En la cocina de su casa pasa horas poniéndole dulce de leche a cada tapita. Usa directamente una cuchara, porque tiene muy bien calculada la cantidad. Ana María Prado (68) lleva más de veinte años con su emprendimiento de alfajores artesanales, aunque adquirió la receta de su padre mucho tiempo antes.
De merengue italiano, maicena o chocolate con nueces, respetando los tiempos de cada variedad, los cocina en un horno pizzero. Mientras trabaja, escucha Julio Iglesias o Charles Aznavour.
Nació en Mendoza, creció en Córdoba y a los 15 años llegó a Escobar. Orgullosa, hace 42 años es vecina del barrio Las Lomas. Su padre, Leonardo Cruz Prado, aprendió el oficio de alfajorero. Comenzó a fabricarlos en el Hotel Yacanto de San Javier y luego apostó al negocio.
La heredera de la receta confiesa que en su juventud no estaba segura de seguir con el legado familiar. “Al principio no me interesaba. Y mi papá me decía: ‘cuando te apriete el zapato, vas a querer hacerlos’”, le cuenta a DIA 32.
Sus predicciones fueron acertadas: Ana María eligió el mismo camino luego de hacer un curso de contabilidad en el Municipio, en 1996. “Había que presentar un proyecto, yo había optado por turismo. Pero finalmente decidí que quería hacer alfajores”, comenta. A partir del año siguiente, con su primera feria en Córdoba, comenzó a darle forma al emprendimiento.
La ayuda y los consejos que recibió en el camino resultaron fundamentales para el progreso de su negocio. Empezó presentando los alfajores sueltos, luego le recomendaron agruparlos y envasarlos de otra manera y finalmente incorporó los stickers que exhiben su marca: “Alfajores Escobar”.
El nombre que eligió es un agradecimiento al lugar donde tiene a sus hijos, nietos y biznietos: “Es un homenaje a mis afectos. Mi papá ya partió, pero yo agradezco a la vida que él me haya enseñado. Aprendí mirándolo en la cocina”.
Seguir siendo “artesanal”
Desde aquella primera feria, el emprendimiento fue progresando cada vez más: “Tengo clientes en Escobar y una vez por mes llevo 15 ó 20 docenas a La Plata. De ahí se envían a Junín, Vedia, Mar del Plata y Miramar. Además, tengo particulares que me piden bastante”, cuenta sobre el alcance de su producto.
En más de una oportunidad le dijeron que querían conocer su fábrica. Pero ella, ante el frecuente malentendido, explica: “Si fuera una fábrica, se perdería lo artesanal. Yo sé qué cantidad de dulce de leche tengo que poner y la gente los pondera porque dicen que no son empalagosos”.
Sobre los secretos del mejor alfajor, asegura que, en la variedad de merengue italiano, se maneja con la misma receta de su padre. Además, resalta la importancia de la calidad de los ingredientes y señala que lo primordial es un buen dulce de leche: “Yo lo pruebo y me doy cuenta si es una mezcla o si es verdadero”, asegura la degustadora profesional.
Generosa, brinda otros consejos para lograr el mejor producto: “Para los de merengue italiano hay que poner la masa en la heladera, dejarla descansar y recién después hacerlos”.
Más allá de los secretos culinarios, el acompañamiento familiar resulta fundamental en el proceso. Algunos de sus nietos la ayudan a preparar las tapitas, mientras otros embolsan; y los que tienen un perfil más comercial, le hacen pedidos para vender en el colegio.
Además, confiesa que su receta tiene el ingrediente infaltable: amor. “Tengo un ayudante especial que es mi compañero, Juan Godoy. En septiembre, luego de 37 años en pareja, nos vamos a casar”, revela, enamorada.