Durante el año, jóvenes de la reconocida ONG construyeron más de 100 viviendas en villas y barrios carenciados del partido. No son una solución definitiva al déficit habitacional, pero ayudan a muchas familias a dignificar su existencia.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

A principios de año, un grupo de voluntarios de Un Techo para mi País llegó al barrio Monte Lali, en Belén de Escobar, haciendo un relevamiento de las villas y asentamientos del Gran Buenos Aires. Ante la falta de cifras oficiales, hicieron un rastrillaje en el que detectaron 865 en toda el área, 25 en este distrito.

Entre todas las familias que entrevistaron para saber cuáles tienen mayores necesidades y más urgencia habitacional, en Monte Lali se encontraron con Miriam Ott y Silvio Bonacorsi. La pareja intenta llevar adelante una familia con cuatro hijos, de entre 3 y 15 años, viviendo en una pequeña choza construida con maderas, chapas viejas y plásticos sucios cubriéndole los agujeros.

El techo es de un nylon desechado por algún vivero y está sostenido por unos ladrillos que hacen peso para que no se vuele. En el interior, el piso es de tierra, no hay ventanas, y funcionan la cocina y el dormitorio. Todo en uno. La letrina está afuera.

Ella es empleada doméstica y él “paisajista, me dedico a todo lo que tenga que ver con las plantas”, dice. El frío, el calor y las lluvias son difíciles de sobrellevar en la pequeña casilla.

Hay cientos de familias viviendo en esas condiciones. Es por eso que la ONG se encarga de hacer un “ranking de necesidad”, para llegar primero con la casa a quienes tienen más urgencias, ya que los recursos de Un Techo para mi País son limitados. Dependen de las colectas y de las donaciones de empresas, que pagan los 9 mil pesos que cuesta cada módulo habitacional y luego colaboran con su trabajo de voluntarios para levantarlas.

Así, altos directivos de grandes empresas, junto a sus empleados, dedican algún fin de semana para unirse a los voluntarios fijos de la ONG y levantarles casas a los más pobres.

“Una de las condiciones de los voluntarios que colaboran con nosotros directamente es que tengan entre 18 y 30 años, porque consideramos que son los que el día de mañana estarán en altos cargos y que es importante hacerles un cambio de cabeza”, explica a DIA 32 uno de los coordinadores de construcción, Ignacio Campos.

De esta forma, desde la organización intentan romper la barrera de los de afuera hacia la realidad de un asentamiento, y de la persona del asentamiento hacia el de afuera, que generalmente es indiferente. “Lo que queremos lograr, a través de la construcción de la casa, es que se unan esas dos realidades e involucrar activamente a las familias”, agrega.

Salir del fondo

Las viviendas que construye Un Techo para mi País son de madera y tienen 18 metros cuadrados. Se construyen a 30 centímetros del nivel del suelo para que no se inunden, las paredes son paneles sostenidos por pilotes de madera y los techos, de chapa. No tienen servicios ni divisiones interiores y sí cuentan con un par de ventanas. “Apuntamos a que esta casa sea provisoria, que la familia no se quede con eso. Algunos la utilizan para comer y dormir, y otros la usan como dormitorio para los chicos y lo que tenían antes lo dejan para darle otros usos”, explica Campos.

La gente de los barrios identifica a los voluntarios de la ONG como “los chicos de las casitas”. Es que hay fines de semana que en algunos lugares se construyen cerca de 250 casas, para lo que se necesitan 2.500 voluntarios que llegan todos juntos para poner manos a la obra.

En el partido de Escobar trabajan fuertemente en Maquinista Savio, precisamente en el barrio Amancay, uno de los primeros donde desembarcó el “Techo” en la zona norte. También ayudan en lugares necesitados de Ingeniero Maschwitz, Belén y Garín. Lo hicieron durante todo el año construyendo más de un centenar de casas y planean seguir, ya que las necesidades del distrito, en algunos barrios, son preocupantes.

Un caso particular

Delfina Vitale es una de las chicas que trabaja haciendo las evaluaciones previas al otorgamiento de la vivienda y que luego también coordina las construcciones. Después de siete meses, llegó hasta lo de Miriam y Silvio para llevarles la buena noticia: tendrían su casa nueva el 19 de noviembre. Ese día se construirían 22 casas en Monte Lali, Villa Bote y La Chechela, y ellos serían beneficiados.

El sábado a la mañana las obras comenzaron temprano. Mientras la casa iba tomando forma, Silvio no pudo contenerse al ver la cara de alegría de sus hijos y a la pequeña Yasmín, de 3 años, martillando y pintando. Se escondió a llorar de la emoción.

“Anoche llovió y nos sentamos a ver cómo entraba el agua. Nos dijimos: disfrutemos este momento, que después lo vamos a extrañar porque ya vamos a estar en la casita”, contó.

Cada familia debe pagar por la casa algo más del 10% de su valor. “No creemos en el asistencialismo y sostenemos que ellos deben apropiarse de su casa pagando $650. Para muchos es muy poco, pero ellos lo pagan en cuotas y les cuesta muchísimo”, explica Vitale.

El plan no sólo consiste en hacer la casa y abandonar el lugar. Hay una segunda etapa que apunta a conseguir micro créditos, dar capacitación y armar mesas de trabajo donde se invita a todos los vecinos a participar. Un Techo para mi País los organiza y ellos deben resolver sus problemas.

“Fuimos a pedirle ayuda a los políticos, a la Intendencia, a todos lados, y se van en promesas. A estos chicos los mandó Dios. Lo que más agradezco es que la próxima vez que llueva, mis hijos no se van a mojar”, reflexiona Silvio, cuando ya sólo faltaba poner el techo de su nueva casita.

Nacidos para ayudar

La ONG no depende de aportes estatales ni de agrupaciones religiosas. Surgió en Chile, tras un devastador terremoto en 1997. En aquel momento sí comenzó de la mano de un grupo religioso (jesuita), que al año siguiente tuvo que dar ayuda nuevamente levantando viviendas en Perú y en Bolivia, también después de temblores. Fue ahí cuando se dieron cuenta de que la emergencia habitacional no surge sólo después de grandes catástrofes climáticas sino que es una realidad que sufren miles de personas en todo el continente.

La organización siguió funcionando sin los jesuitas, y se extendió por 19 países de Latinoamérica. A través de donaciones de empresas se encargan de conseguir los recursos para levantar casitas de madera que sirvan como un primer paso para que las familias más necesitadas tengan un lugar, si bien humilde, digno.

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