistema de reciclado y reutilización que no se quede en lo poco que uno puede hacer en su casa sino que se transforme en una gran industria que genere puestos de trabajo digno.