Hace 15 años dedica su tiempo a rescatarlos de la calle para curarlos, llevarlos a vacunar y procurarles un hogar. Además, en su casa convive con 34. Asegura que son una de las mejores cosas que le pasaron.

Hay que estar ahí, viéndola interactuar con ellos para darse cuenta de que tiene un don muy especial. Entre un mate y otro, Mabel Lanabere (61) abre la puerta para presentar a uno de los 34 perros que viven en su casa. Todos la miran atentos, bien sentados, como aguardando instrucciones. Cuando pronuncia su nombre, una perra con problemas de cadera se acerca sigilosamente, mientras los demás se quedan quietos, inmutables. La mima y empieza a relatar su historia.

Hace quince años se despertó en ella la vocación por rescatarlos de la calle, llevarlos al veterinario y tratar de conseguirles un hogar, una causa a la que dedica tiempo completo. Dice que adora a sus hijos y a sus nietos, pero sus compañeros de todos los días son ellos.

Al principio salía en su bicicleta a buscar perros callejeros para llevarlos a vacunar y castrar en la Dirección de Zoonosis. También se daba maña aplicándoles curabicheras y los resguardaba en su casa si estaban enfermos o viejitos. “Nunca había tenido mascotas mientras crié a mis hijos, pero sentí que necesitaba colaborar en algo con la comunidad y se me dio por este lado”, explica a DIA 32.

Curarlos y cuidarlos sería solo una parte de su misión. Más adelante entendió la importancia de la castración para controlar la población canina y evitar que proliferen desmedidamente. “Una perra que no tenga cría son veinte cachorros que no nacen en un año y, por ende, no quedan abandonados”, señala.

En los comienzos lograba llevar unos 80 perros por año a las castraciones del Centro Antirrábico. Pero ese número se cuadruplicó con la aparición de otras personas que se sumaron a colaborar. “Al principio éramos una mujer y yo, pero ahora somos 40 en distintos barrios que nos avisamos cuando hay que tratar alguna situación. Fue como un efecto caracol, empezamos en la plaza de Escobar y después fue apareciendo gente en todas partes”, comenta Mabel, que, haciendo una cuenta rápida, ya rescató y curó a más de tres mil animales.

Casa tomada

Todos los días del año, Mabel se levanta religiosamente a las 6:45 y atiende a sus 34 huéspedes, muchos de ellos viejitos o con discapacidades. Los saca de a grupos para que corran y hagan sus necesidades en un baldío cercano. Ella los acompaña, bolsita en mano: “Levanto todo, hasta lo de los perros que no son míos”, aclara.

A las 8:20 llega a Zoonosis, a tiro de bicicleta desde su casa. Siempre hay alguna situación que asistir o algún turno que aprovechar. Aunque a media mañana ya hizo buena parte de su labor, su jornada recién empieza. De ahí se va a trabajar limpiando locales para complementar sus ingresos. “Mantener a 34 mascotas es costoso”, apunta. Pero celebra que desde que cobra su jubilación está un poco menos ajustada: “Lo primero que hice cuando me salió la mínima fue comprar los caniles”, cuenta.

Después de trabajar, descansa y se pone a preparar la “comida de olla” para los perros, a base de arroz, polenta y carne. “Si les doy otra cosa me miran con mala cara, así que el alimento balanceado lo uso como refuerzo”, explica. Tras la cena, salen todos otra vez y, ya exhausta, termina de atenderlos pasada la medianoche. Con la gratificación de haber cumplido la tarea, descansa hasta que suena el despertador y vuelve a comenzar su rutina.

Mabel comprende que haya vecinos molestos por la cantidad de perros que aloja en su casa. De hecho, hubo quienes la denunciaron por esta situación. Pero asegura que siempre está atenta al olor, al ruido y a las molestias que sus mascotas puedan causar.

“Me cuesta mucho darlos. Al principio no les pongo nombre, pero si pasan unas semanas y siguen conmigo, entonces les encuentro el suyo y significa que ya se quedan acá. Soy algo así como la tía de todos”, concluye.

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