La misma esperanza que tienen los familiares de los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan, desaparecido en el agua el 25 de noviembre pasado, fue la que alimentó el sueño de la familia de Jorge Inchauspe, uno de los cuatro escobarenses caídos en la guerra de las islas Malvinas, ante la incertidumbre sobre su paradero. A 35 años del conflicto bélico, su cuerpo nunca había sido hallado y la ilusión de que estuviera vivo se mantuvo tímidamente encendida hasta el desenlace, tan triste como esperado.
Aquel joven de 19 años nacido en la Navidad de 1962, que se había recibido de técnico electromecánico y se destacaba jugando al fútbol y al handball con sus amigos, es uno de los 88 soldados que fueron identificados en el cementerio de Darwin tras una investigación conjunta de la Cruz Roja Internacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Los especialistas determinaron que los restos de Inchauspe se hallaban en el sector C de la necrópolis, con la misma placa que los restantes 121 compatriotas que hasta el momento no habían sido identificados: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.
Su sueño de hacer una carrera militar se concretó de golpe con el llamado a la fatídica guerra como miembro del Batallón Comando de Brigada de Infantería de Marina N°1, con apenas ocho días de entrenamiento. En aquel combate perdieron la vida 649 argentinos, en su mayoría jóvenes inexperimentados como él que fueron enviados a luchar de manera desigual en el campo de batalla contra una potencia mundial como Gran Bretaña.
“Desde este lugar espero todos los días, pidiendo a Dios que se arregle con la paz para volver todos sanos y salvos a nuestros hogares”, expresó en una carta a sus padres escrita el 26 de mayo. Pero el destino quiso que falleciera el último día de hostilidades, en la batalla de Monte Longdon, antesala de la rendición definitiva.
Sin conocer su paradero, la familia anheló que estuviera viviendo en otro país sano y salvo. Quizás los ingleses lo habrían llevado como prisionero para luego liberarlo, pensaban, aunque el tiempo fue agotando la esperanza. “No sé nada con exactitud, él está desaparecido en acción, presuntamente muerto, porque su cuerpo no fue hallado. Siempre me pregunto qué pasa si un día viene, aunque sé que eso no va a pasar. Me dijeron tantas cosas que es que como si mi hijo hubiera muerto dos o tres veces”, confesaba su madre, Lucía Bartolomé, en una entrevista publicada por DIA 32 en junio de 2012.
“Mi papá se murió pensando que seguía vivo. Mi mamá, en cambio, reconoció hace unos años que ya sabía que él se había ido”, afirmó Carlos, su único hermano, en una entrevista con el diario La Nación, al conocerse en diciembre los resultados de la investigación.
Pese a las intenciones británicas de que fueran a reconocer los cuerpos, la inacción de los militares argentinos, por entonces en el poder, impidió que cientos de familias pudieran saber dónde estaban sus hijos. Tuvieron que pasar tres décadas y media para que, por intermedio del trabajo humanitario, se puedan arrojar certezas sobre las identidades de los NN.
Tras su desaparición en combate, Inchauspe fue ascendido póstumamente al rango de cabo en las fuerzas militares y desde 1996 el pasaje donde se encuentra su casa familiar, entre las calles Independencia y Pellegrini, lleva su nombre. Solo faltaba conocer la verdad, dónde estaba, para poder cerrar un capítulo que parecía interminable. Ojalá descanse en paz.