Creada por los esclavos para revelarse ante sus amos, esta combinación de bailes y movimientos de artes marciales es el segundo deporte de Brasil, después del fútbol. Martín Rodríguez la enseña en Boca del Tigre y asegura que “es una forma de vida”.

Por JAVIER RUBINSTEIN

Su origen es africano, pero fue en Brasil donde realmente se desarrolló, alrededor del año 1800. La introdujeron en América los esclavos negros que eran traídos por los portugueses para conformar sus colonias. Aunque no se conoce a ciencia cierta si la capoeira llegó con los esclavos africanos o si los africanos refinaron un juego brasileño preexistente, lo que sí se sabe es que nació como una forma de resistencia a la opresión.

Algunos historiadores sostienen que se dio como una manera encubierta de prepararse para pelear contra sus dueños, ocultándola bajo la forma de una alegre coreografía. Esto explica por qué desde afuera se ve como una mezcla de técnicas de lucha y danza fluida.

Su verdadero significado también se cubre bajo un manto de misterio. Para algunos la palabra se refiere a unas jaulas que se utilizaban para transportar aves que eran llevadas por los esclavos a los mercados (aunque así también se habrían llamado las jaulas donde traían a los negros desde Angola encerrados en los barcos).

Se cuenta que mientras esperaban a los comerciantes, los esclavos mataban el tiempo practicando su arte-lucha, a la cual terminaron refiriéndose como capoeira. Otras versiones indican que el término significa césped cortado.

“Se decía que los negros se escondían en las capoeiras, hacían escondites con el pasto que cortaban y se quedaban ahí. Al abolirse la esclavitud, quienes eran capoeiras tuvieron una etapa de marginalidad porque se quedaron sin el trabajo que les daban sus señores y se los caratulaba como vagos. Por eso, en 1890 en Brasil se prohibió la capoeira, quienes no obedecían recibían latigazos y los mestres (maestros) hasta eran sentenciados a muerte”, explica Martín Rodríguez, principal impulsor de esta disciplina en Escobar.

Pero la capoeira no sólo fue prohibida porque quienes la practicaban eran tildados de vagos. También se dieron grupos con gran organización y respaldo que actuaron junto a líderes políticos de la época; eran mercenarios, guardaespaldas, que se encargaban de disolver mítines y de presionar a los electores. Tras esa etapa oscura, y con el correr de los años, la disciplina se fue modernizando e insertando en la sociedad de una forma natural y pacífica.

A mediados del siglo XX, en uno de sus cuatro mandatos el presidente brasileño Getúlio Vargas legalizó la capoeira, la reconoció como lucha nacional y oficializó su práctica a través del Ministerio de Educación. “Ese fue un paso muy grande, después la empezaron a practicar todos, hasta en escuelas y también las mujeres. Actualmente, en Brasil después del fútbol viene la capoeira. Se practica en las plazas y en la playa”.

Rodríguez se enamoró de esta actividad hace más de 15 años, cuando fue a vacacionar a las paradisíacas playas brasileras y vio la pasión de quienes la realizaban. “Me quedé loco, pero me parecía imposible de hacer. Un amigo me presentó a mi mestre, Marcos Gytauna, que fundó la Asociación Argentina de Capoeira. Fui pasito por pasito, aprendí la shinga, que es el baile, y de a poquito comencé a participar de las rodas (rondas)”, recuerda.

Si bien es un deporte, la capoeira no tiene una disposición de reglas. “El que más pega no quiere decir que sea el ganador, hay mucha picardía. Ahora hay una discusión grande porque quieren transformarla en deporte olímpico para los Juegos de Brasil 2016 y dicen que está a punto de confirmarse. Pero muchos mestres están en contra porque opinan que perderá su espíritu”, afirma este conocedor absoluto de la disciplina carioca.

La roda, un ritual único

En una roda de capoeira en el gimnasio de Boca del Tigre, Rodríguez entona canciones acordes a la danza y los alumnos lo acompañan con sus movimientos, mezcla de baile con patadas y giros propios de un arte marcial. Los berimbau son los instrumentos fundamentales a la hora del ritual, marcan la velocidad y estilo que se le da a la actividad; están hechos de palos con alambre y una calabaza que hace la resonancia.

Durante la clase todos disfrutan y se respetan, sin importarles lo que pasa a su alrededor. Tienen una concentración admirable y se nota que les apasiona lo que hacen. “Puede haber rodas muy tranquilas de jogo bonito u otras más duras, donde se calienta más el momento. Hay dos ramas de capoeira, la angola y la regional. Una es más tradicional, más por el piso, y la otra incorpora artes marciales con agarres, patadas y se practica más de parado. Nosotros hacemos las dos, pero mi mestre tiene preponderancia a la regional, que es más deportiva”.

Las canciones son clave a la hora del ejercicio, hay variadas y la mayoría hablan de viejas leyendas de capoeiras, de historias de esclavos, de barrios y diversos temas sociales. Para cantarlas, Rodríguez debió aprender portugués como requisito para ser un buen “monitor” (guía de un grupo sin llegar a ser profesor). “Llegué a monitor rindiendo mis cordeles -como cinturones en el taekwondo-, dando exámenes. En Escobar estoy hace siete años, antes tuve que hacer el curso, que abarca una parte técnica con profesores de educación física, primeros auxilios, música y charlas con el mestre”, cuenta el líder del grupo, mientras la mayoría de sus alumnos, tras una hora y media de entrenamiento, siguen atentamente la entrevista con DIA 32.

Quienes hacen capoeira no sólo apuntan a un mejoramiento físico. Buscan también despejar la cabeza y “jugar”, como ellos mismos explican. Eso sí, es fundamental tener un estado físico a la altura de la demanda sino el cansancio empieza a acechar, ya que el desgaste de danza y movimientos es grande.

“¿Cuánto uso de la capoeira en mi vida diaria? Todo. Camino pensando en esto, no puedo estar quieto, estoy todo el tiempo elongando. Voy más atento por la calle, la capoeira tiene un sentido de circulación y también tiene que ver con los problemas de uno: levantarse si caés, no quedarse quieto, moverse. Esa es la filosofía, es una forma de vida”, asegura el escobarense, totalmente convencido de las virtudes de su elección.

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