Tras más de veinte años de investigación, dos académicos llegaron a la conclusión de que esta entidad abstracta que cada uno lleva en sí mismo permanece en el universo luego de que las personas fallecen.

Y un día sucedió lo que nadie se imaginaba: la ciencia y la religión, dos caminos totalmente opuestos, se encontraron en un estudio científico llamativo y novedoso que demostró de manera empírica algo que por siglos fue un caballito de batalla del orden dogmático. Tras más de veinte años de investigación, dos reconocidos especialistas llegaron a una conclusión sorprendente: el alma de las personas nunca muere.

Esta entidad abstracta, definida por la Real Academia Española como la “parte inmaterial” de todos los seres humanos, funciona en tándem con el cuerpo y por muchos es considerada fundamental para constituir la identidad de cada uno.

Pese a que no se ve ni se percibe, si ella no existiera los seres humanos no seríamos los mismos y millones de psicólogos quedarían en la calle.

El estadounidense Stuart Hameroff, doctor en Anestesiología y Psicología y responsable del Centro de Estudios de la Conciencia de la Universidad de Arizona, y el británico Sir Roger Penrose, físico matemático de la Universidad de Oxford, le dieron vida a la Teoría Cuántica de la Conciencia, que establece que el alma de cada uno está contenida en unas estructuras llamadas microtúbulos, ubicados en las células cerebrales.

Iniciado en 1996, el trabajo de los dos académicos sostiene que estas minúsculas unidades actúan como canales para la transmisión de la información cuántica que es responsable de la conciencia.

“Cuando el corazón deja de latir y la sangre deja de fluir, los microtúbulos pierden su estado cuántico. La información cuántica que contienen no puede ser destruida. Simplemente se distribuye y se disipa por el universo“, afirma Hameroff en un documental sobre la temática.

Ambos sostienen que nuestra experiencia de la conciencia es el resultado de los efectos de la gravedad cuántica en los microtúbulos. En una experiencia cercana a la muerte, ellos pierden su estado cuántico, pero la información que contienen no se destruye. Es decir que el alma no muere.

Así podría argumentarse la experiencia que atravesó Víctor Sueiro, quien por 40 segundos estuvo clínicamente muerto tras haber sufrido un paro cardíaco hasta ser reanimado por un equipo de médicos. El recordado periodista se cansó de sostener que vio la muerte de cerca y, en base a eso, reflotó su carrera con libros, programas de TV y más.

El cerebro humano cumpliría la función de una computadora biológica y el alma de los seres humanos sería un programa que incluso continúa existiendo después la muerte. En líneas generales, esa es la revolucionaria tesis de los científicos que asombró a propios y extraños.

Son cada vez más las voces dentro del campo académico que defienden la existencia del alma. Lo que era una de las banderas de todas las religiones habidas y por haber suma puntos en un mundo que hasta hace algunos años le era prácticamente ajeno.

Hay cientos de creencias. Algunas personas piensan que después de partir de esta vida irán a un paraíso donde se reencontrarán con sus seres más queridos; otras sostienen que la reencarnación será su destino tras fallecer… Y así muchas más. La ciencia aún no llegó a demostrar nada de esto y probablemente no lo haga nunca.

Pero de algo sí ya hay certezas: lejos de quedarse encasilladas en un cementerio, las almas flotan por los aires y siguen haciendo de las suyas.

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