Cómo empezar bien de abajo. Esa es la frase que mejor resume la historia de vida de Leonardo Margarit (32), más conocido en la zona de la terminal como el “Colo”, apodo que lleva desde niño.
Se crió en Longchamps y llegó a Belén de Escobar hace casi dos décadas, junto a su madre. Mientras cursaba la secundaria -fue a la Escuela Media Nº3- se enteró que sería padre, tenía 15 años y la vida le depararía un rotundo cambio, con responsabilidades poco habituales para alguien de su edad.
En ese momento entró como ayudante de cocina en el recordado bar América, de la familia Deonato. Su tarea era pelar papas y lavar platos.
“Tuve que ponerle el pecho a la situación y empecé a dejar currículums. Hice changas y un día me llamaron para que empiece: pasé por la cocina, hacía pizzas, atendí el kiosco, fui mozo y terminé de encargado, ayudando a Lucas (Deonato)”, recuerda acerca de sus inicios en el mundo gastronómico, en un comercio que era un clásico de la calle Rivadavia. Trabajó allí durante diez años, hasta que cerró, en 2013.
Al quedar desocupado, el “Colo” empezó a ver qué podría hacer para mantenerse. Un amigo le sugirió dedicarse a vender de manera ambulante, aprovechando la popularidad que había ganado durante esa década. Al mismo tiempo, su hijo necesitaba internación domiciliaria y su mujer fallecería producto de una enfermedad terminal. Un panorama desolador.
“Empecé a vender café en la calle, quería seguir con la obra social que tenía y para eso me hice monotributista. Hacía la calle Rivadavia y después me metí en la feria, atendiendo muchos puestos”, señala, sobre sus horas más difíciles.
Con su carrito característico, que guardaba en una remisería cercana, vendía café con leche y facturas todos los días desde las 6 de la mañana. Hasta que en octubre del año pasado se le abrió la posibilidad de alquilar un pequeño local que pertenece a la juguetería Rossier, en Rivadavia 520. “Estoy a muy agradecido, yo quería tener algo más armado, mío, y me lo alquilaron”. Así nació la panchería Lo del Colo.
Junto a su compañera Luján y sus amigos, fue armando su propio barcito, decorado con objetos que le regalaron o que él mismo compró en ferias. Preparó la barra, azulejó, ambientó y el lugar se convirtió en parada obligada para la gente que pasa y quiere disfrutar de un rico pancho, con todas las variedades que ofrece.
Los hay a la pizza, con panceta y cheedar, a la calabresa, con jamón y morrones y hasta con salchichas alemanas. También hace hamburguesas, sandwichs de milanesas y papas fritas; desayunos, facturas, tortas fritas, licuados y jugos. Abre a las 8 y cierra a las 20.
“Para mí esto es un sueño cumplido, me cambió la vida. Puedo estar con mi familia, vienen mis hijos. Por la pandemia estuve cien días cerrado y volví a arrancar. Estoy activo de vuelta. La peleé desde abajo y estoy muy feliz”, confiesa el popular “Colo”, que planea a largo plazo habilitar el piso superior para seguir creciendo y logrando nuevos desafíos.