
Al pasar por la avenida Villanueva al 1500, ya sea al mediodía o a la noche, es imposible no tentarse con el olor a carnes asadas que todos los días emerge de El Apero, una parrilla clásica de Ingeniero Maschwitz con más de tres décadas de trayectoria.
El parrillero trabaja casi sobre la vereda, a la vista de todos los que pasan. A un costado suyo está a la puerta del local, que parece detenido en el tiempo, a pesar de algunas remodelaciones que tuvo su fachada. En el interior hay unas pocas mesas y más atrás se encuentra la cocina. El ambiente tiene reminiscencias campestres, con objetos típicos sobre estantes de madera, donde también se exhiben botellas de vino.
Láminas con dibujos de Florencio Molina Campos decoran las paredes, pintadas de un verde fuerte. Las mesas están cubiertas con manteles estampados en tonos de naranjas e individuales de cuerina, donde los platos, los cubiertos y los vasos están siempre puestos. Ventiladores de techo con luces blancas y la TV prendida durante todo el día le dan el típico aire de bodegón o de cantina rutera.
Con más de 30 años, El Apero uno de los comercios más antiguos de la localidad. Y aunque pasó de manos varias veces, siempre se dedicó a la gastronomía. Fernando Brester (69), que lo compró en 2010, es su dueño actual. “Sé que lo abrió un señor de apellido Herrera, que se dedicaba a hacer empanadas tucumanas y santiagueñas. Yo se lo compré a unos hermanos llamados Rita y Ramón, que habían llegado de Córdoba. Ellos lo ampliaron e hicieron parrilla”, le cuenta a DIA 32.

Brester cuenta con una larga trayectoria en el rubro. “Durante diez años fui concesionario de la sede social del Jockey Club de San Isidro, tuve dos restaurantes en Palermo Hollywood y otros tantos en distintos lugares, muy grandes”, repasa. “Cuando se terminó el contrato con el Jockey, un amigo que era proveedor de El Apero me dijo que estaba a la venta. Como yo estaba sin negocio, vine a verlo. Estuve 15 días parado en la puerta viendo qué movimiento tenía”, recuerda.
El contraste entre el Jockey Club de San Isidro y la calle principal de Maschwitz fue muy grande para él. Sin embargo, en ese pequeño estudio de mercado se sorprendió por el movimiento que veía y así decidió comprar El Apero. Además, admite que necesitaba un descanso y que un local pequeño iba a ayudarlo para bajar el ritmo.
Curiosamente, Brester no vivió ni vive en Maschwitz. Es originario de La Plata, luego residió en Villa Ballester y actualmente lo hace en el barrio porteño de Belgrano. Dice que no le molesta ir y venir todos los días, porque en el camino va haciendo las compras para el restaurant.
Tampoco conocía el pueblo. Recuerda que solo una vez, de chico, había venido con un amigo de la familia Di Batista a pasar un día en la quinta de ellos. “Fue la primera y única vez que había venido a Maschwitz. Era todo tierra, campo y arena. Ese amigo era pariente de los que tienen el negocio de leña y carbón cerca de la estación”, señala.

Seguir sin hacer cambios
Cuando Fernando Brester adquirió el comercio, no solo que no hizo grandes cambios, sino que dejó todo tal cual estaba. “Soy de la idea de que cuando algo anda bien no hay que cambiar absolutamente nada, ni el nombre ni los empleados, nada. Aunque los empleados con el tiempo se van cambiando”, sostiene.
Cuenta que es un lugar al que siempre le fue muy bien, porque cuando empezó no había más opciones para ir a comer. Existía Popeye, que estaba donde hoy está la Axion, pero los que estaban construyendo casas y trabajando iban a comer a El Apero.
Ya no es tan común encontrar una parrilla tradicional sobre una avenida, algo que le da un atributo particular a El Apero. “Acá se puede encontrar desde un obrero comiendo al mediodía hasta una mujer que baja de un Mercedes Benz a comerse un choripán. Ese es el target. Abarca todo tipo de público”, señala su dueño. El comercio abre todos los días, convirtiéndose en una opción permanente para almorzar, cenar o comer al paso.
“Soy de la idea de que cuando algo anda bien no hay que cambiar absolutamente nada, ni el nombre ni los empleados, nada”.

En cuanto a la comida, se destaca por ser casera, simple. Hay pastas amasadas ahí mismo, merluza, rabas, un poquito de todo… “El fin de semana sale mucho el asado y los días de semana los sánguches, que son grandes y vienen con papas fritas. Con uno de esos ya estás pipón. Las milanesas también son grandes, pero no hay nada que sea la vedette”, explica el comerciante.
El equipo de trabajo de El Apero está conformado por cinco personas: un cocinero, una moza, un parrillero, un ayudante de cocina y el dueño, que hace las compras. Brester asegura la gastronomía no más difícil que otros rubros: lo principal es que quien se dedique a eso lo disfrute.
El mayor problema actual es el aumento de los costos. Sin embargo, sabe que la única forma de sobrevivir en tiempos complicados es tener mucha cintura y resignar ganancia. “Si uno pone los precios que debería poner, no hay gente que lo consuma, porque no lo pueden pagar. Lo que no resigno es la calidad por precio, sobre todo en la carne. Vienen y ofrecen carne más barata, pero no es lo mismo. Acá, si se paga un kilo de carne, se va a comer un kilo de carne, no 600 gramos de carne y 400 de grasa”. Un comerciante que se deja llevar por la tranquilidad que le da la experiencia y que tiene en claro la importancia de mantener la historia intacta.