Inaugurado en 1995, el Hotel De la Flor era un reflejo del crecimiento urbanístico y edilicio de Belén de Escobar. Un cuarto de siglo atrás fue toda una novedad que la ciudad tuviera un establecimiento con tanto confort, de tres estrellas, con pileta de natación, aire acondicionado en todas las habitaciones y capacidad para alojar más de un centenar personas.
Siempre funcionó muy bien, constantemente había huéspedes que al retirarse expresaban su satisfacción por la estadía y prometían regresar. Pero la historia del hotel tuvo un final abrupto, de esos que sorprenden al enterarse y que causan melancolía a los escobarenses más nostálgicos.
La pandemia del Covid-19 fue, en parte, la culpable de su desaparición: después de estar varios meses sin poder trabajar, a mediados de 2020 su dueño decidió que era momento de cerrarlo definitivamente y dar vuelta la página.
“No fue por pandemia exclusivamente, pero sí puso en relieve algunas cosas que estaban escondidas y me movilizaron”, explica Ernesto Olivera (67), hijo del recordado Mariano Olivera y Alcira Aguirre, escobarenses de toda la vida y dueños de uno de los primeros corralones que hubo en la ciudad, que funcionó hasta 2001.
“Me di cuenta que en un negocio así, estás completamente solo. Te chocás con la realidad y te hacés replanteos. Cumplo 68 años el 4 de marzo, entonces, ¿cuánto más seguir? Trabajando los 365 días, las 24 horas a disposición de la gente. La pandemia me hizo pensar muchas cosas y decidí cerrar”, cuenta el empresario, muy seguro de su decisión.
Las 64 habitaciones del hotel, que todavía permanecen amobladas, al igual que el salón, estaban equipadas con aire acondicionado, televisión, wifi y cajas de seguridad. Además, el edificio tenía grupo electrógeno.
El punto más fuerte del hospedaje era el desayuno. “La gente lo ponderaba mucho, con huevos revueltos, jamón, frutas…. Éramos como una familia circunstancial para los pasajeros, les dábamos hasta la aspirina”, confiesa Olivera, hablando del trato personalizado y atento que daba a sus huéspedes.
Los clientes más habituales eran operarios que venían a capacitarse a fábricas automotrices, o gente que estaba de paso circunstancialmente.
Una de las personalidades más conocidas que supo alojarse en el hotel fue Carlitos Balá; también grupos musicales y hasta el plantel de Racing Club, cuando era gerenciado por Fernando Marín. “Entrenaban en Loma Verde y venían a dormir un rato acá. Yo no daba de comer, pero venía Nucha Pécora y les cocinaba especialmente cuando se quedaban a almorzar”, cuenta, rememorando épocas doradas.
Salvo en 2019, el hotel De la Flor siempre fue muy bueno comercialmente. Olivera destaca que no haber tenido gerente fue un aspecto decisivo para su funcionamiento. “El dueño le da una impronta al personal que es muy difícil con un gerente”, señala.
Aunque en la ciudad hay otros servicios hoteleros, ninguno tiene el tamaño del De la Flor y eso es algo que a Olivera lo apena. “Me da lástima, porque en Escobar era algo importante, duele que la ciudad pierda un hotel de esta magnitud. Yo nací y vivo acá, lo quiero. Cumplía mi lugarcito como el hotelero. Pero también es importante afrontar nuevas situaciones que te saquen de la zona de confort”, reflexiona.
Qué será del edificio aún es una incógnita. No se demolerá ni se venderá, eso está claro. Pero la realidad es que todavía es un tema a resolver para su dueño: “Debo pensar bien qué voy a hacer. Tengo ideas, pero son sólo eso por ahora”.
Historias de hotel
Muchas son las anécdotas que quedaron en el edificio de la calle Estrada al 900, a metros de Rivadavia, después de haber alojado a miles y miles de personas durante dos décadas y media. La más curiosa fue la muerte de dos personas, que fallecieron de manera natural.
“Tuvimos dos casos: eran personas que estaban de paso por acá, de bastante edad, y que sufrieron infartos. Hay todo un protocolo que seguir: llamar a la policía, cerrar el piso e investigar de qué fallecieron”, explica Olivera.
Otra historia llamativa fue la noche que una familia denunció un secuestro puertas adentro del inmueble. “Me llaman para decirme que los patrulleros rodeaban el hotel porque había un secuestro. Resulta que un gitano se había robado su novia y la familia lo había denunciado. El hombre estaba adentro con la chica, fue un lío terrible”.
También era bastante común que se alojaran mujeres u hombres solos, tras discusiones por separaciones, infidelidades o problemas de alcoba. Además, hubo casos de mujeres golpeadas que buscaban refugiarse y elegían el hotel para estar a salvo provisoriamente.
Soltero, sin hijos ni problemas económicos, Olivera es un agradecido a la vida por lo que le dio y se siente orgulloso por el camino que supo forjar a nivel comercial. “Me gusta construir cosas. Hay negocios que nacen con una estrella y este fue uno de ellos, pero todos estamos de paso. Miro al espejo y doy gracias a Dios, es todo satisfacción para mí”, confiesa, mientras interiormente ya medita su nuevo emprendimiento.
“En Escobar no hay conciencia de turismo”
Un tema que a Ernesto Olivera le preocupa especialmente es la falta de cultura turística de los escobarenses. “Una vez aprendí de alguien que sabía mucho de turismo que ninguna ciudad puede ser turística si sus habitantes no lo sienten. A la hora de atender un turista tiene que haber una comunidad con cierta organización, que sienta que el turista no es un intruso. Acá nos enojábamos en la buena época de la Fiesta de Flor porque no había lugar para estacionar. O los comerciantes cobraban más caro las cosas. Eso nunca se aprendió, en Escobar no hay conciencia de turismo”, asegura, con pesar.