Por SOFIA MORAS
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De adolescente Diego Pardo (40) comenzó por reparar una criolla abandonada que encontró en su casa. Por entonces no se imaginaba que ese sería el primer encuentro con lo que tiempo después se convertiría en una de sus pasiones. Creció escuchando y compartiendo rock con sus hermanos: sonaban los Guns N´ Roses, Deep Purple y Rolling Stones. En 1992 se le dio: conoció a su mujer y empezó a tocar para afuera. Si así lo precisaba, intuitivamente arreglaba su guitarra.
Con Verónica Kus tiene dos hijos, Francisco (16) y Santiago (13). Sus ocho años en la autopartista Yazaki y algunos otros en una tornería de Escobar, donde trabajaba con su suegro, le permitieron comprar una casa en el barrio Villa Saboya, en Matheu, donde ahora disfruta de su familia, su parque y sus perros.
Cuando tuvo que ser, le llegó la hora al rock. Cuenta que el día que quiso comprarse una buena guitarra, sus ganas de aprender “como corresponde” lo condujeron a la Escuela de Luthería “El Virutero”, en Parque Chacabuco. Fue en 2011 y allí conoció a su primer maestro: Gustavo Versace, experto en guitarras eléctricas.
Por las noches, una vez a la semana, viajaba a la Capital para comenzar con la madera una historia de amor correspondido. “Yo hubiera logrado hacer el instrumento solo, pero necesitaba que alguien me instruya. La precisión es algo que se enseña. Una vez que aprendí, me resultó natural tomar lo aprendido y transformarlo. Este último paso es fundamental: tus manos no son como las mías, cada uno se apoya en la madera distinto a la hora de lijarla”, explica a DIA 32.
Hace ya un año que tomó la decisión de dedicarse exclusivamente a la luthería. Desde su hábitat, como él llama a su casa, trabaja con amor y paciencia en la guitarra de turno. Para quien no está familiarizado con lo que implica esta profesión, la tarea no solamente abarca la construcción del instrumento de cuerda; los grandes desafíos también pueden venir cuando hay que revivir alguno viejito u olvidado en un rincón.
Las reparaciones y restauraciones tienen su magia cuando la guitarra vuelve a sonar. El trabajo es tan fino como construir el instrumento desde cero. En ambos casos, la clave de este luthier es conocer al cliente. “Ningún músico toca igual que otro, yo trabajo con eso: conozco a la persona, cómo toca y a partir de eso, defino cuerdas, afinación, etcétera”.
Las restauraciones implican pintar la guitarra de nuevo, pulir, calibrar, cambiar los cables… es un service completo. El último paso es probar el instrumento. Una vez hecho esto, el luthier hace la entrega al cliente y la idea siempre es lograr que toque y se ponga contento. “Yo pienso mucho en el músico, quiero que dé gusto tocar mis guitarras”.
Parece ser que en el campo de la luthería lo único que lleva a un nuevo cliente, es el anterior. “Este trabajo funciona de boca en boca, por eso es tan importante hacerlo bien. Si atiendo mal a un cliente, va a haber una seguidilla de personas que no van a confiar en mí. Esto no es un kiosco”, asegura Diego.
De la madera a la guitarra
Para entender la elaboración de la guitarra y los materiales que se utilizan para su construcción hay que adentrarse en la jerga del luthier, sus maderas duras y blandas, los poros abiertos y cerrados, el laminado, las incrustaciones… Es todo un mundo de precisión, paciencia y trabajo puramente artesanal.
Cuenta Diego que, dependiendo de lo que quiera el cliente, puede optarse por maderas nacionales como cancharana, lenga, guatambú, paraíso o nogal para el cuerpo de la guitarra y tin, lapacho o incienso para las trasteras. Luego, dentro de las importadas, elige la caoba o el fresno para los cuerpos y para las trasteras el palisandro (de India o Bolivia), el ébano de Makassar (de África), el arce canadiense o europeo.
Mientras acaricia una de las guitarras de su autoría y señala cómo trabaja cuidadosamente cada detalle, sostiene que “la elección de la madera es fundamental” y enfatiza uno de los puntos primordiales: “El amor que le ponés al instrumento, se nota. Si lo hacés solamente por dinero, no sale lo mismo. Estas guitarras suenan distinto a una exhibida en una casa de música”. Lo artesanal siempre tiene color, textura y sonido distintos.
Compartir saberes
Una vez cada dos meses, en alguna parte de Buenos Aires, según la ocasión, un grupo de cinco luthiers se reúne para compartir secretos sobre lo que saben hacer. Cada uno se especializa en algo particular y tiene un conocimiento para transmitirle al resto sobre madera, pegamento o tensores.
“La profesión avanza, evoluciona, y entre amigos nos mantenemos al tanto. Un buen aprendiz no se apura, aprende de a poco y paso a paso. Así como la madera trabaja distinto cuando se acentúa, así también lo hace el luthier con el paso de los años”, afirma el escobarense, que este año se inscribirá en la Asociación Argentina de Luthiers. Así quedará asentado en un papel lo que ya está firme en su espíritu: “La luthería es amor y respeto”.