Entre 1992 y 1993, Javier Medina (43) jugaba en las divisiones menores de Villa Dálmine. Tenía condiciones, pero su familia no atravesaba un buen pasar económico y no pudo seguir viajando a Campana. Los gastos de viáticos eran muchos y debió dejar su sueño a un costado, aunque siguió jugando con amigos en diferentes canchas de Belén de Escobar.
Nunca se hubiera imaginado que décadas después iba a volver al club donde se formó. Pero esta vez ya no como futbolista sino para atender profesionalmente al plantel de primera división, en su rol de masajista especializado en deporte.
Desde hace quince años vive en Campana con su esposa, Analía Ojeda, y sus cuatro hijos, pero siempre vuelve al barrio donde pasó su niñez y juventud. “Mi corazón está en Escobar, porque ahí tengo a mis viejos -Candelaria Prieto y Julio Peduzzi-, mis hermanos y mis amigos”, afirma.
En Campana abrió su propio centro de masajes y empezó a atender en su gabinete a deportistas que practican running, triatlón, remo, básquet y fútbol. Hasta que uno de sus pacientes le hizo el puente para volver al club donde jugó de chico.
“Una vez me vino a ver uno de los últimos referentes que tuvo Dálmine, Oscar “Otto” Falcón, entablé una muy buena relación y ahí nació mi conexión con el club. Un día me contacta el masajista diciéndome que necesitaba un reemplazo por un fin de semana. El DT era Nicolás Otta, a quien conocía por amigos en común y de haber compartido partidos. Arranqué por ese fin de semana”, le cuenta detalladamente a DIA 32.
Poco después volvió a reemplazar a su colega. Esta vez le tocó viajar a Santiago del Estero con el plantel y desde el club le ofrecieron trabajar formalmente con ellos, porque buscaban tener dos masajistas. Así, pasó a ser “titular” en el staff de la institución violeta.
“Tuve buena aceptación. A veces es difícil caer bien porque a los jugadores de primera hay que tratarlos de una forma especial. Por suerte quedé dentro del cuerpo médico”, sostiene, sobre el trabajo que hace desde 2018 en el club, que milita en la B Nacional y del que era hincha el recordado actor Juan Carlos Calabró.
Todos los comienzos, en el ámbito que sea, se viven de manera muy especial. Y para Javier su presentación no fue la excepción. “Fue muy emocionante, me acuerdo que fui a una quinta de Los Cardales, donde estaba concentrado el equipo y enseguida me puse a trabajar”, comenta.
“Estar en un club tan importante, de la ciudad donde vivo, es muy lindo. Aprendí mucho de los cuerpos médicos que han pasado y me dieron siempre la libertad de trabajar tranquilo”, afirma, con gratitud y alegría por su presente laboral.
Su trabajo es hacer que los jugadores lleguen diez puntos a los entrenamientos y a los partidos. Al que tenga una molestia, carga o contractura, le hace una sesión de masajes para aflojar el músculo y alivianar tensiones. “El futbolista profesional tiene que estar siempre al cien por ciento. Se juega el puesto en las prácticas, no hay tiempo para relajarse. Una vez que los vas conociendo sabés qué molestia pueden tener. De 32 jugadores que hay en el plantel, siempre a alguno le pasa algo”, asegura.
El buen estado físico es clave para el fútbol actual. Que los protagonistas lleguen sin molestias, seguros de su propio rendimiento y fuertes físicamente, en parte, también es responsabilidad de los masajistas. “Nosotros les preguntamos a todos cómo están y vemos qué necesitan. En las concentraciones paso por cada habitación y les ofrezco masajes en las piernas para que descansen mejor y se levanten cero kilómetro para los partidos”, cuenta el escobarense, que les da un seguimiento casi paternal a sus jugadores.
“Siempre fui muy futbolero, poder brindar mis servicios y ser reconocido es un sueño. También fue increíble revivir tanto tiempo después las cosas que había vivido de chico en esta misma cancha. No se me dio ser jugador profesional, pero ahora trabajo en el club y para mí es un gran logro profesional y personal”, confiesa, feliz de atravesar el mejor momento de su carrera y de estar rodeado de fútbol todos los días.