En términos simbólicos, un puente remite a un paso de una orilla a otra, implica posibilidad y conexión. Dominar esta técnica arquitectónica en la época de los emperadores romanos -llamados también “pontífices”, que significa “constructor de puentes”- permitía la extensión de las puertas de la ciudad, garantizaba caminos que salvaban pasos imposibles como ríos o barrancos y facilitaban llegar al otro lado.
Rebatiendo cualquier superstición, el martes 13 de mayo de 1952 se llevó a cabo en Belén de Escobar la apertura del puente Gobernador Mercante, que cruza el río Luján, junto con la inauguración de la ruta provincial 25.
La obra significó un antes y un después para la numerosa población isleña de aquellos tiempos. Fue un gran avance con respecto a las distintas dificultades con las que convivían diariamente.
Dentro de un programa de inversión en obras públicas de la primera presidencia de Juan Domingo Perón, mientras se construía el tramo de la autopista Ricchieri entre la avenida General Paz y el aeropuerto Ezeiza, comenzaba también a levantarse un puente que unía el pueblo de Belén de Escobar, por entonces perteneciente al partido de Pilar, con las islas del Delta del Paraná.
Su nombre conduce a la historia del coronel Domingo Mercante, que en 1952, a menos de un mes de terminar su mandato como gobernador de Buenos Aires, inauguraba en este camino isleño su última obra. Militar y político argentino, fue uno de los iniciadores del peronismo. Había conocido a Perón en 1924, cuando ambos participaban como profesores en un curso de actualización en la Escuela de Suboficiales.
Mercante fue un gobernador conocido por su monumental obra pública, por la transparencia contable y su talante democrático. Su consagración definitiva llegó cuando Eva Duarte dijo que él era “el corazón de Perón”. Sin embargo, algo ocurrió y de un momento a otro pasó a ser mala palabra. En 1953 fue exonerado del Partido Justicialista, sospechado de corrupción y acusado de deslealtad.
Más allá de estos sucesos que nunca fueron del todo esclarecidos, la obra que cruza el Río Luján fue un verdadero éxito. A cargo de la empresa Prates, el puente fue sostenido por pilotes enterrados a 27 metros de profundidad y por una estructura montada sobre rodillos que soportan mejor el movimiento.
Antes del puente
A fines del siglo XIX y hasta la década del 40, en las islas del Delta comenzó un poblamiento espontáneo pero continuo, que se volvió más estable gracias a la producción frutícola y de maderas.
La primera sección de islas que hoy forman parte del partido de Escobar, entre el Río Luján y el Paraná de las Palmas, era productiva en naranjas, limones, manzanas, mimbre y yute. También se plantaban álamos y sauces para la fabricación de cajones de verduras.
La totalidad de la producción se destinaba al mercado interno y, principalmente, al Gran Buenos Aires. La cosecha anual de frutales se comercializaba a través del puerto de Tigre, llamado justamente “Puerto de Frutos”, que funcionó mucho tiempo como el único proveedor de frutas del área metropolitana.
En consecuencia, los pobladores isleños no tenían más opción que cargar sus productos en barcazas y navegar por el Río Luján hasta este destino; en el camino, que era largo y complicado, debían hacer difíciles y peligrosas maniobras. La alternativa de las lanchas colectivas para llegar a Tigre, que ellos podrían tomar en algún muelle desolado del Luján, apareció recién después de 1930.
Antes de la construcción del puente, la ruta 25 era un camino de tierra precario y el puerto no existía. Para llegar al pueblo de Belén de Escobar, distante unos 16 kilómetros, debían cruzar el río Luján en alguna embarcación improvisada, pero después no disponían de otro transporte para atravesar por tierra el trayecto restante.
Esta falta de acceso no era solamente relativa a cuestiones comerciales sino también a la salud y a la educación.
La circulación inversa, es decir, desde el pueblo a las islas, era prácticamente nula, ya que en Escobar la explotación de este turismo agreste, en comparación a Tigre, tuvo lugar mucho más tarde.
Después del puente
A partir de la construcción del puente del Río Luján, que se inauguró conjuntamente con la extensión de la ruta provincial 25, los productos de los isleños pudieron por fin comercializarse en Belén de Escobar. También hubo un cambio importante en términos de acceso a la salud. “Estamos hablando de casi 6.000 habitantes que ahora podrían llegar a la salita de primeros auxilios. Las parturientas, por ejemplo”, destaca el historiador Juan Pablo Beliera, consultado por DIA 32.
Además, las personas pudieron empezar a inscribirse en un registro civil. “Belén de Escobar pasó a ser un centro neurálgico para esta zona. Anteriormente era inevitable el viaje de dos horas y media hasta Tigre”, señala Beliera.
En términos de transporte público, el puente permitió la entrada de la línea 276, que en ese entonces pudo sumar a sus recorridos este camino isleño y llegar así hasta el Paraná de las Palmas.
A seis años de su inauguración, en 1958, se inició la construcción del puerto de Escobar. “Y esto dio lugar a la Prefectura Naval, a la arenera y al puesto policial. Finalmente, en el ‘73 o ‘74, se creó la Delegación de Islas. Recién en esta década comenzarán, poco a poco, los circuitos turísticos, los clubes de pesca y los náuticos”, finaliza Beliera, enfatizando que todo lo ocurrido fue gracias a este puente, al que ya estamos tan acostumbrados y que este mes cumple 68 años.