Por DANIEL BIANCHI
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La combinación de moto y ruta suele conducir a ideas de rebeldía, rock y excesos, alimentadas tal vez por las historias que el cine contó sobre algunos de los motoclubes con más tradición en Estados Unidos, verdaderas pandillas motorizadas que supieron poner patas arriba a más de un barrio. ¿Pero realmente es ese el destino trágico de todo motociclista?
Muy a pesar de lo que pueda sugerir el nombre, los integrantes de la moto-agrupación garinense El Malón opinan que no, con una amabilidad que ablanda al más recio y conscientes de los clichés que arrastran al usar una campera de cuero con el parche que los identifica. Por eso, el presidente de la organización, Javier “El Tío” Avellaneda, y sus compañeros tienen muy claro que “lo importante es la persona. No nos sirve de nada que vengas con una BWM 1200 y te comportes como una porquería. El grupo son las personas, no las motos, que simplemente son un medio de locomoción que nos encanta”.
Para ellos, la moto implica un estilo de vida que siguen a rajatabla. Se lo podría comparar a quienes aman el fútbol y no importa si llueve o hace frío, van a la cancha a alentar a su equipo y no simplemente a ver un partido. No hay un motociclista que no haya escuchado cosas como “estás loco, el paragolpes sos vos” o “¡con esa plata me compro un auto!”. Gustavo Romeo, uno de los fundadores de la agrupación, dice que hay un poco de eso, que “es tener una especie de locura por las motos. Cuando te dicen lo del auto uno se queda pensando: ‘¿Y? ¿Qué hago yo con un auto si lo que me gusta es una moto?’. Es un estilo de vida que uno elige, o que lo elige a uno”.
En ese camino hay dos néctares, que una vez probados, difícil es dejarlos: la sensación de libertad y la adrenalina que genera el conducir una moto. Para graficar la idea, Mario Montaña, que hace ocho años integra El Malón, dice que “no se puede comparar a la sensación que te da un auto, por ejemplo. El vínculo que se crea entre el cuerpo, la moto y lo que te rodea es muy difícil de describir; porque sentís cada cosita, cada pozo o piedrita, cada cambio en el viento o la temperatura. De verdad, la sensación es totalmente distinta”.
A pesar de esas emociones, todos acuerdan que el comportamiento en la ruta es primordial para formar parte de una moto-agrupación y que para correr bien pueden usarse los autódromos de Buenos Aires, incluso para cilindradas bajas.
Codo a codo
La otra cuestión especial que une a las orgas motoqueras es la fraternidad que llegan a tener. Podría decirse que todo empezó casi como una excusa, una forma de poder ir a los moto encuentros y tener algo que responder ante la recurrente pregunta: “¿Son de alguna agrupación?”. Gustavo, José y Ariel se cansaron de escucharla y empezaron a buscar un nombre para el naciente conjunto.
Lo que hoy Internet hace fácilmente con un buscador, hace unos quince años había que hacerlo mes a mes en revistas especializadas; como ‘Manillar’, donde se fijaron qué nombres no estaban disponibles. El primero que les vino a la mente fue ‘Sombras del Camino’, pero también se le había ocurrido a alguien más, así que probaron otros, sin suerte.
Remarcan que aunque hoy en la agrupación no haya mujeres, su presencia es muy importante. De hecho, la esposa de José, Mirta, es responsable del nombre. Ella sugirió, tal vez con un poquito de maldad: “¿Por qué no le ponen El Malón? Si andan todos juntos y son como indios…”. Pero se miraron y vieron que les gustó, que el concepto cerraba y estaba libre; así que de ahí en adelante, las motos serían caballos de metal y ellos los jinetes.
Desde entonces, de a poco empezó a sumarse gente hasta llegar a los diecisiete integrantes que son actualmente y pudieron participar de otra manera en lo que es una de las principales actividades de las agrupaciones: los moto-encuentros.
Salidas en malón
Este mes habrá un encuentro en San Pedro, uno de los más grandes y lindos que hay en la zona y hace seis años que asisten. Para Avellaneda, lo más interesante de esas actividades es reencontrarse con amigos que no ven hace tiempo. “La moto es un medio de locomoción que te lleva a un lugar donde hay amigos; pero es distinto a ir en auto, que sos un turista más. Con la moto, en cambio, llegás y enseguida alguien te pregunta qué moto es, te ofrece ayuda, te pregunta de dónde venís. A mi lo que más me gusta es eso: el contacto personal que te da la moto”, cuenta.
Ese tipo de camaradería llega a niveles insospechados. La página www.couchsurfing.org, donde personas de todo el mundo ofrecen y piden alojamiento gratuito entre viajeros, tiene un apartado especial para motociclistas. Casi manteniendo todavía un poco de asombro, Javier recuerda una anécdota increíble: en Brasil, una persona que no lo conocía sólo necesitó la referencia de un amigo para dejarle la llave de una casa completamente equipada para que se quedara.
Y si los viajes, las sensaciones y las amistades no alcanzan para sentirse más o menos lleno, El Malón también tiene una arista solidaria que surgió de una oportunidad, pero se consolidó con total convicción.
Cerca de los inicios buscaron dos cosas: una forma de separarse de la imagen pesada que sobreviene al motoquero y darse a conocer; pero todavía no tenían la estructura para organizar un moto-encuentro. Entonces, una de las chicas se dio cuenta de que faltaba poco tiempo para el Día el Niño y sugirió hacer un festival.
Con los motores y las mentes en movimiento llamaron a algunos músicos amigos, recorrieron comercios buscando donaciones de caramelos o juguetes e hicieron una exposición de motos. El debut fue en lo que hoy es la Escuela Municipal de Fútbol de Garín. El escenario fue el tráiler de un camión prestado por el corralón Pantanetti y todo lo demás, a puro pulmón.
A los dos años, la comunidad y el gobierno municipal reconocieron el trabajo que realizaron y ayudaron con más materiales para que el festival llegue a ser una fecha inamovible del calendario cultural de la ciudad.
Todo eso les infla el pecho; pero les deja la humildad intacta. A ellos les sigue pareciendo lindo ir por ahí derribando mitos, que haya menos personas que se sorprendan de un grupo de motoqueros que organizan un festival tan grande por el Día del Niño y encender los motores para salir en busca de una nueva amistad.