La historia comenzó como tantas otras en esta época de virtualismo, a través de un sitio web de citas: Sexy or Not. Luego de un largo ida y vuelta de mensajes en los que se contaban su vida pero dilataban el encuentro cara a cara, Fabián Sturtz (49) decidió dar un paso atrás: acababa de salir de una relación complicada y “quería paz”. No involucrarse con nadie, al menos por un tiempo.
Quince días después del rechazo, insistente y persuasivo, Sebastián Romero (35) volvió a la carga con un último intento: “Si me vuelve a decir que no quiere, lo borro y a otra cosa”, pensó. Pero lo consiguió. Así que combinaron para encontrarse en el local de ropa donde él trabajaba, en Pilar.
Al terminar el horario de atención al público, pidieron una pizza que se acabó rápido. Lo que duró hasta la madrugada fue la charla, y pasaron la noche juntos. “Nunca más nos separamos”, le cuenta Fabián a DIA 32.
Fueron la primera pareja gay en casarse en el Registro Civil de Ingeniero Maschwitz, en octubre de 2010, dos meses y medio después de que se sancionara la ley de matrimonio igualitario. Y hace dos años consiguieron lo que anhelaron desde el primer momento: formar una familia. Tienen tres hijos: Estefanía (6), Maximiliano (10) y Martín (11).
Pero los hechos no sucedieron como si de pasar hojas de revista se tratara. Ni tan acelerados ni de forma tan simple.
Sí, quiero
Originalmente habían pensado casarse en Uruguay, en una posada de Chihuahua, una playa de dos kilómetros famosa por recibir turistas que gustan de andar como Dios los trajo al mundo. Iban allí tan seguido que se hicieron íntimos amigos de la dueña del hotel. Ella fue quien se ofreció para organizar una romántica ceremonia en la arena, seguida de una fiesta inolvidable.
La propuesta de casamiento se la hizo Fabián a Sebastián, mientras comían un asado en una parrilla de la Colectora Este, en Maschwitz. La aceptación fue automática y ahí nomás pusieron en marcha los preparativos. Entre decenas de otros detalles, habían organizado una caravana de catorce autos con todos los familiares y amigos para ir al país vecino. Pero, un día antes de partir, la gerente de la posada los llamó para suspender el evento porque su marido estaba muy enfermo y tenía que viajar al exterior para operarlo.
Jamás pensaron que ese comienzo era un mal presagio. Aprovechando que en el ínterin se había sancionado la ley de matrimonio igualitario en Argentina, en el tiempo récord de un mes replantearon la boda y la hicieron en una quinta de la zona. Todo salió de maravillas.
Consagrado el matrimonio, se instalaron en la casa que Fabián tiene en el barrio Lambaré y siguieron con sus vidas. Sebastián en el local de ropa y Fabián en una cadena de pinturerías donde trabaja desde hace añares.
Ser padres
Una noche, en medio de una cena, una amiga que estudiaba abogacía y estaba haciendo un trabajo especial sobre adopción les confirmó que si querían adoptar un hijo, la ley se los permitía.
Primero se acercaron a una institución especializada en esos temas, pero finalmente decidieron asesorarse en el juzgado de federal de Zárate-Campana para comenzar los trámites por cuenta propia. Les hicieron los tests psicológicos correspondientes y tuvieron que completar montones de planillas.
“La que más recuerdo, porque me impactó, fue la que te hace indicar si al niño lo preferís rubio, castaño, morocho, de ojos celestes, marrones o negros”, señala Fabián. Ellos no tenían preferencias sobre el aspecto físico, pero sí, al principio querían un bebé. Fue un requisito que más tarde dejaron de lado porque, como ellos mismos cuentan, la mayoría de los adoptantes se inclinan por los más chiquitos, por lo tanto la demanda es más alta y las posibilidades se achican.
Durante tres años siguieron de cerca las cuestiones judiciales. Sobre todo, invirtieron el tiempo en informarse. “Leímos montones de libros y leyes, vimos películas, series y documentales. De cada cosa íbamos sacando algo que nos servía”, menciona Sebastián.
Cuando la oportunidad llegó, fue en grande. Una mañana los llamaron del juzgado de San Nicolás para decirles que tres hermanitos estaban alojados en un hogar esperando una familia. Al otro día se subieron al auto y fueron ansiosos a hablar con el juez. Lo primero que hizo fue advertirles que los chicos estaban en un hogar de la iglesia evangélica y que desde ahí intentarían poner trabas por el hecho de ser un matrimonio gay. De todas maneras, permitieron que el proceso comenzara.
“Primero son seis meses o, como en nuestro caso, puede ser un poco menos de la llamada vinculación; luego viene la guarda y finalmente se dicta la adopción, si todos los pasos anteriores fueron bien”, cuenta Sebastián.
La familia soñada
Cuando se encontraron cara a cara con quienes serían sus hijos “fue amor a primera vista”, asegura Fabián. A partir de ahí comenzaron las visitas a San Nicolás -los fines de semana- para conocerse, entenderse, experimentar cómo se sentía cada uno e imaginar la vida juntos, los cinco.
La química fue fluyendo y todo salió a la perfección: Fabián y Sebastián lograron convertirse en padres de esos tres pequeños, que tienen no a uno sino a dos hombres a quienes decirles papá.
“Siempre les explico a los chicos que las familias pueden convivir como los lápices en una cartuchera: el naranja puede ir con el celeste y el rojo con el amarillo. Nada tiene que estar predeterminado, y ellos lo entienden”, apunta Sebastián, el que más tiempo pasa con ellos, ya que dejó su trabajo afuera para ocuparse de la casa, de la cocina, de las manualidades y de la decoración. Fabián es el sostén económico de la familia.
Hoy están todos adaptados, en la casa cada uno tiene su espacio y se percibe esa vibra tan especial de los lugares donde habitan niños. En una pared hay una pizarra con las manos de los cinco pintadas de colores y una frase que resume el mayor logro de Sebastián y Fabián: “La familia que soñamos”.