Por FLORENCIA ALVAREZ
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Su arquitectura con reminiscencias orientales y los carteles en chino en el exterior indican que allí algo está ocurriendo, y que solo traspasando sus puertas será posible averiguar. En principio, el dojo de la Sangha Dhammapada es un lugar donde se dictan clases de Kung Fu, Chi Kung y Tai Chi Chuan para niños y adultos. Pero también es una comunidad de practicantes laicos del budismo zen, que siguen la corriente del Río de la Plata.
“El budismo, y el zen en particular, es una filosofía espiritual atemporal y sin geografía, de la cual hay que hacer propio el modo de vivirla porque sino termina siendo algo impostado o artificial”, explica Sifu Koio Samadhi (39), quien hace un año instaló su centro espiritual en la calle Formosa 182, esquina Saavedra.
El hombre detrás del Sifu -un título que en chino significa “maestro en su arte” y que normalmente se utiliza para las artes marciales- es Diego Cossavella, quien desde chico empezó a transitar el camino de las artes marciales, a partir de los 17 se sumergió en el estudio del budismo y, además, se recibió de psicólogo, profesión que ejerce paralelamente a las actividades del Dhammapada.
“Siempre practiqué en forma japonesa, china o india, pero yo no soy ninguna de esas cosas, soy muy argento. Si bien me encanta la filosofía oriental, me gusta comer asados, mirar fútbol y hablar de minas con mis amigos. No podía ser que no coincidieran las dos cosas, hasta que encontré el modo. Estudiando profundamente la historia del budismo en el mundo vi como en cada país en el que había hecho pie, el budismo consiguió una identidad propia. Entonces no es raro que yo haya buscado un modo propio de adaptarlo a nuestra cultura”, argumenta.
Dice que su trabajo principal es traducir todo lo que está escrito de forma muy oriental a lo cotidiano rioplatense. Y que trata de quitarle solemnidad tanto a la práctica como a la filosofía.
En cuanto a las diferencias entre el budismo puro y el local, explica que la primera y más significativa es que son una orden laica, no monástica, llamada la Orden de la Sangha Dhammapada. Sangha en sánscrito significa “comunidad”, y Dhammapada es el camino del Dharma, un texto que recopila la filosofía. Está conformada por los shurus -los iniciados-, aquellas personas que decidieron tomarse las cosas en serio y abrazar el budismo como un camino personal, utilizando sus principios en la vida cotidiana. Para convertirse en shurus se realiza un ritual de iniciación donde toman los votos del Bodhisattva -que viene a hacer algo así como “ser de luz”- y asumen un compromiso de práctica.
“Es una vida dedicada a los otros, compasiva. Desde los textos tradicionales, se dice que un bodhisattva decide no entrar en el nirvana, quedarse en el mundo del samsara, del renacimiento permanente, con el fin de ayudar a que los seres sintientes alcancen su propia iluminación. Es alguien que se posterga a sí mismo”, explica Sifu.
Pero, ¿qué significa ser un ser un iluminado? Algo de lo que se habla mucho, que resulta tan difícil de entender y que pareciera ser un estado sobrenatural. “Con la iluminación lo que se intenta es al menos reducir el sufrimiento, algo a lo que podríamos llamar felicidad. Una vida simple lleva a la paz, y la paz podría ser lo mismo que la felicidad. Se trata de reducir los deseos, para que de esa manera se reduzcan las frustraciones. Sin expectativas no hay desilusiones”.
El camino de Diego
Una de las tradiciones cuando alguien se inicia es recibir un nombre en el Dharma, como símbolo de la posibilidad de reencontrarse a sí mismo. A él todos lo llaman Sifu como si ese fuera su nombre propio, pero, sin saberlo, eligió Koio cerca de los 2 años, cuando no podía pronunciar Diego y decía Koio. Al momento de tener que elegir un nombre de iniciado buscó si ese sonido tenía algún significado, y descubrió que en chino quiere decir “el que viaja por el vacío”.
“El vacío es el concepto fundamental del zen, en el sentido de que es la matriz, el factor común a todo lo que existe, todo es vacío. Entonces me puse Koio”. Samadhi, por su parte, es el estado sensible de la meditación profunda, donde ya no hay diálogo interno. “Mi nombre vendría a ser algo así como el que viaja por el vacío del Samadhi”.
Sifu nació en Tigre y empezó a practicar Kung Fú a los 8 años, fascinado por lo que veía en la serie. Se formó en varios estilos y Bruce Lee se convirtió en su ídolo.
Aunque hoy hace 19 años que da clases de artes marciales, tenía en claro que no solo quería enseñar piñas y patadas, sino el zen a través del Kung Fú.
Cuenta que siempre se preguntaba cómo podía ser que un grupo de monjes budistas zen hayan creado un arte de combate. “Esa pregunta me condujo a introducirme seriamente en el budismo, siempre tuve una llamada espiritual, pero soy hijo de una mujer de familia judía y un hombre de familia cristiana. O salía budista o salía psicótico”, sostiene.
Se define como un monje renegado independiente porque no le cerró la idea de tomar ciertos votos, como el de castidad. “Yo no comulgo con ese voto. Creo que está buenísimo que lo practique aquel que lo sienta genuinamente. Pero es algo que va en contra de la naturaleza humana. Al menos, si va en contra de tu naturaleza, ya no está bueno que tomes ese voto. Me siento incapaz de decretar leyes generales, creo que cada persona se tiene que encontrar con lo que le es genuino a sí mismo y expresar eso”.
El Dhammapada surgió con la idea de que el “yo” puede ser proyectado y remodelado para conseguir una forma con la cual cada uno se sienta realmente a gusto. En el dojo todos los martes se realiza una meditación de la que participan los shurus y el primer sábado de cada mes se hace una sesshin de tres horas, luego de una meditación intensiva se habla y se profundiza sobre algún tema en especial del budismo. De ahí sale algún ejercicio que durante todo el mes los participantes deben aplicar a su vida cotidiana. Estas actividades son libres, abiertas y gratuitas. Además, Sifu dicta conferencias, cursos y capacitaciones sobre diferentes tópicos.