De manera casi espontánea, y sin demasiados anuncios, las murgas salieron a las calles con su música a celebrar una fiesta tan antigua como pagana. Desde hace añares, y en diferentes partes del mundo, los corsos tienen lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana. Los disfraces, la música, los bailes, el agua y la espuma son los denominadores comunes. Quienes se acercan a estos festejos lo hacen para divertirse y pasarla bien. Fue lo que miles de escobarenses vivieron el fin de semana largo del 18 al 21 de febrero.
Los carnavales eran una tradición perdida en el partido de Escobar desde hace más quince años, cuando fueron prohibidos por el entonces intendente Luis Patti. En aquel momento, las murgas se hicieron callar y, de a poco, se fue perdiendo aquel folklore. Los chicos nada sabían de corsos en los barrios, gente disfrazada en la calle ni de guerras de agua y espuma. Hasta que en 2011, por iniciativa de un grupo de organizaciones culturales del distrito, los tambores y las trompetas volvieron a sonar. Un sonido que este año se oyó con mucha más fuerza y por más tiempo.
Matheu fue la localidad donde el carnaval se vivió con mayor euforia: más de cinco mil personas llegaron hasta la calle Nazarre para divertirse en familia y entre amigos durante las tres jornadas de corsos, del 18 al 20. El evento no fue gratuito, ya que se cobró una entrada de diez pesos a beneficio del Centro de Salud “Dr. Horacio Canesi”.
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La tercera noche fue la más concurrida, con la participación de siete murgas: Los Elegantes, Los Bacanes, Los Inkietos, Los Desacatados, Los Duraznitos y Los Fabulosos. La novedad estuvo guardada para el final, con el regreso de la mítica murga matheuense Los Titanes, que volvió a reunirse luego de largos años de inactividad. El público la acompañó con mucha alegría y un toque de buen humor aportado por un grupo de unos cincuenta hombres vestidos de mujer que arrancaron las carcajadas de la gente.
En Garín también hubo fiesta y por partida doble. Fue el sábado 18 y el domingo 19, sobre el boulevard Presidente Perón, organizada por la Red de Murgas. Allí, el espíritu carnavalero se había empezado a sentir desde la semana anterior, ya que en el mismo lugar varias comparsas locales habían hecho su pasada en una suerte de ensayo a la que llamaron precarnaval.
Maquinista Savio no quedó ajeno a esta alegría contagiosa y tuvo su festejo sobre la calle Ruiseñor, con la participación de varias murgas y una impresionante concurrencia de vecinos. Ese mismo día, la fiesta en Ingeniero Maschwitz, organizada por el Colectivo Cultural, debió suspenderse por la amenaza de lluvia y trasladarse al 4 de marzo, día en que se conmemora el aniversario de la imposición del nombre a la estación de trenes de la localidad.
El lunes 20 fue el turno de Belén de Escobar, donde el Movimiento de Cultura Libre (MOCULI) organizó un evento para grandes y chicos en la avenida Tapia de Cruz. A diferencia de los corsos que antes y después de esa fecha tuvieron lugar en el Club Boca del Tigre, aquí no se cobró entrada y lo que dejó el buffet fue para el edificio propio de la biblioteca popular de Matheu.
Desde las cinco de la tarde comenzaron los preparativos de una fiesta donde no sólo hubo murgas. Los chicos se divirtieron con los juegos de una kermesse ubicada sobre la plaza y se dejaron pintar sus caras con dibujos de colores. En la calle, un malabarista hacía demostraciones con fuego y de a poco, el agua cobró el lugar de privilegio que tiene en el carnaval.
Cerca de las ocho comenzaron a llegar las murgas que le pondrían música, color y baile al encuentro. Los primeros en aparecer fueron Los Garufas, le siguieron Los Porteñitos, Los Chifladitos y, finalmente, Los Desacatados. Cada una fue aplaudida por un público que para ese momento estaba en su mayoría empapado de pies a cabeza.
Los corsos y el carnaval ya no son recuerdos del pasado. Llegaron para quedarse. Ahora, sólo les falta seguir creciendo.
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