Hernando Rozo Rodríguez vino al país de joven para estudiar en la UBA. Iba a volver a su Colombia natal, pero por esas cosas de la vida se afincó en Escobar, el lugar al que le dedicó toda su capacidad profesional.

En su Colombia natal, Hernando Rozo Rodríguez fue el menor de seis hermanos. Al año de vida perdió a su padre y su madre quedó al frente de la casa, ayudada por una tía mayor que se dedicó enteramente a colaborar con su crianza.

Se graduó en Medicina en 1963 y su primer amor profesional fue la sala 18 de Hematología del hospital Ramos Mejía. Más tarde, la obligación de contar con “el año rural”, solicitado en Colombia para obtener la matrícula, lo depositó como practicante en el hospital de Tigre y finalmente como médico de planta hasta 1976, cuando su colega y jefe de cirugía debió exiliarse luego de que un grupo de tareas le volara la casa.

En diciembre de 1996 asumió la dirección del hospital Erill hasta que en febrero de 1999, sorpresivamente, las circunstancias hicieron que decida jubilarse.

¿Qué lo llevó a estudiar fuera de su país y por qué eligió Argentina?
Vine a estudiar medicina porque era la moda y la Universidad de Buenos Aires tenía un prestigio importante. La otra era México, pero desde el punto de vista cultural influía Buenos Aires, porque las editoriales argentinas copaban el mercado de los libros y de las revistas y llegaban a Colombia. Aquí era la meca de los libros, sumado a la trascendencia del premio Nóbel obtenido por Bernardo Houssay. Venir a estudiar acá significaba una inversión tres veces menor que ir a Estados Unidos o a otro lugar, más las posibilidades que les daban a los estudiantes de trabajar.

¿Se quedaban muchos estudiantes en Argentina o usted fue la excepción?
De mi grupo fui uno de los pocos que quedó, porque seguí especializándome y además esperando a que mi mujer se reciba de escribana para irnos a Colombia. Pero después seguíamos navegando a dos aguas, hasta que un día decidí quedarme en Argentina.

¿Qué despertó su interés por la medicina?
De chico tuve inclinación hacia la biología, pero, aunque a los veinte años todavía no tienes claro qué vas a hacer, me sorprendía escuchar lo que lograban los médicos.

¿Cómo llegó a radicarse en Escobar?
Aparezco en Escobar porque Ingeniero Maschwitz pertenecía a Tigre y cuando había que atender algún paciente allí yo me ofrecía para ir en la ambulancia, porque el pueblito era muy lindo y había gente estupenda. Después, la situación económica llevó a una huelga de médicos en el sanatorio Mitre y echaron a seiscientos, que fueron reemplazados por los de la UTA, que estaban por fuera de la Federación Médica Argentina. Allí decidí radicarme en Maschwitz y, por medio de unos amigos, comencé a realizar reemplazos de guardia en la salita municipal de Escobar, que era Centro Materno Infantil. Posteriormente, la doctora Cappello me propuso un nombramiento, que hoy agradezco porque en mi carrera fui médico ad honoren por 23 años, desde 1964, y sin ese nombramiento hoy no tendría jubilación. Finalmente, en 1988 me instalé en Loma Verde.

¿Tiene buenos recuerdos de sus colegas escobarenses?
Excelentes. Pertenecí a un grupo muy bueno en lo médico y en lo humano. No puedo dejar de mencionar mi admiración al doctor César Ballester por su formación o la calidad humana del Dr. Protta; al doctor Carlos Legaria, que siempre soñaba con el hospital para Escobar y fue un gran referente de su construcción. En esa época no contábamos con los recursos actuales, pero teníamos éxito porque la esterilización estaba en manos de la enfermera Audelina Zambrano y no teníamos infecciones hospitalarias, que es una de las complicaciones más importantes de esta época. Recuerdo que estábamos de guardia por las noches y, si ante un accidente caían diez pacientes de golpe, aparecían Coletes, Protta, Ressio, Tomas, ¡eran como los bomberos! Llegaban sin que nadie los llamara. Y es muy triste recordar que la mayoría fallecieron jóvenes: Horacio Aguerrebere, Tomas, Protta, Ballester y Martha Velazco (ver: “Más que un recuerdo”), que tenía 46 ó 47 años cuando la mataron.

¿Qué experiencias le dejó su gestión en el Erill?
Me dejó cosas buenas y malas. Tuve compañeros excelentes y en esa etapa se instaló el servicio de rayos, se amplió la sala de neonatología y el laboratorio, se abrió la unidad coronaria, que luego cerraron por falta de recursos, y también muy importante, gracias a la colaboración del doctor Negri, fue la modernización y tecnificación del banco de sangre que, me animaría a decir, era el más confiable de la provincia. Además, con el PROMIN, cuando ya me retiraba, conseguimos que se iniciara la modificación de la maternidad y del último piso de internación. Nos quedó pendiente la sala de bacteriología e infectología, que la queríamos tener aparte. También sufrí cosas malas, como un sumario por usar dinero que abonaban de la atención por PAMI para pagarle a los médicos de neonatología y los pediatras. Ahora me lo están cobrando, pero la estoy peleando con el Ministerio de Economía. En ese momento lo consideré necesario y, si hiciera falta, lo volvería a hacer. La denuncia me la hizo el doctor Eduardo Güimil y cuando él me reemplazó se quedaron sin médicos de guardia por falta de pago. Tengo periódicos guardados donde dicen que murieron niños por falta de médicos de guardia.

Su alejamiento del hospital fue muy abrupto y usted, en aquel momento, adoptó una actitud silenciosa. Ahora que corrió bastante agua bajo el puente, ¿qué puede contar de lo que pasó?
Había mucha intencionalidad de que Güimil fuera el director. Estaba incorporado como asesor de la Municipalidad y creo que políticamente existía interés de que tomara el cargo. A mí no me cuestionaron directamente nada, nunca. Yo imaginaba que nunca me jubilaría y que siempre iba a seguir en el hospital.

¿Cómo definiría esa pasión suya por el hospital público?
El hospital te forma. Hay una frase de José Ingenieros que dice: “El profesional es un privilegiado que pasa por la universidad y tiene que devolverle de alguna manera a la sociedad el privilegio que esta le ha dado”. Allí sentís la obligación con la gente pobre y deseas que todos tengan una medicina de primer nivel. Y algo muy importante: en el hospital nunca está presente de por medio ese caballero asqueroso que es el dinero.

¿Cree que se está a tiempo de concretar un proyecto serio con medicamentos propios sobre las patentes de productos extranjeros?
Este problema esta íntimamente ligado con la globalización, lo que en mi época llamábamos el imperialismo. La industria farmacéutica es la más importante detrás de la de las armas. Los estados tienen que controlar y no dejar a sus anchas el mercado de los medicamentos, sin caer en la rebeldía sin causa pero favoreciendo a nuestra industria.

A su juicio, ¿en qué medida debería cambiar el sistema de salud?
Algún día tendremos que decidir que la medicina no sea débito y haber. No puedo pretender que un fabricante de medicina avanzada, un médico, una enfermera y todo personal involucrado en salud no gane dinero, pero no estoy de acuerdo en que las instituciones, sociedades anónimas, tengan que ganar sobre la enfermedad. Las instituciones de salud deben ser sin fines de lucro.

Ya que entramos al terreno político, ¿cómo fue su relación con los ministros de salud?
Con alternancias. En mi gestión tuve a Juan José Mussi, que fue un buen ministro y tuvo la capacidad de caminar. Durante mi carrera hubo ministros de los que no conocí ni el nombre porque no recorrían los hospitales. Mussi se interesó y los abasteció con equipamiento. Pero tenía un defecto: era muy político partidista. Y desgraciadamente los ministerios de Salud, en todos sus niveles, no están exentos de los actos de corrupción. Por otra parte, quisiera decir que veo con buenos ojos que hoy Carlos Ramos esté al frente del hospital, porque un profesional de Escobar tiene un compromiso mayor que cualquier foráneo.

En tantos años que vivió en Argentina, ¿nunca se propuso tener una incursión política?
Nunca fui indiferente a la política, simpaticé mucho con el socialismo y participé en los movimientos universitarios en la discusión de la educación libre o laica. Es decir, me comprometí. Sí me han llamado mucho los radicales, pero nunca tuve bandera partidista. Me ofrecieron candidaturas, hasta de intendente, pero no acepté porque le restaba trabajo a mi vocación y la medicina absorbe mucho. Quizá hoy en día podría llegar a aceptar una responsabilidad más política.

Usted prácticamente conoció a todos los intendentes de Escobar, ¿a cuáles subiría al podio?
Bueno, también es “el intendente y sus circunstancias”. Quien tuvo un gran mérito fue el “Tono” Lambertuchi, y lo refirmó Ferrari Marín. Además, eran transparentes. Otro intendente que hizo mucho fue Casanova: gas, cloacas, el agua corriente, se construyó el hospital y algunas escuelas, se pavimentaron calles. Después Patti le transformó la cara a Escobar, en la parquización, la parte edilicia, limpió y pavimentó muchas cuadras. Creo que empatan en el podio Lambertuchi y Ferrari Marín y luego vendrían Patti y Casanova.

Cuando dentro de algunos años sus próximas generaciones lean esta entrevista, ¿qué le gustaría que recuerden de usted?
A mis hijos no les dejaré una importante herencia de dinero, pero deben saber que me iré conforme si me recuerdan con cariño y con respeto. Haber sido un buen padre y tener un hogar bien constituido creo que es algo fundamental para la sociedad, en cualquier época.

Al finalizar la charla, deambula esa sensación de que una entrevista de este tenor no debería terminar tan rápidamente, aunque estas cuestiones siempre tienen remedio a corto plazo.

Más que un recuerdo

“Martha Velazco era una magnífica dermatóloga, que se había formado con el doctor Kaminsky en el hospital Alvear. Y tremenda sorpresa fue enterarme que podía tener relación con los montoneros, porque la veíamos todos los días dentro del hospital. Nunca me lo hubiera imaginado. Creo que en alguna ocasión habrá atendido a algún montonero y de allí la tendrían anotada en alguna agenda, como relación si caían enfermos. Pero estoy seguro de que de ninguna manera era una persona importante o trascendente dentro de ese movimiento ni tenía ideas afines. Era una notable del pueblo de Escobar y seguramente estas bestias no le creyeron nunca que pudiera ser de irrelevancia política, como a muchos otros que se llevaron y nunca volvieron. Esa es mi idea de su caso. A veces pienso, ¡cuántos montoneros habré atendido yo sin saberlo! Con el tiempo me enteré de algunos que sin querer me hubieran podido involucrar”.

Cuestión de gustos

Hernando Rozo Rodríguez tiene tres hijos varones, una sola nieta y sus grandes amigos en Escobar. Siempre fue deportista y su hobby es el tenis. Era hincha de River antes de venir a la Argentina y admirador de Pedernera, Distéfano, Antonio Báez y del arquero Julio Cozzi.

¿Qué ve en televisión?
Generalmente deporte, pero repruebo el lenguaje utilizado. Tenemos un recurso que es el lunfardo, no hace falta decir groserías.

¿Escucha radio?
Cuando viajo: música popular y clásica. Con mi mujer no nos perdemos de ir a ver las óperas.

¿Lee periódicos?
Por lo general La Nación.

¿Se inclina por algún tipo de libros?
Los de historia. En literatura, lógicamente Laura Restrepo y Gabriel García Márquez: Cien años de soledad, aunque más me llegó El coronel no tiene quien le escriba, porque a ese tipo de coroneles los he conocido y reconocido dentro de mi familia.

¿Con qué políticos se referencia?
“Pino” Solanas, también Rodolfo Terragno.

¿Un lugar preferido de Escobar?
El campo de deportes de Independiente.

Colombia, Argentina, Bogota y Escobar

Se habla mucho de la inseguridad, en nombre de la “falta de seguridad social”, y muchos toman a Colombia como parámetro de comparación de este flagelo. ¿En qué nivel colocaría a su país de origen, desde esta óptica?

Ahí uno debe entrar en una visión socio política. En Colombia, cuando yo me vine, ya existía la guerrilla y se constituyó en el país sudamericano más “violento”. Siempre me preguntaba: si voy a Colombia, ¿estará el país todavía? Y me he vuelto con mucha bronca, porque con todo eso el país igual progresa en el acceso a la educación, hay más industrias, aumentan las extensiones de cultivos y ya no es solo café. Hasta en Bogotá se está más seguro y creció la ciudad en todos sus órdenes.

Y a nuestra patria chica, ¿cómo la ve? 

Pienso que todavía estamos a tiempo de cambiar la vida de Escobar, antes de que tengamos que reformar sobre una urbanidad más compleja.

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