En el primer día de clase de cualquier escuela de periodismo, los profesores suelen darle un consejo básico pero fundamental a todos aquellos que quieren sumergirse en el mundo de la comunicación: “No compren pescado podrido”. Sin embargo, por negligencia o mala fe, periodistas y medios masivos bombardean cada vez más con información errónea, historias inventadas y operaciones de prensa, que siempre generan un impacto notoriamente mayor al de la posterior desmentida, cuando la hay. Se trata del universo de las fake news.
Este término inglés, que en castellano significa “noticias falsas”, le da nombre a una práctica que se caracteriza por buscar el engaño y la manipulación de una determinada audiencia, que no duda de lo que lee y/o escucha y/o ve.
El boom de redes sociales como Facebook y Twitter potenció la propagación de este tipo de publicaciones, de efecto instantáneo y expansivo entre los usuarios. Un simple artículo de un ignoto sitio web puede ser viral y terminar con la carrera de cualquier deportista, artista o funcionario. Abundan antecedentes.
Hillary Clinton, candidata demócrata a la presidencia en las elecciones de 2016, puede decir que lo vivió en carne propia. La otrora primera dama y secretaria de Estado fue protagonista de todo tipo de notas que la vinculaban al tráfico de bebés, le endilgaban declaraciones racistas y la mencionaban como partícipe de ritos satánicos.
Todo eso contribuyó a allanarle un poco más el camino a su rival de turno, el excéntrico empresario Donald Trump, que rompió con todos los pronósticos y hoy ocupa la oficina oval de la Casa Blanca.
Compartir “a ciegas”
Según los especialistas, el 59% de los usuarios de redes sociales comparte noticias sin haberlas leído. Es decir, 2 de cada 3 personas difunden “a ciegas” el contenido de publicaciones de todo tipo. Entre ellas, las fake news son las que circulan con mayor volumen, velocidad e impacto.
Su existencia, sin embargo, no es reciente. Muy por el contrario, data de miles de años, cuando no había redes sociales ni diarios de tirada masiva. Por ejemplo, en 1789, previo al inicio de la Revolución Francesa, Maximilien Robespierre y compañía difundieron que la prisión de la Bastilla estaba colmada de presos políticos. Así lograron que la población se indigne y acompañe la revuelta. Cuando entraron, la sorpresa se apoderó de todos: solo había un puñado de personas y todas eran criminales comunes.
Más cerca en tiempo y espacio, el ya fallecido ex jefe de gobierno porteño Enrique Olivera también fue víctima de una noticia falsa: la denuncia de una cuenta millonaria en el exterior lo “manchó” a días de las elecciones legislativas de 2005, cuando competía con los candidatos del, por entonces, mandatario porteño Aníbal Ibarra. Pese a que después se comprobó que era mentira, el daño ya estaba hecho y su carrera arruinada.
Incluso, en medio del apagón nacional del pasado domingo 16, circuló información de todo tipo y medios que la difundieron sin tomarse la mínima molestia de corroborar que fuera cierta.
Todo esto le da más trabajo a sitios especializados como Chequeado o el estadounidense Snopes, por mencionar algunos. Muy a su pesar, las fake news diariamente son moneda corriente en Facebook, Twitter y WhatsApp, con el guiño de muchos políticos y asesores de comunicación.