A Oscar Satriano (66) se le nota en la cara que le apasiona lo que hace. Se desliza sigiloso por los pasillos de su talabartería, que también funciona como local de antigüedades y museo de sus años de coleccionismo: ladrillos sellados centenarios, herramientas, tarros lecheros, pavas de hierro, botellas y un sinfín de objetos que se pueden ver a lo largo y ancho del negocio. Hay cosas para mirar dentro de vitrinas, colgadas del techo, expuestas sobre largas mesas, detrás y delante del mostrador, en el piso. Destila entusiasmo cuando explica de dónde provienen varios de esos elementos. Luego se sienta sobre un sillón de madera antiguo exquisitamente restaurado por sus manos. Detrás de él, un paredón vidriado y altísimo que da a un patio interno completa el cuadro que se da en el interior de “Juan Grande”, en Alberdi al 600, a media cuadra de Tapia de Cruz.
“Cacho”, como todos lo llaman, habla pausado y cuenta que siempre le gustaron las actividades manuales, que comenzó sacándole objetos a su mamá. Tomaba un portafolio viejo, un portadocumentos y trataba de arreglarlos o transformarlos cosiendo con agujas de costurera. “A los 18 años fui a lo del talabartero Nelson Palermo y le hice una demostración. Me dijo que estaba todo mal; que me había pinchado el dedo, que había demorado mucho tiempo, que malgastaba el material”.
Tras largas horas de práctica, Oscar volvió a lo de Palermo a mostrarle sus avances y él le dijo: “Todavía te falta mucho, pero vas mejor. Ahora tenés método”. Las herramientas que aún hoy -después de 40 años- utiliza se las compró a otro talabartero escobarense, Alberto Domenech.
El primer local de “Juan Grande” estuvo sobre la calle Mitre, donde Oscar se metió de lleno a hacer cinturones, carteras de mujer, monederos, riendas para caballos y maneas para vacas. Después realizó vainas para cuchillos y correas para escopetas, lo que lo llevó a meterse en el mundo de las armas y a tener una armería durante 8 años. “Hasta que en el año 2000 decidí cerrarla y seguir con lo mío junto a mi hijo, Francisco, que es platero”.
A la talabartería suelen llegarle pedidos extrañísimos. Temaikén, por ejemplo, le encargó bozales para cocodrilos y otros curiosos objetos de cuero que necesitan para los animales. Para Fleni, en tanto, debió confeccionar correajes y arneses para rehabilitación. Ahí mismo tiene un taller de afilado donde le afila desde el instrumental al hospital y los cuchillos a los restaurantes hasta las tijeras a las modistas.
Pero lo que realmente le fascina a “Cacho” son las antigüedades e ir a los remates. “Recorro zonas a 100 kilómetros a la redonda y encuentro de todo lo que hay en una casa: teteras, cucharones, cafeteras, fotos antiguas, cuadros, postales venidas del extranjero, muebles viejos. Como hace muchos años que hago esto, ya tengo el ojo avizor, enseguida sé a qué precio lo voy a poder vender y eso me fue formando una cartera de clientes, en general de coleccionistas”.
Con la misma curiosidad, casi todos los mediodías visita galpones, sótanos y altillos de gente que tiene cosas arrumbadas allí y no sabe qué hacer con ellas. Oscar les dice si tienen valor, si se los puede comprar o dónde ir a venderlas. “Siempre termino lleno de pulgas, de piojos, todo sucio y con la ropa rota, porque son lugares que no se abren desde hace 20 años. Para mí el tesoro no es encontrar un cofre lleno de oro sino una máquina de hace 100 años”.