Desde 1983, Eglis Bressán (69) vive en la misma casa de la calle Maipú, en Ingeniero Maschwitz, a una cuadra de la plaza Emilio Mitre. Una edificación que parece de otra época: espaciosa, con techos altos, puertas enormes y muy cálida. Así también es ella, afable. Con una amplia sonrisa en su rostro, invita a pasar y pregunta si está bien hacer la entrevista al lado de la chimenea.
Su nombre, sus ojos claros y su pelo rubio obligan a indagar sobre su origen: “Soy descendiente de italianos, pero soy de acá, de Las Rosas, Santa Fe. A mi mamá le gustó el nombre y me lo puso, simplemente”, le cuenta risueña a DIA 32.
De su pueblo natal se trasladó a Córdoba para estudiar el profesorado de inglés. Pero como ya era inquieta desde chica, a los 19 se fue un año a estudiar inglés a Inglaterra. En el tercer año de la facultad le daba clases a una escritora, que la entusiasmó para obtener una beca de tres meses para ir España.
“Me fui solo con el pasaje de ida. Pero como yo quería ir a Inglaterra, cuando estaba en España conocí a unos ingleses que necesitaban a una au pair y acepté. Tenían un hotel en Blackpool y la mujer estaba por tener un bebé. Fui por 3 meses y me quedé un año. El bebé, Austin, nació cuando yo estaba allá. Todavía tengo contacto con ellos”, relata.
Volvió de Europa en barco y marchó para Córdoba a empezar su carrera de docente. Pero ese plan no duraría mucho. Al poco tiempo, una amiga le comentó que necesitaban una secretaria bilingüe en la fábrica de pilas Eveready, en Jesús María. Sin saberlo, tomaría una decisión que marcaría el rumbo de su vida.
“Yo no quería porque iba a perder las vacaciones, pero el sueldo era tres o cuatro veces más alto”, explica. Antes de ir a la entrevista, su amiga le advirtió que quien iba a recibirla era un hombre soltero de Buenos Aires…
Ella tenía 26 años y no buscaba marido, pero al mes de que Jorge Blanco (69) la tomara como secretaria del subgerente, la invitó a salir. Luego de 83 días de novios, se casaron. “Teníamos la decisión de amarnos y de que las cosas nos fuesen bien. Nunca en 43 años nos fuimos a dormir enojados”, confiesa.
Al año, a Jorge lo trasladaron a Buenos Aires y se compraron una casa en Martínez. Eglis se dio cuenta de que lo suyo era la docencia y empezó a trabajar en colegios de la zona. Tuvieron dos hijos: Jimena (39), que es cineasta -el año pasado filmó su primera película como directora-, y Hernán (38), productor de música, técnico en sonido y cabeza del estudio de grabación El Cubo, que funciona en Maschwitz.
-¿Cómo llegaron al pueblo?
-Teníamos unos amigos con quinta y veníamos siempre. Jorge tenía locura con este lugar. Allá en Martínez no tenía teléfono ni estaba cerca del centro, así que la condición que puse fue que fuera una casa en el centro y con teléfono. En cuanto vimos esta casa supimos que la queríamos. Teníamos una combi que usábamos de casita rodante, un Renault 4 y la casa. Vendimos todo para comprar acá, hasta una pulserita de oro con dijes que tenía.
-¿Cómo era Maschwitz a comienzos de los ‘80?
-Era tranquilo, las calles eran de arena y estaban mucho mejor. No se tiraba a las zanjas las aguas servidas como se hace ahora. Era un pueblo limpio y más cuidado. Yo iba de la casa a la escuela y de la escuela a casa, no había mucho más que algunos negocios, pero las compras las hacíamos en otro lado. Teníamos el servicio del 60, que ahora sí mejoró, y el tren, que era igual que ahora.
-¿Qué extrañás de aquella época?
-Salir y dejar la puerta abierta. Mis hijos jugaban en la calle y nosotros salíamos a pasear en bici hasta el puente de La Arenera. Éramos menos y los vecinos nos conocíamos todos.
-¿Cómo se dio que fueras la primera directora del Colegio Nacional?
-En el ‘83 perdí un embarazo que estaba en término, estuve muy grave. Ese mismo año vimos un cartel en la Fomento que anunciaba que se haría el primer colegio del pueblo. La comisión me citó. Y como era la que tenía más experiencia -diez años de docencia-, me designaron directora. Yo no sabía qué hacer, porque era empezar a trabajar gratis, no había forma de que cobráramos un sueldo. Pero pensé: “Perdí un hijo y voy a ganar a un montón”.
En el ‘83 perdí un embarazo que estaba en término, estuve muy grave. Ese mismo año me designaron directora. Yo no sabía qué hacer. Pero pensé: ‘Perdí un hijo y voy a ganar a un montón’”.
-¿Cómo fueron los principios de la escuela?
-Desde el Ministerio de Educación nos dijeron que empezáramos como instituto y se convirtió en el Centro Educativo Ingeniero Maschwitz. No teníamos nada, comenzamos con dos cursos y 100 alumnos. En el ‘84 hubo como una fiebre por hacer escuelas y creo que era la Directora General de Escuelas que tenía una quinta acá. Hablamos con ella, se hicieron las gestiones y se creó el Colegio Nacional. Les dimos todo servido. Primero funcionó donde está la Fomento, que nos hizo un comodato. Era un edificio muy venido a menos. La cooperadora trabajó muchísimo, fuimos haciendo aulas. Hasta que el 17 de agosto de 2000 se inauguró el edificio propio de la calle La Plata. Ese día plantamos los jacarandás de las veredas y los que están alrededor de la plaza.
-¿De qué forma se las rebuscaron para empezar de cero?
-Como era colegio nacional sabía que siempre tenía que pedir, así que les escribíamos cartas a los diputados y a todos los que pudieran dar una mano. Así conseguimos muchísimas cosas: incluso Canal 9 nos dio como cien bancos. Al principio éramos una familia. Hicimos ferias de platos, asados en la calle… de todo para recaudar fondos. Hasta los chicos venían a pintar.
-En tus años de docencia ¿cómo fuiste viendo el cambio en la relación docente-alumnos?
-A medida que la escuela creció fue cambiando el espíritu de unión. La disciplina también se fue perdiendo. Cuando no hubo más amonestaciones y cuando con la democracia se pensó también en democratizar más a la escuela, uno fue perdiendo ese régimen estricto y todo era más laxo. Nosotros igual hablábamos mucho con los chicos y ellos entendían que había que portarse bien. El vocabulario fue mutando también, se empezaron a escuchar muchas malas palabras porque las empezaron a usar en la tele, en el entorno y al final ya era muy difícil porque había hasta violencia. Se peleaban a la salida. La llegada del celular también fue terrible. Pero también parte de la culpa es de los docentes, que hoy tienen comportamientos que no corresponden. En mi época no se nos ocurría ir en jeans, minifalda y mucho menos un escote, hoy van desarreglados. Todo eso influye, porque el alumno lo toma como modelo. Así va cambiando la educación.
-¿Te jubilaste en 2008, ¿a qué te dedicás desde que no trabajás?
-Antes de jubilarme hice la diplomatura de enseñanza de español para extranjeros. Especialmente iba a Nordelta a darles clases a las mujeres de muchos brasileros que estaban trabajando acá. Después empecé a estudiar italiano y cosas que antes no había tenido tiempo. Hago telar. Con mi marido estudiamos bridge y jugamos, hacemos aquagym y cuando él se jubiló ya dejé las clases de español. Ahora estamos haciendo la diplomatura de Cultura Argentina en la Universidad Austral. Leemos mucho, no me aburro nunca. Salgo con mis amigas, viajamos, paseamos.
-¿Te hubiera gustado haberte dedicado a otra cosa?
-Hice lo que siempre quise. Mi trabajo fue de vocación. Me preguntaban por qué no ponía un instituto de inglés, que iba a ganar más. Pero yo quería trabajar y defender la escuela pública. Me acuerdo cuando se referían a mis alumnos como “los negritos del nacional” y yo no lo permitía, los protegí con uñas y dientes.
POR LOS 35 AÑOS DE LA ESCUELA
La fiesta del Reencuentro
Con motivo de celebrar el 35º aniversario de la fundación del ex Colegio Nacional, la Escuela Media Nº4 está organizando una gran Fiesta del Reencuentro con quienes han pasado por la institución a lo largo de sus distintas etapas. El evento será también una forma de adherir a los 60 años de la creación del partido de Escobar.
La cita es el sábado 14 de septiembre, en el polideportivo de Maschwitz, y están invitados todos los que hayan sido alumnos, docentes, auxiliares y cooperadores, así como quienes integran hoy la comunidad educativa. Habrá gastronomía, shows en vivo y varias sorpresas.