Por CIRO D. YACUZZI
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Después de haber tenido a Escobar en su puño durante doce años, en los que su hegemonía parecía invencible, la carrera política de Luis Patti entró en una pendiente que acaba de situarse en su punto más bajo: la condena a prisión perpetua que el Tribunal Federal Oral Nº 1 de San Martín le impuso el 14 de abril por considerar probada su participación en crímenes de lesa humanidad ocurridos durante el último gobierno militar.
Tras un lento proceso de siete meses que comenzó el 27 de septiembre del año pasado y que incluyó más de cien declaraciones testimoniales, los jueces concluyeron que Patti fue “participe primario” del homicidio del militante peronista José Gonçalves (1976) y del secuestro del ex diputado nacional Diego Muniz Barreto –a la postre asesinado- (1977), además de responsable de “allanamientos ilegales, privación ilegítima de la libertad e imposición de tormentos” contra varias víctimas.
Por obvias razones, el “caso Patti” tiene una implicancia singular en el partido de Escobar, donde no sólo cometió varios de esos crímenes sino que, paradójicamente, también encontró la plataforma desde la cual catapultarse en una carrera política que supo de luces, poder y fama.
Cuna en Baigorrita
Hijo de Leonardo Patti y Manuela Pressi, Luis Abelardo Patti nació en Baigorrita -un pueblo del distrito bonaerense de General Viamonte- el 26 de noviembre de 1952. De chico trabajó en una panadería, hizo la escuela primaria completa y siempre tuvo ganas de ser policía.
“Sus vecinos lo recordaban como a un adolescente que torturaba y mataba gatos, para desesperación de su madre”, asegura el periodista Horacio Verbitsky, quizás uno de los que más investigó sobre él.
A los 16 años Patti entró en la Escuela de Policía “Juan Vucetich”. Su primera asignación fue en 1970 y durante algunos años tuvo bajo su control las calles escobarenses, muchísimo menos pobladas que ahora y donde los vecinos todavía se conocían entre sí. Sus cualidades físicas y disciplinarias pronto le harían ganar los motes de “Chueco” y “Loco”, así como sería célebre el sobretodo azul que lo abrigaba en los procedimientos invernales.
Los primeros años de la dictadura militar lo encontraron en Tigre y San Martín. Uno de sus jefes fue el entonces coronel Ramón Camps, quien le rubricó en el legajo varias felicitaciones. Una de ellas por su “encomiable labor” al abatir a tres ladrones, el 19 de febrero de 1977, en medio de un enfrentamiento.
Cuando el país volvió a la democracia, Patti ya era un policía con fama de duro y díscolo. Entre 1983 y 1992 se desempeñó en numerosas dependencias: las comisarías de Maschwitz y Florencio Varela, la Brigada de Investigaciones de San Martín, el Escuadrón de Caballería de San Isidro, el Grupo de Operaciones Especiales “Halcón” y la Subjefatura de Policía en La Plata, entre otras reparticiones en las que revistó.
Fueron cuantiosas las investigaciones que pesaron sobre él a lo largo de su carrera policial. Con la salvedad de la última, de todas salió airoso. Una de las más recordadas ocurrió en 1990, cuando estaba al frente de la comisaría de Pilar y pasó 28 días en presión por la presunta aplicación de torturas con electricidad a dos hombres acusados de robo. La situación desembocó en una pueblada a favor de su liberación, convocada por comerciantes de esa ciudad y vecinos de San Isidro. También contó con públicas declaraciones de adhesión de figuras nacionales como (el en aquel momento presidente) Carlos Menem, Rolando Hanglin, Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Gerardo Sofovich.
En 1991, Menem le encomendó la investigación del resonado asesinato de la joven María Soledad Morales, en Catamarca. La monja Martha Pelloni recuerda un diálogo que tuvo con él apenas llegó a la provincia: “Le advertí que no quería torturas, que eso no lo íbamos a permitir. Y él me respondió: ‘Hermana, hay casos en los que esa metodología es la única que da resultados’”. Comentarios por el estilo -en privado como en público- serían su sello.
Cambio de hábitos
Retirado de sus atributos policiales en 1993, Patti decidió incursionar en la arena política. Dispuso para eso de todo el impulso necesario de Menem. Y aunque fracasó la idea inicial de colocarlo en la Ucedé como candidato a diputado (¿un intento por darle fueros ante tantas causas judiciales dando vueltas con su nombre?), ese año tuvo su bautismo de fuego como interventor del descontrolado Mercado Central de Buenos Aires.
Allí empezó a moldear el carácter de “buen administrador” que exhibiría como caballito de batalla para su posterior desembarco en Escobar, donde el masivo descontento con la gestión del peronista Fernando Valle le generó condiciones más que propicias para llegar a la Intendencia.
Tras arrasar en la interna del PJ con un histórico 73% de los votos –masiva campaña de afiliación mediante-, Patti superó también de manera aplastante al radicalismo en las elecciones generales de 1995 y se sentó con todos los honores en el sillón de Lambertuchi.
Su primer mandato estaría regado de glamour y excentricidades, entre otras tantas características. Patti estaba camino a su cúspide y las luces de flashes y reflectores parecían no encandilarlo. Así, almorzaba con Mirtha Legrand en el hall del Palacio Municipal, dejaba a una empleada en la calle por comer una galletita en horas de trabajo o corría en Turismo Carretera junto al piloto Guillermo del Barrio, con quien en 1997 sufrió un accidente del que salió vivo casi milagrosamente. Cada día era noticia por un hecho distinto y singular.
En 1998, cuando ya tenía la mente puesta en lanzarse por la gobernación provincial, llegó a inaugurar hasta tres obras en un mismo día. Incluso algunas inútiles, como la fallida terminal de ómnibus de la calle Güemes. Al año siguiente, ante una manifestación por el asesinato del remisero Jorge Peña, expresó con natural transgresión su deseo de ponerse a la cabeza de “piquetes civiles armados” para combatir la delincuencia.
También el basural isleño y la sede de la UBA son parte de su vasto legado -crédito compartido con su provisional reemplazante y actual diputado nacional Jorge Landau-, al igual que falsas creencias que se extendieron como ciertas hacia los cuatro puntos cardinales. Por caso, la inexistente ordenanza que prohibía a las parejas darse besos en una plaza o que los bastones de los placeros arrojaban una descarga eléctrica a quienes se portaran mal.
Su figura, aunque cuestionada por voces que no llegaban a escucharse tan fuerte como ahora, encontraba un respaldo amplio en la comunidad escobarense, que lo veía como un garante de la seguridad y la transparencia. Para los más fanáticos, su merchandising lo asimilaba con un ídolo, que hacía campaña en una pintoresca casita rodante y repartía encendedores blancos con su apellido escrito en letras negras. Con sarcasmo en grado puro, también se dio el gusto de utilizar un tema de Los Fabulosos Cadillacs como single proselitista: “Matador, matador, Patti gobernador” -(sic) decía su estribillo-, al que después le siguió el pegajoso “Vamos con Patti todos a ganar”. ¿Remember?.
Pero las puertas del PJ se le cerraron en las narices cuando quiso imponer una elección interna para dirimir candidaturas. Eduardo Duhalde apostó por Carlos Ruckauf en la provincia y el ex policía debió abrir un espacio propio donde dar rienda suelta a su verticalismo. Así, creó el Partido Unidad Bonaerense (luego Unidad Federalista), por el que en 1999 se postuló a gobernador y a intendente. Su máxima aspiración cosechó el 7,7% de los votos bonaerenses. Como premio consuelo, Escobar lo reeligió con más del 40%.
Al mismo tiempo que progresaba en su proyección como referente opositor, porque ganaba concejalías en otros distritos, tenía un puñado de diputados y consagraba a su candidato (Sergio Bivort) en la Intendencia de Pilar, su tropa empezaba a resentirse con bajas causadas por un temperamento que no todos sus aliados podían o querían tolerar. Y así como Eduardo Borocotó le había soltado la mano en 1998 -iba a ser su compañero de fórmula-, poco a poco otros también fueron animándose a bajarse del caballo del comisario.
Su segundo mandato estuvo lejos del esplendor de aquellos primeros cuatro años. La Casa Rosada, en manos de la Alianza, clausuró el grifo de dinero que el riojano le había habilitado al escobarense. Con las arcas provinciales en estado famélico y la posterior crisis económica nacional, manejar un municipio cada vez más endeudado se tornó un desafío diario al que no encaró con mucho entusiasmo. Por el contrario, amenazó con dimitir si le tocaban los fondos de coparticipación. Pero terminó cediendo ante una movilización organizada por unos 800 partidarios.
Como sea, Patti quería dar un salto, alcanzar un escalón que lo elevara de la llanura local. Y como parte de esa estrategia construyó un multimedios de efímera duración, que llegó a nutrirse de la programación del único canal local de cable, de una revista mensual (Imágenes & Testimonios) que imprimía en talleres propios y de la FM Panamericana. Solo la radio, puesta en marcha en septiembre del año 2000, logró sobrevivir a su debacle empresarial y personal.
El resto es historia aún más reciente y conocida. En 2003 convenció al empresario Silvio González para que ocupara su lugar, mientras él se entregaba afanosamente a su conquista de una banca en el Congreso. Cuatro años después repitió la táctica con Sandro Guzmán, pero para entonces su camino ya empezaba a tomar una dirección que no podría manejar.
Del saco al traje a rayas
En las elecciones legislativas de 2005 Patti alcanzó el objetivo al que tanto se había entregado. Apoyando desde el Paufe la candidatura a senadora nacional de Hilda González de Duhalde, obtuvo más de 400.000 votos y se consagró diputado nacional.
A pesar de que la Justicia Electoral le entregó el diploma que acreditaba su condición de diputado electo, su asunción fue impugnada por la Cámara Baja en virtud de sus antecedentes. Sin embargo, el 8 de abril de 2008 la Corte Suprema de Justicia habilitó su incorporación al parlamento argentino. Pero el 17 del mismo mes el juez federal Alberto Suares Araujo pidió a la Cámara el desafuero de Patti, que se aprobó por mayoría en una sesión del 24 de abril que quedará en los anales del Congreso. Ese mismo día fue detenido y trasladado al Penal de Marcos Paz.
Sin fueros, quedó a merced de su pasado, aquel del que nunca renegó pero que hubiera preferido dejar definitivamente atrás. Solo un accidente cerebro vascular (ACV) logró sacarlo del pabellón de lesa humanidad a cambio del confort que dispone en la clínica Fleni, donde está internado desde principios del año pasado. Según los médicos, se encuentra en franca evolución, aunque a su juicio haya asistido apenas un par de veces, aparentando pésimas condiciones de salud y sin emitir sonido en las dos oportunidades que se le ofrecieron para defenderse antes del veredicto.
Puede que con el tiempo se filme una película con la vida de Luis Patti -materiales hay de sobra-, no exenta de otros probables juicios por más crímenes de lesa humanidad. Por lo pronto, el próximo capítulo de su historia se escribirá durante este mes de mayo, cuando el tribunal que lo condenó a prisión perpetua dé a conocer los fundamentos de la sentencia y determine la cárcel del Servicio Penitenciario Federal en la que deberá pasar el resto de sus días, a la sombra.