Por FLORENCIA ALVAREZ
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Madre de dos films: Rompecabezas (2010) y El Cerrajero (2014), a Natalia Smirnoff (42) la suelen definir como una directora exquisita y poética. Que sabe contar historias simples, profundas, de esas que hacen reflexionar y quedan dando vueltas en la cabeza de los espectadores hasta mucho tiempo después de la función.
Egresó de la Fundación Universidad del Cine (FUC), en 1998. A partir de ahí fue directora de casting y asistente de dirección de importantes nombres de las carteleras locales: Damián Szifrón, Pablo Trapero, Marcelo Piñeyro, Lucrecia Martel, Fabiana Tiscornia, Ariel Rotter, Alejandro Agresti y Jorge Gaggero, entre otros. Fue este último quien la incentivó para que empezara a escribir y le regaló una lapicera para su cumpleaños.
“Había tenido a mi primer hijo y estaba un poco cansada. La vida de trabajador de cine es sacrificada, más cuando sos asistente de dirección, que se trabaja 14 horas diarias como nada, los feriados y los fines de semana. Había hecho La Niña Santa, Un Mundo Menos Peor y Cama Adentro, no podía más”, cuenta.
Cuatro meses sabáticos fueron el momento ideal para empezar a gestar el guión de Rompecabezas. Aunque le llevó cinco años más plasmarla en la pantalla: “Entender cómo se hace para dirigir una película es bastante complejo. Y todo va cambiando: lo que aprendiste para una ya no te sirve para la siguiente. Es una tarea ardua”, afirma.
Relajada, de túnica blanca y larga, mate en mano, sin maquillaje y en una mañana nublada de un feriado de noviembre, Smirnoff recibe a DIA 32 en su casa, ubicada en uno de los barrios más agrestes, alejados y hermosos de Ingeniero Maschwitz.
Como tantos otros nuevos lugareños, ella también llegó al “Pueblo de las Artes” por recomendación de la actriz Érica Rivas: “Algunos la quieren matar porque dicen que sobrepobló el lugar”, comenta un poco en broma y otro tanto en serio. “Cada año que pasa se siente mucho que se suma más y más gente. Hay demasiada. Antes no había stress acá, ahora ves a algunos que están como locos”.
¿Cómo le está yendo a El Cerrajero, la película que estrenaste en septiembre?
Ya no está en Buenos Aires, está en el interior. Fue bien, aunque no fue “guau”. Es un momento muy difícil. Me hace mucha gracia porque cuando se estrenó Rompecabezas tampoco nadie decía nada, pasó de largo. Y ahora dicen “la excelente comedia” o la ponen entre cinco títulos. Siento que con El Cerrajero va a pasar lo mismo, son películas que tienen durabilidad, que las podés ver varias veces porque no tratan sobre algo concreto que está sucediendo. El tema es que se ven mucho afuera y juntando el total de espectadores terminan yendo bien.
¿Qué tipo de cine te interesa hacer?
Un cine de exploración, de coherencia conmigo, que tenga una búsqueda del lenguaje. No me interesa hacer algo masivo para manipulación, sino algo donde el espectador tenga que interactuar con la película, para decirlo de alguna manera. Si bien son películas que las entiende todo el mundo, no son lo que la mayoría de la gente quiere ver, aunque cada vez se van sumando más personas a las que les interesan.
¿Es muy difícil hacer películas en Argentina?
Sí, hay que tratar de hacerlas de la forma más barata posible, mejorando el guión al máximo para atrapar por ahí. Ahora estoy trabajando en la tercera, que todavía no sé cómo se va a llamar, tratando de coproducir con Latinoamérica y de esa manera juntar fuerzas y más posibilidades de que salga bien y haga un buen papel.
¿Qué presupuesto mínimo se necesita para filmar acá?
Depende muchísimo de lo que se vaya a hacer, pero no menos de 300 mil dólares. Pero es muy complicado, porque quizás conseguís un montón de plata pero no cobrás, no vivís de eso, y no por eso termina costando menos. Los directores de cine no somos millonarios, eso es una ridiculez. La realidad es que vivimos manteniendo las películas y haciendo unos esfuerzos enormes para poder filmar, escribir y desarrollar. Tampoco somos víctimas o unos sufriditos, pero lejos estamos de las personas que van a trabajar y les pagan un sueldo. Eso, para un director de cine, no existe.
¿Cómo sabés si una película está bien o mal dirigida? ¿O pasa por si te gusta o no te gusta?
Sí, entra en juego un plano muy subjetivo y es que no hay una buena o mala forma. O sea, hay una mala que es cuando nada tiene sentido, ahí sí decís que está mal. Lo malo malo, se nota. Después entrás en una zona de gustos y de diversidades. A algunos directores les parecerá que lo mío es horrible y a mí lo de otros, así como hay a quienes les encanta lo que hacés. Lo interesante es lograr contar algo que salga desde uno para motivar. Es hermoso e impactante cuando hacés una película y la gente se emociona. Cuando te escriben o te dicen algo a la salida del cine. A muchos les puede hasta cambiar la vida en algunas cosas. Para mí ahí vale la pena lo que uno hace.
¿Hay alguna temática en especial que te guste?
El lugar de la mujer, de la familia, las falsas ataduras de los sistemas, lo real, el aborto y un montón de cosas que me preocupan. En Rompecabezas hablé sobre el lugar de una mujer que servía, limpiaba, cocinaba, hacía todo sin ningún reconocimiento. La única manera de cambiar eso, de que no haya esclavas, es cambiar una misma, aprendiendo a darse más libertad. La gente con mayor libertad interior es más feliz y eso hace a mejores personas. Cuando más esclavos nos sentimos, más aprisionados en nosotros mismos, aparece más tensión, más odio, más frustración. Y no tiene que ver con lo económico, claramente.
¿Cuál es el lugar del dinero para vos?
Mucha gente asume ese tema como si el dinero fuera lo que da y lo que quita. Yo creo que es una parte que agrega, pero que hay un gran mal entendido. Poder reflexionar sobre eso es algo que me interesa bastante. Me interesa hacer preguntas, no dar respuestas porque no las tengo. Quiero hacer planteos. Las respuestas son pequeñas al lado de lo amplia o potente que puede ser una pregunta.
El cine argentino tiende a enfocarse mucho en hechos históricos. Ahora no tanto, pero hasta hace un tiempo se hablaba de la dictadura y los desaparecidos como si no hubiera otro tema.
Eso se da porque hay una demanda de afuera. Esas temáticas, sobre todo en un momento, eran muy requeridas. Si hay una visión nueva, me parece que siempre puede ser interesante. También hay algo que es bastante fuerte y es que muchas de esas películas se sostienen con fondos de afuera, europeos sobre todo, y ellos quieren a la Latinoamérica pobre, quieren la villa, historias de clases sociales bajas. Entonces es difícil encontrar intermedios que sean comerciales para esos mercados y que al mismo tiempo contengan una historia en sí misma.
¿Por qué crees que en Argentina casi no se filman películas de ciencia ficción, por ejemplo?
Eso tiene una lógica bastante concreta y es que suelen ser superproducciones imposibles. Pero hay casos de ciencia ficción, el tema es que no se conocen. Por otro lado, el realismo es como lo más natural y más fácil de hacer. A mí me gusta lo corrido del naturalismo, que parece costumbrismo. Por ejemplo, en Rompecabezas, cuando ella lavaba los platos no había dos, había quince. Todo estaba sobrecargado de colores, rosa, rosita, le sacamos la variante azul para que fuera como de cuentito. Y en El Cerrajero hay un elemento fantástico que hace mirar de otra manera. Igual, a la gente le cuesta. Si es una ciencia ficción de Estados Unidos la aceptamos, en cambio, si es de acá, no tanto.
¿Cómo se hace para que el público vaya a ver una película nacional habiendo tanta oferta y estando tan caras las entradas?
No hay mucho que se pueda hacer. Las políticas de Estado de promoción y demás podrían funcionar. Pero, por otro lado, creo que la gente ve bastante cine argentino, aunque no en el cine. La ve pirata o por Internet, no quiere pagar por ver películas argentinas.
¿Hay maneras efectivas para luchar contra la piratería?
No hay formas. Pienso que trabajar en plataformas como Vimeo, que es algo que se está haciendo ahora para que por 2 ó 3 pesos puedas ver la película en mejor calidad. Si eso se establece, es una buena solución. Pasa porque el espacio cine se visita cada vez menos. Nosotros nos mantenemos con las entradas, el subsidio, las ventas que logres hacer y los fee de los festivales.
¿Hay países en los que dirigir una película se hace más fácil que en otros?
Es en todos lados igual. Yo tengo un amigo en Francia que nunca logró filmar, hace publicidad y otras cosas para vivir. En Estados Unidos también es muy difícil, porque son miles sacándose los ojos. Gente muy reconocida es bastardeada. Hace poco salió el tema de la película de Paul Schrader, un groso, guionista de Taxi Driver, a quien le arruinaron su último film. En el estudio se la destrozaron. Estuvo junto a Nicolas Cage protestando con una inscripción en sus remeras porque, por cláusula, el estudio les prohíbe hablar de la película. Para los actores tampoco es tan fácil. Hay un libro que cuenta que si hay 6 mil actores, 5.500 trabajan de hacer castings mientras manejan limosinas o son camareros. Lo mismo pasa con los directores.
Vas a muchos festivales en todo el mundo, ¿los disfrutás?
A mí me encanta estar en mi casa, soy muy feliz. Ahora me tengo que ir a Punta del Este y a La Habana y ya decidí que no me muevo más en todo el mes. Me gusta, pero le tengo algo de reticencia a los festivales. Vas, te encontrás siempre con los mismos que tampoco tienen mucho que hacer, ves películas y conocés gente. Están buenos y son importantes, pero no deja de ser ir a hacer sociales. Es muy duro viajar, la vida de hotel, las horas de espera en los aeropuertos. No es una vida atractiva. Vas a Suiza, por ejemplo, y no tenés plata para gastar. Comés en los cócteles porque a 17 o no sé cuánto el euro, otra no te queda. Todo eso es trabajo que no te pagan. Después de dos alfombras rojas te aburriste.