Aunque no hay estadísticas oficiales al respecto, se estima que entre el 1% y el 3% de la población mundial es adicta al juego. De esta población, entre 5 y 20 millones viven en América Latina.
El síndrome de dependencia conocido como “ludopatía” es una patología que desde 1992 es reconocida por la Organización Mundial de la Salud. Se trata de una conducta de juego inadaptada y persistente que altera la vida personal, familiar y profesional de quien la padece, el ludópata.
Por estos días, diarios online de alcance internacional, en sus secciones sobre curiosidades, dan noticias de una epidemia ludópata en México, algo que, salvando diferencias, en nuestro territorio nacional podría llegar a ocurrir, o incluso ya estar ocurriendo.
En los últimos años han proliferado los casinos y los bingos, unidos al fantástico negocio de las máquinas tragamonedas. Al mismo tiempo, también se sobremultiplicaron las cuantiosas ofertas de juegos de apuestas en los locales de lotería. Asimismo, el fenómeno de las nuevas tecnologías, como internet, hace emerger nuevas y cada vez más masivas formas de juego. Las tragamonedas, uno de los principales atractivos de los bingos, ocupan el primer lugar en el ránking de adicciones. Lejos, en segundo lugar, le sigue la ruleta.
Para los jugadores la oferta es amplia y variada. Solo en el distrito bonaerense hay habilitadas alrededor de 3.070 agencias de lotería, 46 salas de bingo, 46 oficinas de apuestas hípicas, 11 casinos y 5 hipódromos.
El desmedido crecimiento de esta industria ha provocado un aumento significativo en la cantidad de pacientes que padecen este impulso irreprimible. En los últimos tres años aumentó casi un 150% la cantidad de personas asistidas por el Programa de Atención al Ludópata que funciona en la provincia de Buenos Aires: de 210 a 530 pacientes en tratamiento.
Un estudio de EE.UU. en el que a los sujetos se les presentaban situaciones en las que podían apostar dinero en un entorno que simulaba un casino, donde sus reacciones se medían utilizando una técnica de neuroimagen muy similar a la resonancia magnética, demostró una activación cerebral comparable a la que se observa en un adicto a la cocaína recibiendo una dosis.
En los últimos tres años aumentó casi un 150% la cantidad de personas asistidas por el Programa de Atención al Ludópata que funciona en la provincia de Buenos Aires: de 210 a 530 pacientes en tratamiento.
Pérdida del control
Como sucede a menudo con las adicciones, no es fácil determinar en qué momento se traspasa la delgada línea que separa el comportamiento controlado del compulsivo. No existe una cantidad o medida justa que indique con precisión y fiabilidad dónde está el límite. El instante en el que una persona cruza el umbral de la ludopatía está situado justo en ese punto de inflexión donde el jugador deja de ser quien controla el juego, para pasar a ser controlado por el juego.
El ludópata raramente reconoce serlo. Muestra tendencia a mentir y a endeudarse para saldar deudas de juego y así poder volver a jugar con el fin de eliminar la nueva deuda contraída, aunque manifiesta que todo se solucionará enseguida, cuando llegue la “buena racha”. Algunos suelen afirmar que son expertos en los trucos del azar y capaces de detectar cuándo, por ejemplo, la maquina “está caliente” y se dispone a dar enormes premios. Otros se excusan asegurando que jugar los libera de tensiones cotidianas, que los divierte, los distrae o les permite albergar la esperanza de un futuro sin problemas económicos.
El perfil más clásico de quien juega de modo patológico es el de una persona caprichosa, con problemas de ansiedad, dificultades de adaptación social y escasa tolerancia a las frustraciones.
La ludopatía puede curarse, aunque no es tarea fácil, porque la enfermedad abarca varias esferas de la vida del perturbado. El tratamiento ha de ser por medio de profesionales, ya sea en sesiones individuales o en grupo, y en algunas ocasiones se suele acudir a medicamentos.