El sueño de todo jinete es llegar a Jesús María y salir campeón. Claro que la gran mayoría no llega a cumplirlo”, explica Ricardo Pucheta con la humildad de los grandes, porque él lo cumplió y con creces. Es que lejos de conformarse con las tres rastras de plata conseguidas entre 2012 y 2014, el domador correntino radicado en Belén de Escobar volvió con todo su coraje y destreza a las sierras cordobesas y el domingo 15 logró consagrarse tetracampeón del mítico Festival Nacional de Doma, escribiendo así una nueva página dorada en su rica historia.
Como si fuera la primera vez. Así se siente este fibroso y esbelto hombre de 38 años, casado y padre de dos hijos, tras conquistar “el más difícil” de los cuatro campeonatos obtenidos, en una definición para alquilar balcones y ante más de 20.000 personas que colmaron el anfiteatro José Hernández. “Fue muy peleado hasta lo último y gané por dos puntos nomás. Me la pase haciendo cuentas todas las noches”, revela, ya relajado y entre risas, a DIA 32. Y razones para pensar así no le faltan, ya que la décima y última fecha no fue apta para cardíacos.
Pucheta había recuperado la punta el sábado y llegó a la última noche de la categoría crina limpia -la más difícil- con una mínima ventaja sobre su escolta, Miguel Barbona, lo que auguraba una final apretadísima. Al final, ninguno de los dos pudo aguantar los ocho segundos reglamentarios sobre los corceles y así el hasta entonces tricampeón volvió a coronarse.
“Es una satisfacción por el sacrificio y la pasión que uno le pone. La parte más linda de todas es cuando, después de recibir los premios, te subís al caballo y das la vuelta de honor al campo. Esa sensación es increíble, no tiene precio”, expresa el magistral jinete, con inocultable felicidad, en el living de una quinta del barrio Lorenzo Torres, donde recaló con su familia y es casero desde 2005, luego de vivir y trabajar cinco años en la localidad bonaerense de San Martín.
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“Estuve a punto de morir”
Más allá del reconocimiento de sus pares y de todo el mundo campero argentino, la recompensa que recibió por volver a triunfar en Jesús María fue generosa: más de $100.000, una rastra de plata con aplique de oro en cinto de cuero y una medalla de plata, además de una cocina, un jamón artesanal y un exclusivo poncho, entre otros productos entregados por los sponsors del festival. Como si fuera poco, también se aseguró contratos, al menos por un año, en las jineteadas más importantes del país.
A pesar del flamante tetracampeonato, no siempre fue todo color de rosas en la carrera del vitoreado domador oriundo de Sauce, quien desde 2010 trabaja en el Haras La Cuadra de Loma Verde. “Es un deporte de alto riesgo y somos conscientes de ello. Compitiendo perdí la visión del ojo izquierdo, en 2002, y un riñón, en 2007. Estuve a punto de morir”, grafica.
Sin embargo, con 38 años a cuestas y una tropa de nuevos y ávidos rivales, la mayoría más jóvenes que él, Pucheta admite sentirse “bien físicamente” y no duda en adelantar la defensa de su título en 2018. “El primer campeonato y este fueron lo más. Y ahora, se dé o no se dé, vamos por otro. Ya tengo ganas que llegue enero de vuelta”, confiesa, entusiasmado como la primera vez, demostrando la pasión que siente por la doma de potros salvajes.
“Cuando yo era chico miraba cómo subían al escenario los campeones Jorge Aristegui, José Andraca, y decía, ‘¿será que yo subiré a recibir una rastra ahí?’. Cada vez que subo al escenario me acuerdo que yo soñaba con eso”, evoca sobre un anhelo que ya pudo concretar cuatro veces.
Orgullo local
En una especie de aliento virtual, miles de escobarenses se prendieron a la TV Pública hasta entrada la madrugada para seguir de cerca la participación de Pucheta en el 52° Festival Nacional de Doma y Folklore de Jesús María.
Es que en el distrito no sobran los campeones y al jinete correntino ya se lo adoptó como un nuevo orgullo local. Tanto que el martes 17 fue recibido como un verdadero ídolo: lo subieron a un autobomba y cientos de vecinos y representantes de centros tradicionalistas lo escoltaron en caravana por la avenida Tapia de Cruz hasta el Palacio Municipal.
“En ese momento por ahí no, pero después te ponés a pensar y decís ‘pucha, algo valgo’. Lo más lindo es el reconocimiento de la gente, porque cuando deje de competir no se van a acordar de los títulos, pero sí de mí persona”, concluye el Messi de la jineteada.
“La parte más linda de todas es cuando, después de recibir los premios, te subís al caballo y das la vuelta de honor al campo. Esa sensación es increíble, no tiene precio”.