Por CIRO D. YACUZZI
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A su edad de 82 años, Héctor Mario Alvarez vive más tranquilo que en sus agitadas décadas anteriores. Aunque se mantiene bastante ocupado en la administración de los inmuebles que alquila en el centro de la ciudad, ya no está a las corridas como en aquellos tiempos de próspero comerciante y dirigente de instituciones que empujaron el crecimiento del distrito de Escobar.
Las raíces de su árbol genealógico llegan hasta una de las primeras familias en habitar las tierras de Belén de Escobar, desde antes de la conformación del pueblo. Está casado con Nora Elsa Marcazzó y tiene tres hijos, a los que el matrimonio compartió sus nombres: César Mario, Héctor Hugo -más conocido como “Polo”- y Adriana Nora.
“En la vida hice de todo”, afirma. Y se remonta a sus días de adolescente: “En el verano, cuando terminaba de estudiar, trabajaba con el pocero ‘Pancho’ Stigliani. Y durante el año hacía cobranzas para pagarme el abono”.
Huérfano desde pequeño por la muerte de su padre Antonino, era el segundo más chico de trece hermanos, condición que le marcó para siempre el mote de “Bebé”. Su madre fue la recordada docente María Angélica Serantes, una sacrificada mujer en cuyo homenaje lleva su nombre una calle de Belén de Escobar -la continuación de Sarmiento, que sale al acceso de Panamericana-, a un costado de la cual también se construyó un busto de ella.
Obligado a forjarse un destino con el sudor de su frente, “Bebé” incursionó en diversas actividades, casi todas ellas ligadas al comercio, que por contagio de su hermano mayor le “encantaba con locura” desde benjamín.
Su “cuarto de hora” comenzaría en la década del ’60, con “Casa Alvarez”, el negocio de artículos para el hogar que tuvo hasta fines de los ’80 sobre la calle Rivadavia, a metros de la terminal.
“Ese local se lo había alquilado a don Juan Pronzatto. En aquel tiempo teníamos que competir con ‘Radiotrón BBC’, ‘Ferrarito’ y ‘Gaifer’. No fue nada fácil, pero logramos que nos vaya muy bien con un plan de cuotas para televisores mucho más económico de los que había en plaza”, recuerda casi con orgullo por aquella ingeniosa idea financiera que les permitió dar el salto y convertirse en un comercio líder en la ciudad. Pero así como en la entrevista con DIA 32 hace hincapié en el sacrificio que le costó todo lo que hoy tiene, Alvarez también reconoce que “siempre tuve mucha suerte”. Como cuando le vendió su majestuosa casa de la calle Yrigoyen a Coto en los últimos días de la convertibilidad “uno a uno”.
En la actualidad, su inversión en inmuebles le permite vivir sin contratiempos económicos. “Poner la plata en ladrillos es mejor que tenerla en el banco. Siempre tenés lo mismo, pero año a año va aumentando su valor”, analiza, aunque aclara que para vivir de la renta “hay que dedicarse, porque si no se te viene todo abajo”.
Su granito de arena
Mediante su pujante participación en varias entidades intermedias del distrito, Alvarez encontró una manera de contribuir con la comunidad en la que nacieron él, tantísimos antepasados suyos y su descendencia.
En 1966, junto al odontólogo Humberto Miranda, fue uno de los fundadores y primeros presidentes del Club de Leones de Escobar. Después fue jefe de región y gobernador de distrito de la red internacional de servicio comunitario creada por Melvin Jones.
Con Virgilio Campana, Eduardo Caramp y Ricardo Morandi creó la “Comisión de Amigos de la calle Rivadavia”, en la que los comerciantes ponían dinero para organizar concursos y realizar los corsos de carnaval, que en verano congregaban al pueblo escobarense a lo largo de las cuatro cuadras que van desde 25 de Mayo hasta Estrada.
Además, en agosto de 1975 fue elegido como primer presidente de la actual Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Escobar, que condujo hasta 1977. En esa misma década también se fundó la pujante Asociación de Entidades de Bien Público de Belén de Escobar -la componían 34 instituciones-, de la que fue titular, artífice de realizaciones como la plaza de Tapia de Cruz y Colón y el demolido monumento de homenaje a los bomberos en la plaza San Martín, entre otros proyectos.
Como si fuera poco, perteneció durante veinticinco años a la Comisión de Eventos de la Fiesta Nacional de la Flor.
¿Está de acuerdo en que antes las entidades tenían más fuerza e injerencia en la vida institucional de Escobar?
Sí, tenían mucha más. Pasa que vino una época económica muy complicada, que hizo difícil que la gente pueda participar de las instituciones. Es la situación económica la que frenó mucho el movimiento de las instituciones. Si hubiese un estándar de vida mejor, la gente se volcaría otra vez a las instituciones. Son cosas que van paralelas.
Terrenos peligrosos
Pese a su vocación escobarense, “Bebé” Alvarez siempre se mantuvo ajeno a cualquier posibilidad de participación en partidos políticos. Tan es así que nunca se afilió a alguno. Sin embargo, conoció de cerca a todos los intendentes y trabó amistades con varios de ellos.
“Ferrari Marín, Larghi, Casanova, Príncipe, han sido gente muy decente”, asegura. Y trae al presente una anécdota para justificar los adjetivos de “meticuloso” y “detallista” que le atribuye al radical Oscar “Pololo” Larghi: “Una madrugada fue al hospital a medir los vidrios que le habían colocado, para ver si coincidían con la factura. Cuando me lo contó, yo no lo podía creer. Le dije que no podía ser que él se encargara personalmente de esas cosas. Pero era así”.
¿A qué intendentes destacaría como los mejores que tuvo Escobar?
Patti realizó una muy buena Intendencia, hizo asfaltos a lo loco y muchísimas cosas. Después Ferrari Marín y, en tercer lugar, Casanova, de quienes puedo dar fe que nunca metieron la mano en la lata; eran gente decente, como Larghi. Son personas que se ocuparon muchísimo de Escobar.
¿Por qué nunca participó de la vida política del distrito?
Me ofrecieron ser candidato a intendente por la Unión Vecinal y en otros momentos también, pero no quise saber nada. No me gusta, o te ensuciás o te voltean si te portás bien.
El mejor momento
¿Se queda con el Escobar de ahora o con el de antes?
Para mí, todo tiempo pasado no fue mejor. En los años ’30, Belén de Escobar era un pueblito que no avanzaba, no era nada. Sólo había asfalto en los alrededores de la estación del ferrocarril. Antes era todo campo, pero empezó a crecer en forma extraordinaria; ahora uno sale a la calle y se encuentra con gente por todas partes y a la que uno ni conoce. En ese aspecto es más lindo el pasado, cuando todos nos saludábamos porque éramos amigos. Pero en lo demás no, me gusta más ahora. Con todas las dificultades que tiene, creo que este es el mejor momento de Escobar.
¿Qué siente por Escobar?
Tendrá sus defectos, pero yo valoro más las virtudes del pueblo. Me encanta vivir acá, no me movería por nada del mundo.
¿Cuáles son esas virtudes y defectos que le ve?
No tenemos una buena organización, estamos todos muy desparramados. Todos tenemos buenas ideas, pero, por una cosa o por otra, nadie las puede ejecutar. Uno va al exterior y de cualquier pavada te hacen una historia increíble. Acá hay infinidad de cosas que están desaprovechadas porque no sabemos promocionar y vender lo que tenemos. Y ese es un problema del argentino en general. En nuestro país tenemos muchas maravillas que no las sabemos explotar turísticamente. En gran parte, nosotros deberíamos vivir del turismo.
Aprovechemos la última pregunta para dar ideas, ¿qué habría que promocionar de acá?
Por empezar, las barrancas de El Cazador, que son importantísimas. La destilería de alcohol, de la que ahora solo queda la chimenea, que era una belleza, un monumento a la solidez. Los viveros; los ríos, como el Paraná, que cuando uno va tiene ese fantástico túnel verde pasando el puente del Luján y el perfume de los libustrines, que es increíble. Las torres de Loma Verde; las estancias, que hay muchas y son una belleza, que recién ahora algunas se están empezando a alquilar. Y así infinidad de cosas. Si uno se pone a pensar, hay tantas cosas lindas para mostrar que no las sabemos aprovechar…
Cerca de la Sotana
Antes de volcarse de lleno a la actividad comercial, Héctor Alvarez fue seminarista y estuvo a punto de vestir la sotana. “Mi madre nos había manifestado muchas veces que su orgullo máximo era tener un hijo sacerdote. Pero no es sacerdote el que quiere sino el que Dios elige. Es así”, explica.
Monaguillo de chico, Alvarez pasó tres años de su juventud en el seminario de La Plata. “Fui, junto al padre Fabbris, uno de los que lo inauguró, en 1941. Pero estaba martirizado, los ejercicios espirituales duraban una semana entera y había que vivir en silencio. Sentía una profunda tristeza, hasta estuve internado por depresión. Estaba acostumbrado a corretear con mi hermanito en las calles. Vivíamos frente a donde estaba la cancha de Sportivo, sobre la calle Irigoyen, donde ahora hay una estación de servicio, y estaba acostumbrado a vivir de otra manera”.
Los gustos de “Bebé”
¿Qué escucha en la radio?: “Antes escuchaba Radio 10, pero me cansé del ‘Negro’ Oro, es un tipo ordinario, barato, chato, un mal ejemplo. Después escuché a Magdalena Ruiz Guiñazú, hasta que empezó a hablar bien de gente como Santucho. Ahora pongo un poco a Majul”.
¿Y en televisión?: “Veo programas de periodismo político. Me gustan mucho A dos voces, Alfredo Leuco, Nelson Castro y Mariano Grondona”
¿Diario de cabecera?: “La Nación”.
¿Películas favoritas?: “La que ve y sabe mucho es mi señora. A mí me siguen gustando las de Muiño, Sandrini… Trabajaban con naturalidad, no necesitaban groserías para hacerte reír. Y en el fondo, todas esas películas tenían algo bueno, sustancioso. Las de ahora no te dejan nada”.
¿Algún libro para recomendar?: “No. Últimamente estoy leyendo libros religiosos”.
¿Un pasatiempo habitual?: “He tenido la suerte de viajar con mi señora por todo el mundo, lo que nos ha permitido comparar y darnos cuenta de que Argentina es una maravilla. Ahora quisiera tener tiempo para leer más”.
¿Hincha de qué equipo?: “De Boca, pero no soy fanático”.
¿Un lugar preferido de Escobar?: “Las barrancas de El Cazador y las islas”.
Ejemplo en casa y en el aula
Viuda, con trece hijos a cargo y un discreto sueldo de docente que se ganaba como directora de la denominada “Escuela de Vallier”, Angélica Serantes de Alvarez debió apelar al ingenio, a una austeridad extrema y un gran amor de madre para llevar adelante la economía doméstica y el desarrollo familiar.
“Ella daba clases aún estando a punto de dar a luz a uno de mis hermanos. Allá por 1920, si llegaba un inspector y no estaba, le descontaban el día”, recuerda “Bebé”, que define a su madre como una persona “muy rigurosa, exigente en todo y muy activa”.
Cuenta que honraba la libreta del almacenero cuando no tenía plata para darle de comer a sus hijos -estuvo seis meses sin cobrar-, que fue presidenta de la junta parroquial, hasta que la reemplazó el ingeniero Alberto Ferrari Marín, y que explicaba el evangelio en la misa para los chicos. “Era muy católica. Nos hacía rezar antes de ir a dormir”.