Pícaro, cuando ve un amigo le hace sonar la corneta o le amaga con chocarlo con su carro. Es su manera de expresar un gesto de cariño y buen humor. Luis Civitarese (72), más conocido como “Luisito”, nació en Zárate el 22 de febrero de 1944. Solo tuvo seis meses de gestación y por eso tiene dificultades para hablar y expresarse normalmente. Es analfabeto, pero aunque no lee ni escribe, sí reconoce el dinero.
Perdió a sus padres de chico y habita una casilla de madera sobre la calle Peirano, a seis cuadras de la plaza principal de Escobar. En la casa de atrás vive Emma, que no es familiar pero a quien la une un lazo de amistad: ella habitualmente le prepara la cena y lo ayuda en el orden de su precaria vivienda.
DIA 32 lo visitó en una calurosa tarde de diciembre. Mientras calienta la pava en un tacho con brasas, comenta que se había podido comprar una gaseosa y que le quedaba la mitad para tomar a la noche. Poco le importa no tener heladera para enfriarla. Está contento igual, a pesar de que “todo está caro y no tengo ni para comer un pan dulce”.
En su patio tiene varios tachos de chapa oxidados que están repletos de pilas de diarios y botellas de vidrio, listas para que se las lleven. “Se las vendo a los cirujas. Me pagan 50 pesos por cinco paquetes de diarios. Y por las botellas me dan 50 pesos por kilo”, detalla.
Esa es su rutina laboral de todos los días: agarra su carrito y sale a buscar esas cosas, después un camión va a su casa, las carga y le paga lo acordado según las cantidades. Cuenta que hace un tiempo también trabajó en El Cazador: “Pasaba la guadaña, pero después no me quisieron pagar más y me fui”.
Entre sus pocas pertenencias tiene dos radios, que le regalaron sus vecinos: “¿Querés escuchar algo?”, pregunta, mientras se levanta por tercera vez para intentar mostrar de lo que está hablando.
A pesar de su indigencia, Luisito sobrevive porque siempre se las ingenia con alguna changa adicional y cada tanto recibe alguna mano solidaria: “A veces reparto volantes porque no tengo para comer, me los da un muchacho. La gente me ayuda, ayer me dieron fiambre y no tenía plata”, cuenta.
Luis exhibe sus alpargatas agujeradas, las mira y expresa con resignación: “Necesito zapatillas y un pantalón”.
Desde hace años cambió la legendaria carretilla con la que salía a chatarrear por un carro con ruedas de bicicleta. “Me lo hizo un maestro de una escuela de Escobar, me lo regaló. Ahí llevo las botellas, los diarios, todo, menos cartón, que ya no junto”, aclara.
Alrededor de su casilla hay maderas de diferentes tamaños. Explica que las usa para tapar agujeros que las ratas le producen en la prefabricada y que no lo dejan “dormir bien” por las noches.
Desde la puerta se observa que el colchón está prácticamente cubierto de diarios. “¿Vos dormís ahí, Luis?”, le pregunta este cronista: “Sí, ahí estoy bien. Lo único que me molestan son las ratas que se quieren meter”, contesta. Tan increíble como real.
Así vive Luisito, un vecino de Belén de Escobar que ya pasó la barrera de los setenta y supo ganarse el cariño de muchos sin exigir nada. Un loco lindo.