Era el miércoles 23 de octubre. Ya se palpitaban las elecciones generales y la fiebre por el dólar, más la incertidumbre económica y el temor a nuevas restricciones cambiarias, empujaron a miles de argentinos a los bancos, en un clima enrarecido y tenso. Uno de ellos fue Juan Pablo Venerio (39), quien ese día amaneció temprano porque lo esperaba una jornada muy especial: por la tarde recibiría un título en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE). Pero antes de ese acontecimiento tan esperado, fue protagonista de una situación que pudo haber dado un significativo vuelco en su vida.
La fecha era en verdad simbólica para este ingeniero industrial de Maquinista Savio. Había terminado su Maestría en Dirección de Empresas hace más de diez años, pero en ese entonces tenía programado un viaje de trabajo a Brasil y no pudo asistir a la entrega original del título. Y en este turbulento 2019, ante una nueva invitación de la universidad, decidió participar y regalarse un momento diferente junto a sus seres queridos.
La cita en Capital era a las cuatro de la tarde. Y en su agenda, aturdido por la incertidumbre financiera, tenía previsto pasar por la sucursal de Escobar del Banco Santander para retirar dólares. Cuando llegó, había muchas personas que, como él y aún sin saber con certeza lo que ocurriría, se estaban anticipando al cepo cambiario de los 200 dólares mensuales que el gobierno nacional decretó el día después de haber perdido los comicios.
“Estaba nervioso, a las corridas, con calor. Era un día de muchas emociones. Y todavía me esperaba el tránsito del centro”, le cuenta a DIA 32.
Algo inusual comenzó a alertarlo desde el momento en que lo atendieron. “Me hicieron firmar un papel certificando que había recibido una plata, pero no me la dieron y me dijeron que espere. Como había otras personas a las que les pasaba lo mismo, accedí. De todas formas, estaba enojado, era un día muy atípico para los clientes y los cajeros. Bajo presión”, recuerda.
Al rato lo llamaron por caja y le entregaron el dinero en un paquete. “Estaba apurado, así que ni lo revisé. Lo metí en la mochila y me fui”. Cuando llegó a su casa se puso el traje y, antes de pasar a buscar a su madre, su novia, su suegra y otros familiares, contó los billetes y se llevó la sorpresa de su vida: le habían dado 7.000 dólares de más.
Aquel día la cotización del dólar cerró en $62.48. Es decir, Juan Pablo Venerio recibió por error nada menos que unos $440.000. Una suma por demás tentadora para cualquiera, pero que no pudo doblegar sus principios.
Hacer lo correcto
Sin titubear, decidió comunicarse con la sucursal del banco para hablar con el gerente, quien le agradeció el llamado y le contó que la cajera se encontraba en un estado de angustia por el error que había cometido.
“Yo le dije que se quedara tranquilo, que si estaba llamando era para devolverlo. Me insistió para que vaya ese mismo día y le expliqué mi situación. Para mí era muy incómodo, también me atemorizaba tener algún inconveniente con el dinero. De hecho, cuando me fui a dormir desconfiaba de todo, estaba nervioso”, agrega.
Indefectiblemente, la entrega del título estuvo teñida por una mezcla de emociones. Esa noche, en la cena familiar que habían organizado para celebrar, logró relajarse y compartió el extraño suceso con los invitados.
El debate de la sobremesa contó con opiniones de lo más variadas y cualquier cantidad de especulaciones sobre el caso. Pero él mantuvo intacta su decisión.
Al día siguiente hizo la devolución sin problemas, entregó el dinero captado por las cámaras ubicadas en el tesoro del banco y firmó un documento que lo dejó más tranquilo. Antes de irse le agradecieron con énfasis y le prometieron que le harían algún tipo de bonificación para retribuir su gesto. Sin embargo, hasta ahora no se la hicieron.
Ante la perplejidad de muchos y los distintos comentarios que suscitó esta historia en las redes sociales, su protagonista no duda ni se arrepiente y hasta le resta importancia a su accionar. Humildemente, afirma: “Si bien es un dinero que podría no haber devuelto, lo hice porque es lo que corresponde. Siempre supe que el damnificado era el empleado, o una cadena de empleados. Para mí no es nada del otro mundo, hice lo que tenía que hacer”.
“Creo que la plata es un combustible social, que es necesario, pero no tiene la más mínima prioridad. Soy budista y un convencido de la ley del karma: si hacés algo con mala intención, de alguna manera te vuelve. Eso genera tensión mental y no estás en paz con tu almohada. La plata mal habida es malgastada y trae problemas”, reflexiona, con convicción.