Todos le dicen “Negrito”, apodo que se jacta de llevar “con mucho orgullo” y que recibió apenas llegó al mundo. “Mis abuelos eran italianos de cutis bien clarito y cuando yo nací mi abuela, sorprendida, le dijo a mi mamá: ‘¡Qué negrito es!’. Y cada vez que me iba a visitar decía ‘¿a ver mi negrito, como anda?’. Y me quedó”, explica Héctor Herrera (83).
Nació en Lima, partido de Zárate. Pero al año la familia se mudó a Belén de Escobar, de donde era su padre. “Uno de mis primeros trabajos fue de parquista: él era casero y yo cortaba el pasto. A los 18 me fui a un almacén de ramos generales de Loma Verde, hasta que entré al servicio militar. Después Raúl González y Carlos Cejas pusieron una parrilla en la ruta 9 y me llamaron para trabajar de mozo”, le cuenta a DIA 32.
Allí conoció a Gladys Cejas, quien sería su esposa durante seis décadas. “Estuvimos un año como compañeros y después nos pusimos de novios, yo tenía 21”, comenta al recordar cómo conoció a su compañera de vida, fallecida el año pasado y con quien tuvo tres hijas mujeres: Norma, Ana y Marta.
Después trabajó en la parada del Chevallier de Loma Verde, en la estación de servicio Esso de la ruta 9, donde atendió la parrilla de los Magnarelli, en un criadero de cerdos, en alfombras Dragui y durante 18 años en la fábrica de maderas Coindel. “En esa época había laburo en todos lados, no como ahora”, remarca, con nostalgia.
También formó parte de la primera Fiesta Nacional de la Flor, que se hizo en la sede de Sportivo Escobar, donde trabajó de mozo en el agasajo que se le hizo al embajador de Japón. Bandeja en mano, también atestiguó la célebre apertura de la tienda de ropa masculina Henry Sport, el día que vinieron Osvaldo Rattin y Antonio Roma, dos legendarios futbolistas de Boca Juniors.
En 1975 compró su primer auto, un Fiat 1500: le sacó los asientos de atrás, le puso un portaequipaje y empezó a vender plantas en la salida del campito de la estación, pero tenía que lidiar con los inspectores municipales: “Vendía como loco, pero no podía estar parado con el coche, no me dejaban, tenía que vender y seguir porque mi permiso era de vendedor ambulante”, recuerda entre risas, rememorando épocas de juventud.
Para no seguir a las corridas y dejar de escaparse de los inspectores, decidió continuar con el negocio afianzándose en un local propio e instaló un vivero en el patio de su vivienda. Al mismo tiempo, su señora y sus hijas atendían un kiosco polirubro al lado, sobre el frente de la casa. Así, la familia no tenía que moverse de su domicilio, sobre la calle Belgrano.
Hace unos meses tuvo que cerrar el vivero, después de 42 años, debido a una hernia que le impide hacer fuerza. “Gracias a las plantas tuve clientes famosos, como Alberto Migré y Raúl Lavié, que tenían sus casas por El Cazador y yo les equipaba los parques. Les he vendido cantidades”, comenta, orgulloso.
Narrador y recitador
Su primer traje de gaucho lo tuvo a los 10 años, para andar a caballo. “Me sentía importante así vestido”, comenta. Hoy tiene cuatro, impecables, y de diferentes tonalidades de acuerdo a la presentación a la que vaya. Comenzó a recitar en peñas folklóricas de Luján y General Rodríguez, donde se presentaba hasta ganar confianza y seguridad para debutar en su querido Escobar.
“Escribo mucho y todo con rima, he hecho homenajes a la virgen y a familiares. Estoy preparado para cualquier público”, afirma, seguro de sí mismo. En 2017 fue declarado Embajador de la Cultura Isleña por el Concejo Deliberante de Escobar.
Se define como “decidor, narrador y recitador”. Su amor por el folklore y las tradiciones lo llevó a compartir escenario con uno de sus grandes referentes musicales, el “Chaqueño” Palavecino, a tal punto que la anécdota de cómo llegó a conocerlo, en 2010, es una de sus preferidas.
“Estuve con él en La Patagonia, en las Fiestas Patronales de Esquel, donde viven mis hijas. Había 20 mil personas y llegué al escenario peleando con los de seguridad, diciéndoles que me habían llamado para subir a bailar.
-¿Y usted quién es?, me preguntó el Chaqueño cuando subí.
-’El Negrito’ Herrera, de Escobar, la Capital Nacional de la Flor, le dije.
-Ah, yo conozco Escobar, preséntese ante el público, me dijo.
Tras el breve intercambio con el artista, ahí nomás recitó: “Bienvenidas a esta plaza todas las delegaciones, que de distintos fogones nos arriman unas brasas. Nuestro fortín los enlaza con los brazos como armadas y agradece la llegada hasta este hermoso rincón, que se ha llenado de luces para honrar la tradición”.
“Me hizo seguir y completé las cuatro estrofas. A él le gustó muchísimo, fue algo imborrable, una aventura inolvidable”, sostiene, con el rostro iluminado al relatar esa vivencia.
Aquel festival fue televisado en vivo para Esquel y sus nietos no podían creer cuando lo vieron en la tele: “‘Má ¿qué hace el abuelo ahí?’, le preguntaban a mis hijas”, recuerda, pícaro y orgulloso por lo que consiguió a fuerza de coraje y pasión.
Desde ese día estableció una relación de amistad con el popular cantante. Tan es así que poco después Palavecino lo llamó para que lo acompañe en un festival artístico que se hizo en Pilar, donde recitó ante 40 mil espectadores.
Vital, optimista y emprendedor, el “Negrito” no se rinde ante el paso de los años, más allá de las dificultades lógicas que estos presentan. Continúa con su rutina habitual, tan activo como siempre, como una filosofía de vida.
“Tengo problemas propios de mi edad, pero estoy bien. Anduve siempre para todos lados, bailé toda mi vida y voy a seguir bailando. No puedo parar, necesito andar y trato de ir a todos los espectáculos”, confiesa, con el folklore en las venas y un verso para cada ocasión.