Como uno más del casi millón de argentinos que viven fuera del país, Angel Ferlaino (54) también eligió irse. Cansado de que las cosas no vayan como deseaba en el plano económico, sacó su pasaje, hizo las valijas y fue a Ezeiza en busca de otro rumbo. Desde hace unos meses, Italia es su nueva casa. “Vine a buscar una vida distinta”, afirma.
Escobarense desde la cuna, Ángel es el hijo mayor de Susana Schachtl y Federico Ferlaino, aquel maestro en compostura del calzado que fue pionero en la ciudad. Pero él nunca siguió el oficio de su padre, se volcó para el lado de la gastronomía, la atención al público y, de más grande, al deporte.
“Me crié en las calles de Escobar, cuando se podía salir a jugar, a bailar, la diversión en la ciudad era muy linda. Pasé mi infancia y mi adolescencia en una hermosa época, estando mucho tiempo también en el Club Independiente”, rememora a la distancia en diálogo con DIA 32.
Hizo la primaria en el Instituto Belgrano y en la secundaria se pasó a la Escuela Técnica 1. Después inició su etapa comercial, que tuvo su primera experiencia en el campo de deportes del Club Italiano, en Loma Verde, donde estuvo un par de años. Al poco tiempo también cocinó en el buffet de la sede social de la institución, de la que su padre supo ser directivo y su abuelo, Amadeo, primer socio fundador.
Esa etapa gastronómica la plasmó a su gusto cuando abrió el restaurante May Day, que estaba cerca del aeródromo, en las barrancas de El Cazador. “Un lugar que me dio mucho placer tener”, confiesa. Después se le dio la posibilidad de abrir una franquicia de la heladería Cremolatti, en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Estrada, frente a la plaza San Martín, donde estuvo 14 años. Al tiempo abrió una sucursal en la entrada de El Cazador.
“Tuve las dos heladerías un tiempo largo. Fue una etapa muy linda de mi vida, donde vi crecer a mis primeros dos hijos, Franco y Luciano, hoy con 28 y 31 años. Después llegó Bruno (12). Y cuando él tenía un año decidí dejar los comercios. No quería trabajar más de noche, me llevaba muchísimo tiempo, pero fue algo maravilloso”, repasa.
“Al ser heladería y bar me demandaba muchas horas, descansaba solo dos días al año. Nunca sabía a qué hora regresaría a mi casa, era muy extenso todo. Yo estaba muy bien, mi relación con los clientes fue maravillosa e inolvidable. La gente todavía me lo recuerda y me hace muy feliz”, declara, añorando esos lindos tiempos.
El mundo del pádel
Tras dejar las heladerías, también vendió su casa y compró una casaquinta en El Cazador. La finca tenía cancha de pádel cubierta y él empezó a jugar con mayor asiduidad. Rápidamente le empezó a ver la veta comercial e incursionó en la enseñanza de esta actividad y a alquilar la cancha.
“Me fui metiendo cada vez más y empecé a dar clases. Iba a barrios cerrados, armaba torneos para conocidos, preparaba los asados. Así, sin querer, armé una gran familia de pádel, con un ambiente muy lindo. Buscando estar más tranquilo del trabajo comercial que venía haciendo”.
Aunque el emprendimiento deportivo marchaba bien, los ingresos económicos no eran como en la época de Cremolatti y eso lo fue preocupando. A tal punto que empezó a analizar alternativas que le pudieran dar mayor solvencia económica.
“Hubo un cambio en la clase media, fuimos dejando de lado cosas que hacíamos, que eran naturales. Eso me hizo ver que mi vida necesitaba un cambio, porque la plata, lamentablemente, no alcanzaba. A pesar de que tenía los turnos ocupados, la gente jugaba y yo les hacía de comer”, señala, mostrando una realidad en la que, seguramente, muchos se sentirán reflejados.
“Llegó un momento en que todo me costaba. Pagar la luz, arreglar el auto, las heladeras, pagar el colegio de mi hijo. Estaba muy preocupado”, confiesa. Por eso eligió dar un vuelco de 360 grados: abandonar Argentina y probar suerte en Europa.
Destino Italia
A principios de julio, Ángel Ferlaino se fue al aeropuerto, se subió al avión y se marchó, solo. Buscando ese bienestar mental y económico que hacía rato no podía tener en nuestro país. “Un día tomé la decisión y me fui. Ya había estado viviendo cuatro años -hace varias décadas- y tenía la documentación necesaria. Conocía gente que da pádel afuera y que trabaja bien, así que con todo el dolor del mundo salí a buscar trabajo en mi segunda nación”, explica, sobre su decisión de emigrar.
Si bien no tenía nada fijo ni propuestas laborales, su idea era trabajar dando clases de pádel o en gastronomía. “Me vine sin tener nada, casi una locura. Pero pensé en mis hijos y en mí, porque estaba bajoneado por lo que pasaba en Argentina. Vine a buscar una vida distinta, un trabajo que rindiera, a no sentirme incómodo por la inseguridad. Veo que la gente trabajadora no la pasa como la tendría que pasar”, cuenta desde Roma, donde vive.
La capital italiana no fue el primer destino que eligió en su periplo italiano. Antes pasó por las ciudades de Milano y Torino. “Acá (en Roma) tengo dos conocidos que viven del pádel. Uno me llevó a ver clubes y así llegué a Vila Mercedes, un predio muy lindo. Me probaron y empecé a dar clases de pádel. También ayudo en el bar y me hicieron encargado del mantenimiento del lugar. Estoy trabajando, ganando bien, me cambió la cabeza”, reconoce, con la felicidad de haber encontrado lo que fue a buscar.
Su vida en Roma
El lugar donde está es un complejo llamado Villa Mercede, con hotel, restaurante, pileta de natación, canchas de pádel y bar. Todo de primera categoría. Allí vive, tiene su habitación, comida a disposición y un auto para poder moverse en la ciudad, además de un buen sueldo mensual.
“Con el dueño del lugar nos entendimos de entrada. Estoy como si estuviera hace años acá, sé que no es fácil y que tuve suerte. Todo depende de la personalidad de cada uno: si sos honesto y das lo mejor, se puede encontrar. Yo hoy cuido lo mío, como hice con la heladería y con el restaurante”, afirma.
“Tuve que salir para sentirme otra vez vivo, para sentir que lo que hago sirve. La gastronomía en Argentina está destruida, y el pádel no alcanza para vivir. Veo que hay mucha gente bloqueada, que quiere hacer cosas, pero no las hace porque sabe que arriesga mucho”, agrega, hablando de la actual situación del país y el temor que genera tomar decisiones de vida tan drásticas.
Cuenta que en Italia no se habla nada de política, de inseguridad, ni de sí la plata alcanza o no. Quiere decir que se vive tranquilo, sin las preocupaciones que suele haber en Argentina. “Ya con eso te sacás una mochila gigante de encima”, asegura, más relajado.
“En Italia se puede vivir bien, se come sin problemas. Un sueldo mínimo es de 1.500 euros, un alquiler sale entre 300 y 400, en comer gastás 100 al mes. Una buena paleta de pádel está 200, en Argentina si se me rompía tenía que sacarla a pagar en cuotas. Estos detalles me hacen pensar ¿por qué no podemos estar así los argentinos?”, reflexiona. Una pregunta sin respuestas.
Lo más complicado para él y para cualquiera que se va a vivir a otro país, a miles de kilómetros de distancia de Argentina, es el desarraigo. Angustia el hecho de extrañar a la familia y pensar todos los días si estarán bien o necesitan algo. Esa es la parte fea de irse. “Dejar los afectos es una parte dificilísima. Extraño muchísimo a mi hijo más chico, a mi vieja. Es un problema. Si decidiría por mí, me quedo en Italia, por mi bienestar. Pero estoy lejos de los que quiero”, confiesa, con sinceridad.
Claro que no es el único que voló a probar suerte a esa nación. En pocas semanas reconoció a varios con costumbres argentinas. “Toman mate en las plazas y en esta zona vi gente de Escobar y de Matheu, hasta estuve con el dueño de Cremolatti, que anda por acá. El escobarense va por todos lados. Cuando veo un conocido voy y charlamos un rato”, comenta Ángel Ferlaino, un escobarense de buen pasar en Roma, pero que mantiene el corazón mirando al sur.
UNA EXCELENTE PERSONA… SUERTE AMIGO MALVINERO