La heladería Conti es un ícono de la localidad. Su estandarte es la fabricación de un producto natural y artesanal con materia prima de primera calidad.

Uno de los comercios más tradicionales y queridos de Ingeniero Maschwitz es, sin dudas, la Heladería Conti, que este año cumplirá medio siglo trabajando para los vecinos y también para quienes visitan la ciudad. En verano, pasar por su local es una parada obligada para darse un gusto tan refrescante como exquisito.

El alma mater de este negocio fue Fernando Conti, quien falleció en febrero de 2022. Sus abuelos llegaron a la zona desde Italia hace más de cien años. Al principio pusieron un almacén de ramos generales y luego una distribuidora de bebidas en la que representaban a Quilmes y a Crush, entre otras importantes marcas. Fueron los primeros comercios del rubro en el pueblo.

Ese amor por la vida detrás de un mostrador y el intercambio de productos con el público es lo que Fernando mamó desde chiquito. Por lo tanto, no podría haber sido otra cosa más que comerciante.

Su compañera y madre de sus tres hijos, Ana Marín (74), destaca que “Fernando tenía un paladar espectacular. Mi suegra cocinó siempre muy bien, le gustaba mucho la cocina y él se crio en ese lugar. Enseguida sacaba los ingredientes de lo que estaba comiendo, era impresionante”.

Fernando Conti, fundador de la heladería
Alma mater. Fernando Conti comenzó con la heladería en 1975. Hoy continúan sus hijos.

“En las mesas familiares era sentarse, probar y el resto del tiempo era la crítica. Mi mamá una vez se enojó y amenazó con no cocinarle más porque desmenuzaba todos los platos. Esto tiene tal y tal cosa, decía”, recuerda, con humor y nostalgia, en la charla con DIA 32.

Ana y Fernando se conocieron en febrero del ´75 y se casaron cinco meses después. Fruto de ese matrimonio nacieron Cecilia (45), Paulo (fallecido en 2008) y Santiago (40). Hoy Cecilia y Santiago son quienes están al frente del negocio, con la misma pasión y responsabilidad con que lo hacía su padre.

Fernando Conti y sus tres hijos: Santiago, Cecilia y Paulo
Descendencia. Santiago, Cecilia y Paulo, junto a su padre. Una foto de antaño del álbum familiar.

Primero las pastas

Fernando Conti no siempre fue heladero. Con antepasados italianos, lo que mejor sabía hacer era amasar, por lo que su primer comercio fue una fábrica de pastas, que tuvo sucursales en Maschwitz, Garín y Belén de Escobar. Se llamaba Panamericana y sus ravioles eran tan ricos que hay gente que aún los recuerda.

“También preparaba unas lasañas infernales. En aquel momento no había envases descartables, entonces la gente traía sus fuentes y mi marido se las preparaba ahí, o las fuentes de canelones que hacía mi suegra a mano. Las hacía tan suculentas que cuando las ponía en la balanza pesaban un montón y le daba vergüenza cobrar lo que tenía que cobrar, entonces siempre las cobraba menos. No escatimaba en nada”, revive tiernamente Ana.

La fábrica de pastas tenía sus contratiempos, porque dependía de la gente que venía por el fin de semana. Si llovía o había mal clima, la gente no aparecía y la producción terminaba como alimento para los chanchos de algún vecino.

Por entonces, ya había una pequeña heladería en la avenida Villanueva, frente al colegio Carlos Maschwitz, que cerró cuando su dueño falleció. La esposa no quiso seguir trabajando sola, así que en 1975 le alquiló el local y le vendió las máquinas a Fernando.

frente del antiguo local de la heladería, al lado de la fábrica de pastas
Comienzos. El primer local de la heladería, al lado de la fábrica de pastas, en la década del 70.

Paralelamente, él seguía con la fábrica de pastas, pero de a poco comenzó a adentrarse en el mundo del helado y se apasionó tanto que decidió dejar de lado las harinas para dedicarse exclusivamente a las cremas frías.

Calidad verificada

El segundo local de la heladería Conti funcionó en la esquina de Villanueva y Córdoba, donde después estuvo el Café del Tiempo. El trabajo era arduo, pero la dedicación de Fernando hacía la diferencia.

“Probaba los gustos, cambiaba las recetas, lo hacía con todo el amor del mundo. A él le dieron una receta básica y le dijeron, ‘de acá en más, vos sos el que lo va a mejorar o no’. Así probaba, probaba y cambiaba”, recuerda su esposa.

Tener que comprar las primeras máquinas e instalar toda una heladería no resultó una tarea fácil. “También dependíamos del fin de semana. De lunes a viernes abríamos, pero era mínimo lo que se vendía con la gente del pueblo, y la heladería se abría en diciembre y se cerraba en junio. Mientras tanto, no había entrada”, cuenta.

un helado de cucurucho
Cucurucho. La heladería mantiene su excelencia en base a una materia prima de primera calidad.

Después estaban los inconvenientes típicos de mantenimiento: una máquina que se rompía, un técnico que nunca cumplía, que cobraba fortunas y que arreglaba una cosa mientras se rompían otras.

Así fue que Fernando decidió tomar el toro por las astas, compró todas las herramientas necesarias y empezó a hacer el mantenimiento de las máquinas, nunca más llamó a alguien para arreglarlas. Ese conocimiento se lo traspasó a su hijo Santiago, quien hoy sigue haciendo lo mismo.

Trabajar en familia

“La heladería siempre fue un integrante más de la familia. En todos los almuerzos y cenas se hablaba de algo relacionado al tema. Había discusiones, porque en una familia donde trabajan todos juntos es inevitable”, comenta Cecilia, incorporándose a la entrevista.

Del legado paterno, remarca: “Mi papá desde chica me inculcó el trabajo, la responsabilidad y el amor por el helado también. Aprendí a tener respeto por el cliente y eso se hace evitando que un producto salga a la venta si no tiene rico sabor. No puede pasar ni con un solo cliente”.

Cecilia Conti y Ana Marín, en el local de Villanueva y Maipú
Madre e hija. Cecilia Conti y Ana Marín mantienen el legado familiar con el mismo empuje y amor.

Aunque una heladería pueda ser un lugar encantador, y esta lo es, Cecilia guarda recuerdos encontrados de su adolescencia. “Durante mucho tiempo para mí fue muy duro, porque cuando todos mis amigos estaban en el colegio jugando y juntándose con otros chicos, yo estaba trabajando. Fue así, había que trabajar y no había otra posibilidad”.

Ana asiente y aclara que sus tres hijos trabajaron desde muy pequeños. “No teníamos fines de semana. Los chicos para ir a bailar tenían que cerrar la heladería, bañarse y llegaban al boliche a las 3 de la mañana. En las fiestas trabajábamos hasta las 12 de la noche. Después nos dimos cuenta de que no teníamos vida y empezamos a cerrar más temprano. Los chicos no tuvieron vacaciones. Fue duro, es un proceso de evolución hasta que la cosa se estabiliza. Pero toda evolución conlleva sacrificio”, señala.

Cecilia recuerda que ella comenzó limpiando los pisos de la cocina. “Quería atender, pero mi papá no me dejaba. Entonces, cuando él se iba yo me ponía a atender en el mostrador. Con el tiempo me fui quedando. Ahora nos manejamos diferente, pero fueron muchas horas de vida metidas acá”.

Hoy los dos hermanos están al frente del negocio y se dividen las tareas: Santiago se ocupa de las compras, de los motores, el mantenimiento y Cecilia de la parte más administrativa, del personal, de los postres. “Hacemos un buen equipo, en eso nos enseñaron bien, todo fluye”.

local de la heladería visto desde la calle
La esquina de Conti. Desde hace más de treinta años la heladería está en Villanueva y Maipú.

Una esquina emblemática

El 16 de diciembre de 1994 la heladería se mudó a su actual ubicación, en la esquina de Villanueva y Maipú. Ese día regalaron toda la producción y se llenó de gente, a pesar de que todavía no habían podido poner los vidrios del frente del local y de que esa tarde llovió con fuerza.

La bandera de Conti es la fabricación de un helado natural, artesanal y de elaboración diaria, con materia prima de excelente calidad. “Comprar lo mejor siempre fue prioridad. Mi papá iba a comprar la fruta. Después empezó a comprarle a los proveedores, pero siempre probaba todo lo que hacía y si no servía, se tiraba”.

“Nunca se hizo algo que no le gustara. No tenía ningún problema en no vender lo que no estaba bien. Ahora también es igual”, asegura su hija.

Desde el azúcar hasta la leche se prueba, los chocolates y el dulce de leche son los mismos desde el primer día. Otro mandamiento es no dejarse llevar por nuevos proveedores que a veces llegan con mejores precios o con polvitos que prometen suplantar a alimentos frescos.

el logo de heladería conti
Marca registrada. Con medio siglo en la ciudad, Conti se convirtió en un clásico de Maschwitz.

La llegada de grandes cadenas no tuvo una incidencia negativa para ellos. “Hay público para todo, el pueblo dejó de ser pueblo y hay mucha gente. Va en gustos. Nosotros mantenemos nuestra materia prima y nuestra calidad. Tratamos de hacer lo mejor. Después, el cliente decide dónde compra”.  

Por mantener la calidad que los caracteriza no pueden convertirse en cadena ni revender. Al no utilizar otro conservante más que el azúcar y prescindir de estabilizantes y químicos, transportar ese helado y mantener su calidad sería imposible.

El local está abierto desde las 10 de la mañana hasta la 1 de la madrugada.  Entre cocineros, operadores de máquinas, mostrador, repartidores y personal de limpieza tienen 20 empleados.

En la temporada de verano producen más de 70 gustos, mientras que en invierno hacen entre 50 y 55. Las frutas como la ciruela, el melón, el durazno o la sandía se lucen en los meses cálidos y desaparecen con el frío. Pero hay clásicos que permanecen, como el dulce de leche granizado, el chocolate con almendras, el limón, la frutilla al agua y la banana Split.

“Nosotros mantenemos nuestra materia prima y nuestra calidad. Tratamos de hacer lo mejor. Después, el cliente decide dónde compra”.

“Yo empecé a trabajar a los 14 y los gustos que más se vendían eran almendrado, crema rusa, portuguesa y Málaga. Algunos ya ni siquiera los hacemos, había otro tipo de paladar. Ahora, por ejemplo, está el boom del pistacho, Oreo, Bon o bon”, describe Cecilia.  

Dependiendo del clima producen entre 50 y 500 kilos por día. Es que la heladería es un rubro que se mueve al ritmo del calor. De hecho, el 70% de las ventas son en verano, a pesar de que los argentinos tomamos helado en cualquier época del año.

cartelera de helados detrás del mostrador
Variedad. En los meses de verano la heladería ofrece más de 70 sabores de calidad artesanal,

“Lo bueno es que ahora se llenó de gente que vive por acá y el público se amplió. También cambió el consumo con el delivery, que hoy representa alrededor del 30% de las ventas”. Pero como en todo negocio, el secreto es saber acomodarse a las nuevas tendencias de consumo.

Hoy es necesario desarrollar fórmulas sin lactosa, con leches vegetales, experimentando nuevos sabores que sorprendan al público. Porotos aduki, jengibre y té verde son algunos de los tantos que se han ido poniendo de moda y, por supuesto, hay que intentarlos. Para mantenerse en pie durante tantos años, es preciso no quedarse en el tiempo.

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